Lunes en la Ciencia, 15 de enero del 2001
Temores y esperanzas reflejados en una antología publicada por Science
Lo mejor de la neurociencia
Jorge A. Lazareff
Es práctica habitual de las ciencias y las artes presentar una antología de los trabajos más notables que se han producido durante un ciclo determinado. A los interesados en el tema les despierta curiosidad el juicio de los seleccionadores en turno. En las artes tales empresas generan más opiniones y pasiones que en las ciencias, donde se supone que el fiel está calibrado con rigor académico. Sin embargo, algo más ofrecen las antologías de las ciencias y de las artes, y por eso son tan interesantes; ambas ilustran sobre el zeitgeist de los autores, y hablan tanto de nuestros temores como de nuestras esperanzas.
Science publicó un volumen especial donde recopila lo mejor de la neurociencia difundida en sus páginas desde 1996 hasta ahora. Están ausentes los artículos de la revista que trataron sobre proteínas y plasticidad neuronal, desarrollo cognitivo y edad, y otros temas que parecieran afectar de manera más urgente a la mayoría de los seres humanos. En cambio, Science nos ofrece 24 trabajos sobre la biología del envejecimiento y 30 sobre ritmo circadiano. En aquellos pocos dedicados a las enfermedades de Parkinson, Alzheimer y Huntington es fácil concluir que han sido estudiadas para entender sus causas y de ahí inferir su prevención. No hay clínicos entre los autores seleccionados y por lo tanto tratamiento y curación no son mencionados. Ninguno de los autores incluidos en la antología se ha detenido en cuantificar neuronas por milímetro cúbico, en cambio se analiza el daño que los años infligen sobre la mielina, la materia que comunica las neuronas. No hay mención a la anatomía del cerebro, o a la topografía de su corteza, y sí se teoriza con mucha esperanza sobre las posibilidades de las células pluripotenciales.
Una buena parte de las mentes más brillantes de la neurociencia están dedicadas a estudiar ese elusivo objeto de pasión poética: el tiempo. "Estamos condenados a matar al tiempo: así morimos poco a poco", dice Octavio Paz. Los autores en Science. The best of Neuroscience están empecinados en matar al tiempo -o en todo caso distraerlo- elucidando cómo nuestro cerebro se afecta durante los muy contemporáneos deseos de vivir mucho y de viajar lejos. Ante tamaña empresa caben el gozo y la desconfianza. En una de esas estamos por vivir algo similar a cuando Gagarin se escapó de la atmósfera, o tal vez este esfuerzo intelectual será visto como la alquimia del siglo XXI.
No se puede negar la nobleza intrínseca al entusiasmo por prolongar la lumbrera intelectual de los ancianos. Si el optimismo de los investigadores es fundado, se podrá demorar la degeneración neuronal acoplada al reloj biológico. Entonces los ancianos no serán graves y definitivos, como concluyó Ramón y Cajal, ya que tendrán tiempo para redactar su fe de erratas. Hoy por hoy, acierta Aridjis cuando escribe que "hay viejos que llevan en sus caras una especie de tristeza terrestre", y que otros "mantienen en sus rostros una expresión de limbo".
Las buenas antologías nos informan más allá de lo específico del tema, a una primera lectura extrictamente neurobiológica se le desliza otra, también citada en Science. Detrás del interés en temas como "Oxidative stress, caloric restriction and aging", o "The aging immune system, primer and prospectus", se agita una realidad que pronto será inminente. A mediados de siglo, 20 por ciento de la población de América Latina y 35 por ciento de los países industrializados tendrá más de 60 años. "Nuestro sistema social está basado en la brevedad de la vida", le arguye un personaje de la obra El caso Markópulus (K. Capek) a la protagonista, quien desea prolongar su vida otros 300 años. En una sociedad donde los valores materiales están mal distribuidos, los ancianos pasivos pueden estorbar. Sus cerebros tienen que estar activos para seguir aportando a las dos economías y hasta quizás para defenderse de hostilidades como la imaginada por Bioy Casares en Diario de la guerra del cerdo.
Sabido es que las ciencias no avanzan al unísono. Los escenarios de un mundo con sus ancianos mentalmente lúcidos son muchos y muy variados. Pero como les tengo más fe a los neurobiólogos que a los políticos, imagino que por un tiempo todos seremos como esos Buicks o Cadillacs que circulan por La Habana, con la carrocería en condiciones razonables y el motor ingeniosamente optimizado para seguir derrotando la maldad de los más fuertes.
El autor es profesor asociado de neurocirugía en la Universidad de California, en Los Angeles, Estados Unidos