MARTES Ť 16 Ť ENERO Ť 2001

Ť Riszard Kapuscinski relata en su reciente libro la realidad opresiva de Africa

Ebano, mosaico de vivencias periodísticas

Ť ''No puede ser corresponsal el que desprecia a las personas sobres las cuales escribe'', dice


CESAR GÜEMES

Riszard Kapuscinski es ante todo un escucha y un lector, es decir, un reportero. Toda su vida profesional la ha dedicado al viaje y al testimonio en las más disímiles consecuencias. Ahora llega al castellano, luego de dos años de aparecer en su lengua original, su más reciente libro, Ebano, publicado por Anagrama, casa en donde pueden encontrarse cuatro de sus volúmenes anteriores.

Es ahí, en el pasado, donde pueden encontrarse sus arraigos. El emperador fue el primero de los textos que se conocieron del periodista en español. Su personaje, un contradictorio reyezuelo de Etiopía, Haile Selassie, despertó la inquietud de Riszard no sólo por la crueldad siempre insana con la que apabulló a sus súbditos, sino por el extraño culto a la personalidad que llevó a Selassie a hacerse llamar Su Más Sublime Majestad, Rey de Reyes, Elegido de Dios, el León de Judá o El Muy Altísimo.

Recuerda Kapuscinski a propósito de esta aventura reporteril: "Cada noche me dedicaba a escuchar a los que habían conocido la corte del Emperador. En un tiempo habían sido hombres de palacio o al menos disfrutaban del derecho a acceder a él libremente. No han quedado muchos. Parte de ellos fueron fusilados. Otros huyeron al extranjero o permanecen encarcelados en las mazmorras de ese mismo palacio: arrojados de los salones a los sótanos. Entre mis interlocutores también había algunos de los que se esconden en las montañas o viven, disfrazados de monjes, en monasterios. Todos intentan sobrevivir; cada uno a su manera, según los medios a su alcance... Los visitaba al caer la noche y para ello tenía que cambiar de coche y de disfraz varias veces".

Y ahí están ya el escucha y el lector. Riszard arropa su primer libro traducido al castellano con cinco palabras de un tango gitano: "Olvídame, todo se ha apagado"; sigue con una canción popular de Varsovia; se encuentra después con el autor Adolf Remane, quien describe la conducta de las gallinas en Formas típicas de comportamiento en los vertebrados; y cierra la cauda de epígrafes con una cita de La nueva Atenas o la Academia Scientiae plena, de Benedykt Chmielowski. Para la segunda de las tres partes acude a Z. Osíndki y W. Starosta, Saint-Just, K. Kraus, Stendhal, la Biblia y Cromwell. Concluye acompañado por Tocqueville, Conrad, Procopio de Cesarea, Marco Aurelio e I. Andric, quien sencillamente sentencia desde su escrito Los cónsules de Su Majestad Imperial: "Ninguna vela, pertenezca a quien pertenezca, se mantiene encendida hasta la madrugada".

Derechos, no gracias

El Sha o la desmesura del poder fue el segundo texto del reportero al que el lector en castellano tuvo acceso en 1987, cinco años después de que lo escribió describiendo con base en documentación fundamentalmente gráfica, la revolución islámica iraní de 1979, que acaba con el mandato tiránico de Muhammad Pahlavi, Sha desde 1941.

Es 1980 y el inagotable periodista se sabe agotado: "Ahora, ante la perspectiva de tener que ponerlo todo en orden me invaden una gran desgana y un cansancioKAPU terrible. A decir verdad, cada vez que vivo en un hotel -cosa que me ocurre a menudo- me gusta que en la habitación reine el desorden, puesto que éste crea una sensación de vida, le da un aire de intimidad y de calor, es una prueba (aunque bastante engañosa) de que un lugar tan extraño y falto de ambiente como es la habitación de un hotel ha sido, por lo menos parcialmente, dominado y domado". Una de las conclusiones del analista lo lleva a decir: "Al sha lo perdió su vanidad. Se consideraba padre del pueblo y el pueblo se le enfrentó... Olvidó que en los tiempos en que vivimos los pueblos exigen derechos, no gracia".

En La guerra del futbol y otros reportajes, recopilación de textos escritos entre 1960 y 1976, Riszard se permitió evocar, entre viaje y viaje de la memoria exaltada por los textos pasados, sus vivencias como reportero -el libro aparece en 1988 en Varsovia y en 1992 en Bacerlona-, y es por ello que incluye en el volumen las amplias notas sobre el "plan del libro nunca escrito" que finalmente subyace entre líneas. Define Kapuscinski el perfil del corresponsal, ya sea en Africa o en cualquier otro continente, y enseguida hace ver las fallas de su opuesto: No "puede ser corresponsal el que tiene miedo de la mosca tse-tse, de la cobra negra, del elefante, de los caníbales, de beber agua de ríos y arroyos, de comer tartas hechas de hormigas asadas; el que se estremece con sólo pensar en las amebas y en las enfermedades venéreas, en que le robarán y lo apalearán; el que ahorra cada dólar para constuirse una casa cuando vuelva a su país; el que no sabe dormir en una choza de barro africana, y el que desprecia a la gente sobre la cual escribe".

La década de Kapuscinski como periodista de cabecera fue la de los años noventa. En 1993 publicó en Varsovia El imperio, que sería trasladado al castellano un apenas un año más tarde. El volumen fue amparado bajo las palabras de Andréi Biely, Vasili Grossman, Simone Weil, Anton Chejov, H. G. Wells, Edgar Morin, Dostoyevski, Solyenitsin y Vladimir Voinóvich, quien dice: "Algo se ha aclarado, pero sigue habiendo algo que aún permanece oscuro". El periodista conoce sus limitaciones al hacer el intento por fijar en imágenes lo móvil: "El libro está concebido y escrito en forma polifónica, es decir: por sus páginas transitan personajes, lugares e historias que podrán reaparecer varias veces, en diferentes épocas y contextos. No obstante, en contra de los principios de la polifonía, el producto final no acaba en una síntesis definitoria y definitiva, sino que -muy al contrario- se desintegra y se desmorona, y todo ello porque mientras lo estuve escribiendo se desmoronó su principal tema y objetivo: la gran superpotencia soviética. Su lugar se ve ocupado por estados nuevos, entre los cuales destaca Rusia, un inmenso país habitado por un pueblo al que desde hace siglos mantiene unido una idea vivificante: la ambición imperial".

Y aunque en efecto no ofrece conclusiones definitivas, el periodista que visitó la ex URSS desde 1939, con siete años de edad, dice hacia el cierre del volumen: "Creo que el atraso de este país, su pobreza, los efectos de la dejadez y los destrozos son tan grandes que un año es un tiempo demasiado corto para esperar un progreso palpable. Esperemos unos diez o veinte años".

Experiencias humanas

Y Ebano, su más reciente libro, que data del 98 en lengua original, traducido al castellano a mitad del 2000 y que ahora llega a mexicanas tierras: un amplio mosaico de solidaridades, miserias, vivencias periodísticas y humanas a lo largo de prácticamente 40 años en los que el autor ha visitado Africa, ya como corresponsal o enviado, ya como observador de una realidad opresiva que mucho tiene en común con todo el resto de su trabajo. Parte Kapuscinski de una afirmación que se antoja temeraria pero que irá demostrando a lo largo del amplio capitulado: Africa no existe.

Advierte Riszard: "Siempre he evitado las rutas oficiales, los palacios, las figuras importantes, la gran política. Todo lo contrario: prefería subirme a camiones encontrados por casualidad, recorrer el desierto con los nómadas y ser huésped de los campesinos de la sabana tropical. Su vida es un martirio, un tormento que, sin embargo, soportan con una tenacidad y un ánimo asombrosos... Este continente es demasiado grande para describirlo. Es todo un océano, un planeta aparte, todo un cosmos heterogéneo y de una riqueza extraordinaria. Sólo por una convención reduccionista, por comodidad, decimos 'Africa'. En la realidad, salvo por el nombre geográfico, Africa no existe".

En uno de sus múltiples viajes, mientras se dirige junto con otras personas hacia el norte de Uganda, le ocurre lo que ha pronosticado desde siempre: el imprevisto trágico al cual no resta sino enfrentar: una emboscada. Narra Kapuscinski: "Finalmente, saltamos del coche y echamos a correr. Los asaltantes dieron al camión con un misil. En la plataforma yacía muerto un soldado y otros dos estaban heridos. El parabrisas delantero había estallado; un reguero de sangre de uno de los escoltas salía de la manga de su uniforme. Reinaba un desbarajuste tremendo, un caos; la gente, en plena confusión, corría de un extremo a otro de la columna. Nadie sabía lo que iba a ocurrir al cabo de un minuto, de un segundo. A lo mejor los que nos atacaban estaban allí mismo, al lado, ocultos tras una espesura de dos metros, miraban nuestras histéricas idas y venidas, nos apuntaban tan tranquilos y nos tenían en el punto de mira..."

En agosto del 2000 Riszard Kapuscinski estuvo de visita en Bogotá. Ahí ofreció una plática para los reporteros del diario El Colombiano. De ese momento proviene la cita que sintetiza su quehacer: "si escribimos hagámoslo pensando que va a durar más que un día, que el valor que queremos dar a un texto es el mismo que un escritor da cuando escribe una novela".

Diversos libros a lo largo del tiempo y el espacio avalan su dicho.