lunes Ť15 Ťenero Ť2001

Elba Esther Gordillo

Diálogo y democracia

La democracia tiene atributos que no pueden desdeñarse, si realmente se quiere recorrer el camino que lleva a una sociedad en donde la convivencia sea el factor determinante para lograr mejoras efectivas en la calidad de las formas de vida.

No basta, como se ha podido ver, con los cambios de personas o de partidos para que la democracia se instale como si se tratara de un acto de magia.

La democracia no es cuestión de carismas. Es un largo proceso en el que las condiciones de la realidad social se entretejen con leyes propias, a veces no escritas, asunto que corresponde estudiar a la ciencia política.

La improvisación tiene que dar paso a la comprensión del antes y después, para forjar el presente.

La transición hacia la democracia no puede ser a partir de un "borrón y cuenta nueva".

Entender las nuevas circunstancias del país amerita de un cambio de mentalidad, que es fácil plantear teóricamente, pero que muchas veces se puede derrumbar ante la realidad concreta.

Quienes consideran, por otro lado, que las cosas siguen y podrán seguir igual, están condenados a vivir en el error.

Hay muestras que indican que el camino es hacia adelante, sin dejar de ver atrás, pero vislumbrando el futuro.

En el camino hacia el perfeccionamiento de la democracia, el diálogo se impone como el atributo esencial de la acción política. De paso, se logra así dar a esta actividad su verdadero significado en un encuentro con nuevos paradigmas.

El diálogo tiene, sin embargo, sus propias leyes.

En primer lugar, amerita una enorme capacidad para ser un interlocutor válido, incuestionable se podría decir.

En segundo lugar, que se establezcan los formatos adecuados para que el lenguaje común que requiere un diálogo, no se convierta en monólogo.

En tercer lugar, que se determinen los acuerdos sustanciales a los que se quiere llegar y sus posibles efectos.

Finalmente, en que los acuerdos no se conviertan en letra o palabras muertas.

Cuando la confrontación o las actitudes del "todo o nada" reemplazan al diálogo, no se llega a ningún lado.

Por eso ha sido relevante lo que ha sucedido en los casos de Tabasco y de Yucatán, así como lo que está sucediendo en Chiapas.

Con todo y lo que significa el reto de terminar con las viejas formas políticas y alentar la sujeción estricta a las leyes, se ha dado la pauta para confirmar una vez más, no aquello de que más vale un buen arreglo que un mal pleito, sino para colocar al diálogo como base de los conflictos políticos.

El asunto no se sujeta a las reglas de la semántica, sino a un cambio de actitud mediante el cual se entienda que éstos son nuevos tiempos y que la política también es el arte de buscar acuerdos mediante el diálogo.

El caso de Yucatán, como el de Tabasco, se deben seguramente a la existencia de vacíos constitucionales y de una clara definición entre lo que es la autonomía y la soberanía de los estados ante la Federación.

Quizás sea necesario pensar en una autoridad, un tribunal especial constitucional por ejemplo, para dirimir diferencias en materia de atribuciones y jurisdicciones.

Lo importante es que ante la falta de claridad, el diálogo resulta ser el mejor instrumento.

En Chiapas, independientemente de los problemas internos entre los poderes del estado, lo que hace falta es dar prioridad a lo primero, que es la apertura hacia la solución definitiva del conflicto entre el EZLN y el gobierno federal.

La vía está abierta, no sin serios problemas de reforma y de fondo, pero falta que las dos partes determinen claramente su voluntad hacia la verdadera reanudación del diálogo. Hay señales, aunque para algunos resulten insuficientes, de que se camina en tal sentido.

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