MIERCOLES Ť 17 Ť ENERO Ť 2001

Ť La comunidad representa la historia de un castigo, de una represalia de guerra

Para los indígenas de Guadalupe Tepeyac, el único hecho concreto sigue siendo el exilio

Ť Desde hace seis años, tojolabales y bases de apoyo del EZLN están fuera de sus casas

Ť Una Virgen de Guadalupe, que lograron reconstruir, presente en su éxodo por Chiapas


HERMANN BELLINGHAUSEN
ENVIADO

Las Margaritas, Chis., 16 de enero. Para los pobladores originarios de Guadalupe Tepeyac, campesinos tojolabales y bases de apoyo del EZLN, a pesar del cambio de gobierno y las promesas de distensión, el único hecho concreto sigue siendo el exilio.

Desde que el pueblo fue arrojado al monte, hace seis años, le han nacido -en condiciones precarias- alrededor de 50 niños; algunos, casi de milagro. En la última semana nacieron dos. Y se han muerto los viejos, como doña Herminia, fundadora de la comunidad en la década de los 50, y ya entonces abuela. Sus más de cien años no aguantaron la montaña. Cuentan que al final lo único que lamentaba era no poder morir en su pueblo. Ni siquiera alcanzó a llegar al que los tepeyaqueros llaman hoy Nuevo Poblado, y donde todos aseguran encontrarse de paso. Otra abuela, doña Guadalupe, tampoco vivió para el retorno.

Desde que salieron, no piensan sino en volver a sus casas y tierras. Cualquier hombre adulto de la comunidad se sabe al dedillo el monto de las pérdidas: 132 hectáreas de cafetal destruidas (producían unos mil 400 quintales anuales). Para reparar el daño, acondicionar la tierra y volver a cosechar, los agricultores calculan que harán falta seis años, agregados los seis de exilio que ya les recetó el doctor Zedillo.

También perdieron entre 150 y 170 hectáreas de milpa, que en estos tiempos suplieron, mal y apenas, en tierras prestadas o trabajando de jornal.

Con el deterioro, el saqueo y la final invasión del monte, luego del 9 de febrero de 1995, cuando se instaló allí el Ejército federal, quedaron destruidas 70 casas (unas 200 construcciones), además de la escuela, que era grande, y la iglesia, que fue demolida por los soldados; adentro había una 3 COCES-EZLN imagen de la Virgen de Guadalupe, la cual quedó rota en varios pedazos. Refieren los tepeyaqueros haber regresado subrepticiamente para cortar en pedacitos la imagen, meterla en sus morrales y pasar los retenes sin que se las encontraran los soldados. Con eso de que la Guadalupana en cuestión lleva pasamontañas. A manera de rompecabezas la volvieron a pegar, casi completa, y hoy la tienen en el Nuevo Poblado, montaña adentro.

Otra pérdida incontable son los pollos. Nadie sabe cuántos fueron. Y decenas de caballos. Cuando las familias corrieron al monte, los animales quedaron en el potrero, y nunca más volvieron a verlos. En el éxodo, la subida se hizo andando. Los jóvenes cargaron sobre sus espaldas a los más viejos, mientras niños y adultos llevaban por todo equipaje la ropa que vestían, algunos machetes, y lo que alcanzaron a levantar de tostadas y tortillas. Además, la marimba, que en el ajetreo acabó mocha.

Durante un tiempo, las casas abandonadas en el pueblo, sus catres y habitaciones, fueron usados para burdel y letrina; luego para nada. Hoy sólo quedan las construcciones crudas del cemento, el esqueleto inorgánico del pueblo originario; un hospital marciano que presta ciertos servicios a los que allí llegan, en medio de un desierto humano que tiene nombre, y un camino que en el centro del poblado da vuelta, para uso prioritario de los incesantes convoyes militares.

Cuenta aparte merece el primer Aguascalientes, meticulosamente demolido por las fuerzas de ocupación. Sus instalaciones incluían una biblioteca, un pequeña clínica, un buen sistema de letrinas, decenas de cabañas y un auditorio para varios miles de personas. Desde que se celebró la Convención Nacional Democrática, la comunidad entregó esas instalaciones a la sociedad civil.

Convertido en un enclave del Ejército federal, con un cuartel grande, una pista aérea y una colonia militar en forma, Guadalupe Tepeyac sigue significando muchas cosas. Es la historia de un castigo, de un despojo. Una represalia de guerra.

Los tepeyaqueros, dice Juan, un padre de familia, ''confianza no tenemos de que nos vayan a permitir regresar''. Reconoce que el jueves pasado supieron que anduvo en el viejo poblado Luis H. Alvarez, comisionado del gobierno para la negociación y la paz, y declaró luego que iba a poner allí una oficina.

También, los moradores supieron que en el hospital dicen que pronto sus instalaciones serán entregadas a la Cruz Roja Internacional.

No obstante, ven que los centenares de soldados, su artillería y sus carros blindados no se han movido un centímetro del Aguascalientes destruido, ni de las tierras ejidales, ni de las faldas del cerro Tepeyac. Para las familias de la comunidad ''castigada'', el único hecho concreto sigue siendo el exilio.