LUNES Ť 15 Ť ENERO Ť 2001

TUMBANDO CAÑA

Breve historia del son cubano

ERNESTO MARQUEZ

Son es la palabra que a lo largo de un siglo ha destacado una manera de hacer musical específica. Pero más allá de la connotación estrictamente genérica del término son, me parece mucho más trascendente la expansión metafórica del concepto.

Sones eran los humildes changüis y nengones que en el extremo oriental de la isla cantaban los campesinos con instrumentos rudimentarios, pero también era son aquello que se bailaba en los elegantes salones y que hacía presencia disimulada en, por ejemplo lo mejor de la pianística de Ernesto Lecuona o las habaneras de Eduardo Sánchez de Fuentes.

Actitud intrínseca a la música

"Hacer son" o "sonear" era, como dijo Carpentier, una actitud intrínseca a la música. Por lo que, la mejor manera de sonear en la música de concierto se la inventaron dos monstruos sagrados de la cultura cubana: Amadeo Roldán y Alejandro García Caturla. Ellos fueron los fundadores de la vanguardia del son. Roldán, con sus Tres pequeños poemas y La rebambaramba, y Caturla, con Bembé y La berceuse campesina, inauguraron una ruta que tuvo continuidad pese a ciertas resistencias de la ortoxia establecida.

La corriente sonera se diversificó y amplió en la medianía del siglo. Del septeto al conjunto el son se benefició con la irrupción de los combos (cubanismo del inglés combination) y las sonoras. Se tejieron entonces leyendas como la de Arsenio Rodríguez, Sonora Matancera, Conjunto Casino, Celia Cruz, Roberto Faz y Rolando Laserie.

La guajira se alió con el son en campos y ciudades, en una venturosa unión que parió estrellas de la magnitud de Joseito Fernández y Celina González. Además, tuvo la suerte de contar con que los tres grandes mitos de la medianía de la centuria tuvieran el patrón sonero entre sus recurrencias: Benny Moré, Rita Montaner e Ignacio Villa Bola de Nieve quien no sólo se reveló como el más singular fenómeno de secreta comunicación entre gesto, imagen y música, sino asumió la picaresca de la increíble mezcla afrohispánica que da carácter a la identidad cubana.

Por esa época se hicieron presentes grandes charangas como la Aragón, la América y la de Jorrín que habían sido precedidas por la radiofónica de Arcaño y sus Maravillas.

Sin embargo, no se puede mirar el pasado como el de una gloria congelada, las últimas tres décadas han sido testigos de una revolución sonera de vastísimo alcance, a veces no bien apreciada debido a las circunstancias en que ha transcurrido la dinámica internacional de la música cubana, entorno en que la salsa se presenta como una alternativa, una especie de otredad, que no lo son tales en profundidad.

Rompen patrones para bien

Irakere, Los Van Van, Adalberto Alvarés y NG La Banda han roto para bien todos los patrones posibles. Unos le llaman "timba", y otros reniegan el nombre. Otros se han guarecido bajo la sombrilla salsera, pero tampoco eso es lo más importante porque como dice la canción de Adalberto "si yo siempre he sido son y son siempre lo seré".

Pero detrás de ello descubrimos que la vitalidad creadora de esa vanguardia sonera, agrandada en su contemporaneidad por intérpretes de la talla de Issac Delgado, Manolito Sibonet, Pachito Alonso, no le da la espalda a la tradición revivida de Compay Segundo y demás honorables ancianos.

La permanente vigencia y capacidad infinita para renovarse que tiene el son le ha hecho ser uno de los géneros más complejos en su estructura y en su capacidad de adherirse a otras formas de hacer música.

Al son le cabe un destino crucial, en el que entran todos los complejos musicales nuestros y del mundo.

No hay que olvidar que si bien sus especies primarias se fueron tomando en la anterior centuria (y aún antes para ser consecuentes con el proceso subterráneo en que se amalgaman las identidades sonoras), únicamente seguirá teniendo jerarquía por sobre otros géneros si continúa con esa tendencia aleatoria.

Correspondencia:
[email protected]