Jornada Semanal, 14 de enero del 2001


 
Ana García Bergua


SEÑORITAS A CABALLO

En los ya lejanos sesenta o setenta, la camioneta de una fábrica de toallas sanitarias visitaba cada año los colegios. Sus tripulantes solían encerrar a las alumnas de los grupos de secundaria –aquellas que comenzaban a pagar el rojo abono mensual, condena de las mujeres– en una sala de proyecciones y pasarles una de las películas más fáciles de olvidar que he visto jamás. Lo que a una sí le quedaba grabado en la memoria era el folleto rosa que después repartían a las azoradas elegidas. Se llamaba "Ya eres una señorita". En él, intercalados entre las loas a las toallas sanitarias y sus instrucciones de uso, venían una serie de consejas y preceptos más bien espartanos. Afirmaban que la menstruación era algo muy natural ya que, aparte de convertirla a una en señorita, no cambiaba la vida de nadie, de modo que la joven lectora debía olvidarse de deprimirse o meterse a la cama a padecer los cólicos y odiar al mundo, aunque fuese aquel su más ferviente deseo. Incluso, insistía el folleto, era posible, aconsejable e incluso necesario realizar todas las actividades normales de la vida diaria, como comer manzanas, nadar y montar a caballo. Con las toallas y los tampones, nada se nos iba a notar. Eran aquellas épocas de mucha liberación y también de mucha negación: aquí no pasaba nada; más importante era, en todo caso, evitar una mancha roja en la falda, el pantalón o lo que fuera que la señorita gustara ponerse cuando montara a caballo, actividad de lo más corriente entre la clase media mexicana que añoraba al campo. Yo, fuera de mi gato que por ningún motivo se iría a dejar montar, tenía un contacto muy restringido con el mundo animal, menos aun con los mamíferos irracionales de patas largas y gran tamaño. Pero recuerdo que leí el folleto con mucha atención, presa de gran perplejidad, y lo llevé a la casa para anunciar que ya era yo una señorita, puesto que el folleto lo decía. Creo que mi familia no lo tomó demasiado en serio, y hasta le compusimos una canción a mi papá en la que le anunciábamos a él también, ¿por qué no?, que ya era una señorita.

Pero además de las bromas, lo que siempre me inquietó fue el afán por negar los tremendísimos trastornos de la menstruación, sus revoluciones mensuales, quincenales o de cada tres semanas en el cuerpo de las mujeres. ¿Cómo se pretendía que en aquella fatídica semana una considerara toda clase de hechos con frialdad, raciocinio impoluto y buen humor juvenil? ¿A quién le podía caber en la cabeza que en ese estado una se iba a subir a la parte superior de un caballo, sobre todo si, además de procurar no asustar a la inocente bestia, habría de cuidar no dejarle en los lomos ninguna clase de mancha delatora? A mi modo de ver, aquel estado era (es) un estado de excepción, casi de emergencia, y la mayor crueldad era pedirnos a las mujeres que disimuláramos las molestias. Ahora bien –insisto en que eran épocas de liberación y negación simultáneas–, tampoco nos convenía demasiado abundar en esa rareza, en ese trastorno pasajero del cuerpo y de las emociones, cuando podría desvirtuar nuestra propia libertad, nuestro poder. Imagínense: "La señora presidenta ha enviado al Congreso esa iniciativa de ley a favor de la pena de muerte en un arranque de mal humor, pues tenía la regla, y muy arrepentida solicita a los señores diputados que por favor hagan como que nunca la recibieron." No; no parecía conveniente para la lucha por la igualdad, sobre todo teniendo en cuenta que en aquella época a nadie se le hubiera ocurrido decirle a su macho preferido que se le había subido la testosterona cuando se agarraba a golpes de coche, puño o dinero en la calle con otro de su especie, víctima también de sus hormonas, ni mucho menos decirle el ofensivo y punzante "ya cásate". Los hombres no sufrían descontroles fisiológicos reflejados en el temperamento; si se ponían como ogros era a causa de la dignidad, la valentía, la fe, la fuerza, o un arranque de locura interesantísimo como los que padecía Arturo de Córdova en las películas.

Dirán que afirmo esto porque tengo la regla, pero con los años he llegado a la conclusión de que, en realidad, la vida es mucho más parecida a la menstruación, de modo que las mujeres –y los hombres que acepten la realidad de sus hormonas– estamos mucho mejor adaptadas a ella que quien se afane en una supuestamente racional, hipotética y absolutamente falsa normalidad, cuando los acontecimientos la niegan por completo. Es decir que la vida está llena de arranques imprevistos, de emociones súbitas y de factores que escapan a nuestro control, de modo similar a la horrible marea roja que se apodera de nosotras cada mes. ¿O no? Y la verdad es que nadie que yo conozca –quizá conozco a muy poca gente–, cuando se siente tremendamente mal, lo primero que hace es irse a subir al lomo de un caballo. Sólo el Llanero Solitario, el Zorro y Antonio López de Santa Anna que, por cierto, deben haber tenido bastante alta la testosterona, y ahora, en algunas ocasiones, se treparán a sus automóviles en un arranque de locura, ya lo sabemos, interesantísimo. 
 
 
 
 
 
  

Carlos López Beltrán

    No hay razas humanas

    En algún sitio Stephen Gould escribió que los humanos no sabemos la suerte que tuvimos, en términos de la evolución biológica, de ser la única especie de homínidos que sobrevive, y de que nuestra diversificación genealógica no haya llegado al nivel de convertir a los grupos humanos en especies aisladas reproductivamente, pues nuestros problemas éticos se redujeron dramáticamente con ello. ¡Qué de líos nos ahorró ese simple hecho histórico biológico! Hemos sin embargo vivido liados con la idea de que la evolución sí consiguió hacer grupos humanos biológicamente distintos, según los climas y los continentes donde surgieron, que llamamos razas. Nuestra suerte otra vez apunta a que dicha percepción es falsa. 

    He visto reuniones de amigos descomponerse por la palabra raza. La afirmación tajante "las razas no existen, son una construcción ideológica" consigue, por ejemplo, desatar polémicas acres. Los bandos suelen ser definidos y drásticos. Se revuelven argumentos de orden político con los que apelan al sentido común o a las ciencias. La experiencia personal (creerle a los propios ojos) se blande como un hacha contundente. Las acusaciones de ingenuidad o de mala intención se cruzan dañosamente. También he visto cómo a menudo chistes con resabios racistas originan la hecatombe. Hay una serie de fracturas antiguas que cruzan nuestras sociedades, que pueden revelarse con los tintes que rezuma la noción de raza. La incomodidad va creciendo entre algunos respecto a aplicar esa categoría a las personas. Preferimos eludirla. Otros la encuentran natural y útil, y ven en la propuesta de no usar ya el término síntomas de tontería voluntariosa y policiaca. 

    Como a muchos, me ha tocado varias veces llenar formularios anglosajones con un rubro que me pide mencionar mi raza. Invariablemente escribo ahí "humana" imitando en esto a un amigo. Me he encontrado con que hay humanos que no encuentran graciosa, sino defensiva y torpe mi actitud. Teñida de una corrección política que amarga y obstaculiza. Si la palabra está en el diccionario de varios idiomas; si puede ser usada sin confusión para indicar los grupos humanos según su origen geográfico e histórico y según sus rasgos físicos; si saber la raza de alguien puede en algunos casos ser un indicador importante para las políticas de salud o de asistencia social, entonces ¿por qué evitar la palabra en aras de un vacuo prurito igualitario? Deplorar el racismo, se me dice, no justifica negar la existencia de las razas. Hay usos no racistas del concepto de raza. Usos útiles; algunos de ellos científicos, otros socioeconómicos. 

    Yo no lo creo. Creo por el contrario que no hay base alguna para seguir manteniendo una noción caduca, esencialista y decimonónica, de los grupos humanos. Ni las ciencias ni las políticas sociales requieren del concepto de raza, y las primeras más bien están mostrando con claridad que las clasificaciones raciales no tienen bases objetivas. Durante el siglo XX, los biólogos nos hicieron revisar a través de los acervos genéticos, en las semejanzas y variaciones entre los genes de los organismos, tanto las taxonomías como los vínculos históricos, de parentesco y descendencia, entre las especies, y entre las poblaciones diversas de una misma especie. Con nuestra especie, los resultados (que son cada día más claros conforme avanzan proyectos espectaculares como el de la "geografía de los genes" de Luca Cavalli-Sforza, o más recientemente la industria multinacional del genoma humano) señalan con claridad que no podemos separar a las poblaciones en unas cuantas unidades discretas (o tipos básicos de humanos) y sus mezclas posibles, dentro de los cuales cualquier individuo puede ser clasificado. Prevalecen más bien las continuidades genéticas, en muchas direcciones y dimensiones, entre las poblaciones humanas, lo que vuelve arbitrarias y engañosas las clasificaciones raciales. En un próximo número que la revista Ciencias de la unam dedicará al tema del indio frente a los saberes científicos, detallo mi postura. Si bien es cierto que no puede exorcizarse por decreto el uso de una palabra tan arraigada como raza, sí puede criticarse abiertamente su uso, y tratar de minimizarlo. Creo que debe quedar claro para todos lo que las ciencias nos dicen: que no hay bases biológicas para las distinciones a las que estamos habituados. Debemos también reconocer que en nuestros hábitos lexicológicos pueden revelarse las huellas de varios siglos de uso distorsionado, y la persistencia de prejuicios. La genética de poblaciones nos indica una dirección clara: el abandono del concepto y la palabra misma de raza, pero su dictamen no tiene por qué regir autoritariamente el uso en todos los contextos. El debate ético y político en torno al uso del vocablo tiene que seguir sus propias dinámicas. A pesar de lo dudoso que pueda ser, si alguno toma la decisión de privilegiar las diferencias superficiales en la morfología de los grupos humanos, ninguna norma legal deberá prohibirlo. Está claro que si los hablantes de nuestras lenguas deciden que les va bien seguir usando para algún fin las "diferencias" que demarcan las categorías raciales decimonónicas heredadas, lo harán. Se trataría entonces de convencerlos de su error. El debate se traslada así a la región menos objetiva y más controvertida de los valores: la corrección o incorrección ética (que no política), y la sanidad en las relaciones entre los grupos humanos. Resumo: el caso contra seguir usando raza para referirse a gente me parece muy fuerte; debemos en mi opinión tratar de eliminar el vocablo.
     

LA JORNADA VIRTUAL

 

Naief Yehya

El primer gran monopolio del siglo XXI


La gestación

Finalmente sucedió lo inevitable, antes de que terminara el año 2000: la Federal Trade Commission (ftc) estadunidense aprobó la fusión de los dos gigantes, America On Line y Time Warner, en el conglomerado más grande y poderoso de la industria de los medios de comunicación, información, entretenimiento y control de las mentes. Para tener la conciencia tranquila la ftc impuso algunas condiciones y restricciones que no impedirán que este engendro se convierta en un monopolio todopoderoso. En esencia la Comisión tan sólo se preocupó por obligar a aol-tw a que permitieran a sus suscriptores elegir la opción de acceso de alta velocidad a internet por cable que prefirieran; de esta manera Microsoft y otros servidores de internet por cable podrán ofrecer sus servicios mediante los sistemas de Time Warner. La ftc prefirió no imponer restricciones en lo que respecta a la televisión interactiva debido a que se trata de territorio desconocido. Las primeras víctimas de la mayor empresa de los medios del siglo xxi serán numerosos empleados que serán despedidos debido a redundancias (entre las dos empresas cuentan con alrededor de ochenta y cinco mil empleados), cambios estructurales y para compensar las pérdidas que ha sufrido aol por la caída del precio de sus acciones y el debilitamiento de la "nueva economía" y el mercado de las acciones de internet. Desde que aol compró a Time Warner (la fusión empresarial más grande de la historia de los Estados Unidos, valuada hoy en alrededor de 112 mil millones de dólares), las acciones de la primera han perdido el treinta y dos por ciento de su valor. Lo que más ha sufrido en la primera gran crisis de internet es la publicidad en línea. Es claro que una empresa de la talla de aol no sufrirá tanto como las pequeñas empresas "punto com", ya que muchas de las empresas de los medios dependen de la publicidad, y mientras que para aol-tw la publicidad representa alrededor de veinte por ciento de sus ingresos para Disney equivale a treinta por ciento, para Viacom cuarenta por ciento y para Yahoo el cien por ciento.

Las fétidas relaciones de CNN

Una de las principales víctimas de la fusión aol-tw es el canal de noticias por cable cnn, el cual se encuentra viviendo una severa recesión, una dramática caída en los ratings, además de padecer la tragedia de no contar con otra guerra que transmitir como entretenimiento. Hasta ahora cnn ha tenido el privilegio de ser una de las estaciones consentidas de Time Warner, que no ha tenido que responder a juntas de accionistas ni a ratings, pero esto seguramente va a cambiar en el contexto de la nueva empresa. El destino de cnn es importante ya que más que un simple canal informativo ha sido el mensajero de la ideología estadunidense de las últimas décadas y se convirtió en una auténtica herramienta del Pentágono, la Casa Blanca y el ejército. Una prueba contundente de los siniestros vínculos entre las altas esferas del poder y el hijo pródigo de Ted Turner apareció en las páginas del diario holandés Trouw el 21 de febrero; el periodista Abe de Vries escribió que cnn empleó en su sala de noticias a especialistas militares en "operaciones psicológicas" o Psyops. La presencia de este personal en cnn fue confirmada por el mayor Thomas Collins, del servicio de información del ejército, como parte de un programa de "entrenamiento con la industria", desde el 7 de junio de 1999 hasta la primavera de 2000. Soldados y oficiales participaron indudablemente en la producción de la cobertura de la "guerra" de Kosovo. Según Trouw el coronel Christopher StJohn, comandante del cuarto grupo de operaciones psicológicas, declaró en un simposio que la cooperación de su unidad con cnn era el libro de texto del tipo de vínculos que debían mantener el ejército y los medios. El manejo y control de la información durante la crisis de Kosovo se considera un éxito ya que no requirió de censura a gran escala como la Guerra del Golfo y, sin embargo, la otan reguló efectivamente el flujo de la información. En un futuro, los psyops esperan perfeccionar la distribución de "información selecta" y desean controlar la información que circula por internet al declarar la guerra virtual a los medios subversivos que traten de combatir la desinformación. Por si esta alianza no fuera de por sí cuestionable, por lo menos en una ocasión cnn se convirtió en cómplice de un crimen de guerra. Periodistas de cnn trabajaban junto a numerosos reporteros extranjeros y locales en la sede de la televisión serbia rts. cnn fue prevenida por un tip de que ese edificio sería bombardeado el 23 de abril por lo que retiraron a tiempo a su personal. Según la cnn los demás medios occidentales también sabían del bombardeo, lo cual no ha sido confirmado hasta ahora por ninguno de ellos. Lo que es cierto es que los involucrados prefirieron guardar silencio y ver a sus colegas periodistas y técnicos morir aplastados por las bombas de la otan. Robert Fisk, el corresponsal del diario británico The Independent en el Medio Oriente, escribió que Aleksandar Vucic, el ministro de información serbio, recibió una invitación vía fax para aparecer en el programa de Larry King a las 2:30 am y debía presentarse media hora antes. Para su fortuna llegó tarde. A las 2:06 am los misiles destruyeron el edificio. Según cnn la división de programación no estaba enterada del bombardeo, además de que Vucic había cancelado su participación desde las 2:00 pm del día anterior. No obstante la duda queda, ya que la entrevista había sido programada para la hora en que caerían las bombas.
 

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