JUEVES Ť 18 Ť ENERO Ť 2001
Jean Meyer
Memoria y olvido, Argelia y Francia
Uno de los chilenos que acompañaron al presidente Ricardo Lagos a México en la toma de posesión del presidente Fox, nos dijo que su gobierno había tenido que pasar durante los años de la transición por un desfiladero muy angosto entre "la impunidad y la venganza". El olvido es peligroso, tanto en la vida de las personas como en la de las naciones, la memoria, demasiada memoria, puede ser igualmente peligrosa. Lo ideal sería poder decir: "perdono, pero no olvido". Conocer el pasado -que no es lo mismo que "recordar"- puede ser la mejor manera de curar graves enfermedades sociales. Ejemplo: la violencia que no deja de azotar a Argelia; el odio que, en Francia, envenena las relaciones entre los inmigrados argelinos y sus hijos por un lado, buena parte de la sociedad francesa por el otro. En ambos casos, una de las fuentes del mal es la guerra de Argelia (1954-1962) y la manera que tuvieron ambos Estados, ambas sociedades de no enfrentar su historia.
La "revolución nacional argelina" (la insurgencia por la independencia de esa colonia francesa), con todo y las esperanzas que despertó en su pueblo y en una o dos generaciones de intelectuales franceses, fue un golpe arcaico y sangriento, la confiscación de la necesaria independencia por un grupo político-militar que no lo ha soltado de 1962 hasta la fecha. El costo se mide en términos de regresión política y cultural, de corrupción generalizada, miseria, oscurantismo, odio, machismo, terror policiaco y terrorista. El diario oficial del triunfador Frente de Liberación Nacional, se llama El Mudzhahid, que significa El Combatiente. Sin comentario. Quizás algún día alguien podrá decir, en Argelia, que la violencia espantosa de la cual es víctima el pueblo argelino, es la hija de la violencia a la hora de la liberación, en aquel trágico verano de 1962, cuando todas las esperanzas se perdieron en el terrible baño de sangre que tiñó a los argelinos (las decenas, si no es que los cientos de miles de "colaboradores" prontamente "ajusticiados") y obligó a los criollos cristianos y judíos a huir de un día para otro, abandonando todo para refugiarse del otro lado del Mediterráneo y sembrar de Niza a Perpignan y de Montpellier a Estrasburgo el miedo y el odio hacia "el árabe".
Los líderes insurgentes habían cultivado el terror, la violencia implacable contra el enemigo, pero más aún contra los suyos, contra los civiles, contra los que no sabían qué diablos podía ser la independencia tan clamada. La policía y el ejército francés no actuaron de otra manera, como lo acaban de confesar, con cierto mérito, dos generales franceses que reconocen su responsabilidad y su participación en el uso de la tortura y de la liquidación física del adversario. El Ejército francés abrió -me consta- de manera excepcional sus archivos de la Guerra de Argelia, una guerra que el Estado francés aún no reconoce como tal. En el Instituto de Estudios Políticos de París, una joven historiadora acaba de presentar una tesis muy seria sobre el ejército francés y la tortura durante esa guerra, sobre los soldados, sus jefes y "las violencias ilegales". La tesis utiliza los archivos militares, en especial los "diarios de marcha" (bitácoras) de los regimientos, y entrevistas con los veteranos. Valiosa muestra de lo que la historia, a diferencia de la sola memoria, puede aportar para la reconciliación de las sociedades consigo mismo y entre ellas.
jean.meyer@cide,edu