Espejo en Estados Unidos
México, D.F. sábado 20 de enero de 2001
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Editorial
 

FIN DE LA ADMINISTRACION CLINTON

SOLWilliam Clinton logró hacer de Estados Unidos el país más poderoso de mundo, dejando atrás a las grandes potencias europeas que en el siglo XX se disputaron la hegemonía en dos guerras mundiales. Heredó un país que ya no peleaba la supremacía con la ex Unión Soviética. La bipolaridad Este-Oeste culminó con la caída del bloque comunista a finales de los ochenta, y desde 1992 Clinton supo dirigir el rumbo de su país, y el consecuente establecimiento de un nuevo orden mundial --hoy vigente-- cuyo eje rector es la economía.

Su paso por la presidencia será recordado por sus escándalos sexuales, pero también por haber sentado las bases de un vigoroso crecimiento de la economía estadunidense, sin precedente en la historia mundial. Será recordado por haber implementado una "guerra humanitaria" en Yugoslavia, ignorando por completo las facultades del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, pero también pasará a la historia como un incansable mediador del conflicto en Medio Oriente, que incluso le mereció expresiones de agradecimiento del propio líder palestino Yasser Arafat.

Clinton fue un presidente que se supo ganar a la gente. Siempre tuvo el gesto indicado en el momento correcto. Maestro de la oratoria política, del manejo corporal ante las cámaras, de las sonrisas y las miradas fijas y amables, Clinton termina su mandato con los más altos niveles de popularidad en su país. A pesar de sus debilidades, supo mantener el respaldo de una sociedad puritana y conservadora que goza de linchar las faltas a la moral, sobre todo cuando se trata de un funcionario público de ese nivel. Ante el insaciable ataque de sus enemigos que hicieron del famoso sexgate una telenovela de Estado, Clinton logró demostrar que más allá de la vida íntima de cualquier presidente, están los hechos de gobierno y con estos habló.

Hoy no hay país en el mundo que pueda competir contra el poderío económico y militar de Estados Unidos. Los estadunidenses se saben pobladores del país más rico y poderoso, y mucho se lo deben a Clinton. Lo respetan bien, no obstante reconocen que no cumplió cabalmente con las promesas que hizo desde su primera campaña presidencial para solucionar las deficiencias en diversos rubros sociales como cobertura médica, prestaciones y seguridad laboral, el crecimiento de la brecha entre ricos y pobres; en fin, todos esos problemas de injusticia social generados por la economía de libre mercado que heredó de sus predecesores Reagan y Bush. Clinton dio continuidad a este modelo, lo fortaleció, pero no resolvió estas demandas sociales.

Siempre fiel al libre flujo de capitales, a la globalización, Clinton ha reconocido en diversos foros multinacionales la principal consecuencia del modelo económico que él mismo ha impulsado: el incremento desmedido de la pobreza en el mundo, haciendo del tema una cuestión primordial en la agenda de las grandes cumbres internacionales. 

Bill Clinton ha sido uno de los mejores presidentes que ha tenido Estados Unidos en la segunda mitad del siglo XX. Mucho se lo debe a Hillary Clinton, primera dama ambiciosa, creativa y con singular sensibilidad política, que incluso tuvo un protagonismo que no se había visto desde tiempos de Heleanor Roosevelt. Hillary Clinton, a diferencia de Jacky Kennedy, no hizo carrera política tras la desgracia presidencial. Se inició en la política antes de que Clinton fuera presidente, y hoy se mantiene en la escena como senadora por Nueva York. 

A partir de ahora, William Clinton, quien no podrá ejercer la abogacía en cinco años por haber cometido perjurio, jugará golf, tocará el saxofón y dará conferencias a por lo menos 100 mil dólares por dos horas.

 

 

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