DOMINGO 14 DE ENERO DE 2001
Resistencia contra las grandes corporaciones
La rebelión de los granjeros
Los granjeros estadunidenses están
acorralados por ambos lados: enfrentan el enorme poder de las compañías que compran sus
cosechas y animales y el de las empresas que les venden los insumos
esenciales, como las semillas y los fertilizantes. "En el acto final
de un capitalismo que encadena, el libre mercado es destruido", dice el
autor.
Pero en muchos lugares está tomando forma la
rebelión de los granjeros, convencidos ahora de que su resistencia está destinada al
fracaso si no convencen a la gente de la ciudad de que la batalla va
mucho más allá de salvar granjas familiares. Se trata,
sostienen, de renovar la promesa de comida sana y segura, proteger a los
consumidores de los precios monopólicos y parar el abuso al ambiente y a los
animales
William GREIDER * Fotos: Laura CANO
El triunfo contemporáneo del capitalismo de libre mercado ha revelado a los granjeros, si no es que también a otros estadunidenses, el último amargo acto de este drama. Los granjeros son rebajados de su nivel mitológico de productores independientes a un papel vulnerable y de subservidores, como poseedores de una franquicia o aparceros. El control de la producción alimentaria, tanto de cosechas como de ganado, no es consolidado por el gobierno sino por un puñado de corporaciones gigantescas. Mientras los granjeros y los rancheros sufrieron tres años de precios sumamente bajos a finales de los noventa, las corporaciones disfrutaron de crecientes ganancias. Los productores están acorralados por ambos lados: se enfrentan no sólo al concentrado poder del mercado de las compañías que compran sus cosechas y animales sino también al de las empresas que les venden los insumos esenciales, como las semillas y los fertilizantes. En el acto final de un capitalismo que encadena, el libre mercado es destruido.
Muchas veces, en el campo, estos procesos son descritos, con ironía, como la versión de la colectivización de arriba abajo. "Es interesante -dice James Horne, quien dirige un centro de agricultura sustentable en Oklahoma-. Nuestro sistema de pagos de apoyo a los agricultores sobrevivió el mismo tiempo que el sistema soviético, alrededor de 70 años. Ahora, aquí en Estados Unidos, estamos haciendo exactamente lo que los rusos están deshaciendo en su agricultura. Ellos están descentralizando y nosotros, centralizando".
Los agricultores tienden a expresar este punto de manera más mordaz. "Estamos en una lucha a muerte, y nos están partiendo la madre", señala Fred Stokes, un ex oficial del ejército que se retiró para criar ganado en Mississippi. Stokes se identifica como un republicano reaganiano, pero frecuentemente comienza sus declaraciones diciendo: "Bueno, no soy socialista, pero..."
"La cosa que más me molesta en este negocio es el rollo del hermano mayor -afirma Stokes-. El gobierno está más preocupado en extraer grandes beneficios para estas corporaciones que en la seguridad alimentaria o en las familias de los granjeros. Todo se reduce a una cuestión de más dinero para un puñado de personas que serán la elite. El resto terminaremos nomás columpiando el machete. Esta situación hace que los agricultores estén contratados en su propia tierra; van a ser los nuevos esclavos".
(...) Mi intención es (...) enfocarme en la intrincada economía del poder monopólico y en por qué la agricultura colectivizada promete consecuencias desastrosas para el resto de nosotros. La agricultura, como industria, es claramente diferente a otros sectores (el clima es una carta a la que es difícil apostar), pero el proceso de concentración y de control en la producción alimentaria muestra lo que está sucediendo en la economía en general. Los mismos grandes cambios en la estructura y en el dominio del mercado están pasando en las finanzas y los negocios, en las telecomunicaciones, en los medios masivos y en otros sectores. El tan celebrado espíritu empresarial es neutralizado -"racionalizado", dirían los jugadores- por una ola de fusiones, adquisiciones, y "alianzas estratégicas" entre supuestos rivales.
Algunos granjeros y rancheros se están movilizando para reivindicar su postura, al menos aquellos que no están totalmente desmoralizados por las crisis recurrentes de los pasados 20 años; pero reconocen que la rebelión de la granja está destinada al fracaso si no convencen a la gente de la ciudad, es decir, a los consumidores, los ambientalistas, los activistas religiosos y los humanistas, e incluso los defensores de los derechos de los animales- de que esta lucha política involucra mucho más que salvar a la granja familiar. Su propósito es, también, renovar la promesa de comida sana y segura, proteger a los consumidores de los precios monopólicos y parar el abuso al ambiente y a los animales. "Para ganar esta batalla (y vamos muy atrasados) tenemos que hacer contacto con el público y hacerle saber que tiene un perro en esta pelea", explica Stokes.
Para ese fin, la Organización para la Mercados Competitivos (OCM, por sus siglas en inglés), un grupo interestatal de granjeros, rancheros, líderes políticos y profesionistas que Stokes encabeza, se reunió hace unos meses, en lo que fue una inusual colección de almas gemelas en un centro de retiro de una iglesia en Parkville, Missouri. Durante tres días, economistas agrícolas de las principales universidades del centro-oeste y del sur, expertos antimonopolistas de las facultades de las escuelas de derecho, sociólogos rurales y defensores comunitarios, ambientalistas y prominentes críticos de prácticas y productos como la industria porcina y las semillas genéticamente manipuladas, compartieron conocimientos y documentos. Los participantes redactaron una declaración sobre cómo los estadunidenses podrían reemplazar a la agricultura industrializada con un "sistema de alimentos sanos" que incorporara a los valores humanos y a la calidad, que alejara a la economía agrícola de la alta tecnología y la acercara a la diversidad, lo cual sería posible si las pequeñas granjas sobreviven. El informe y los documentos (se pueden consultar en www.competitivemarkets.com) proveen un comienzo para una conversación seria entre la ciudad y el campo sobre los alimentos, los hilos que creen una posible tela para una alianza política que podría tener más fuerza que los agri-cultores solos en batalla. El cálido y serio espíritu de Parkville recordaba a Seattle, cuando los Turtles y los Teamsters (ambientalistas y sindicalistas) descubrieron que tenían intereses en común.
La bandera de esta iniciativa política resulta irónica para los reformistas sociales de la izquierda liberal: llama a luchar por los "mercados competitivos". Parece ser una extraña voltereta del destino para muchos de los que en las últimas décadas han enfocado su energía política en detener la implacable usurpación del espacio público y de los valores públicos llevada a cabo por la ideología del mercado, y en luchar batallas contra la desregulación y la privatización. Sin embargo, si en esta pelea van a prevalecer los valores sociales de la gente, se debe comenzar por defender el espacio del mercado contra el poder de colusión de los monopolios emergentes. Los ciudadanos que han despertado deben, también, despertar al gobierno y empujarlo a enfrentarse a este nuevo panorama de concentrado poder económico. La doctrina legal llamada antimonopolio obtuvo su nombre de la industria petrolera, la banca y muchos otros monopolios hace 100 años, que tenían el mismo descarado impulso por ahorcar a los libres mercados y controlar los precios para perjudicar a los pequeños competidores y al público. Hace un siglo, los reformadores populistas y reformistas comprendieron la importancia que tenía para la vitalidad de la democracia y de la libertad individual el libre intercambio de bienes, los precios honestos y los mercados libres de colusiones. Esta generación tiene que reaprender economía. Y luego debe inventar una nueva visión robusta que rete a las circunstancias actuales de poder del mercado globalizado.
De hecho, ya está emergiendo una nueva manera festiva de hacer política. En Wyoming y en las planicies norteñas, ciudadanos activistas están forzando la emisión de leyes que controlen a los megarranchos. La Organización del Oeste de Consejos de los Recursos incluye seis consejos estatales, desde Idaho hasta las Dakotas, que unen a rancheros independientes con ambientalistas en contra de los grandes tipos. En Carolina del Norte, ciudadanos enojados ya se estaban enfrentando a las industrias porcinas que contaminan los ríos costeños y los estuarios antes de que llegara el huracán Floyd y provocara que se desbordaran olas de estiércol de las lagunas de las granjas porcinas. En docenas de estados, los activistas también están organizando mecanismos de mercado directo que puedan mantener a los pequeños agricultores: mercados al aire libre, ganaderos que vendan res alimentada con pasto a los consumidores a través de órdenes de subscripción y otros medios para elevar los ingresos agrícolas y cortar a la agroindustria. Estos esfuerzos parecen raquíticos al lado de las corporaciones, pero los grandes tipos ya no están desdeñando la mercadotecnia de los alimentos orgánicos, como lo hicieron hace una generación.
Rita Wilhelm, diseñadora gráfica y madre de tres niños, de Ann- ville, Pennsylvania, parece ser un caso típico de activismo de base. Estaba alarmada cuando construyeron una fábrica porcina al final de la calle: 9 mil 200 animales en chiqueros en 48 hectáreas, con lagunas de estiércol y un hedor penetrante. "Yo crecí en el campo -dice Wilhelm-, pero esto va más allá de ganarse la vida; esto es ganarse la muerte". Ella,con apoyo de sus vecinos -después de descubrir que el gobernador republicano Tom Ridge no estaba de su lado (debilitó la legislación ambiental para atraer a estas nuevas industrias)-, organizó Pensilvanenses por una Agricultura Responsable, que ahora vincula a activistas de 39 grupos en 17 condados.
Sus temas primordiales no son sólo la destrucción del suministro de agua y aire limpios sino también los alimentos inseguros. "Si vas a comer alimentos producidos de manera sintética, con químicos, eso es lo que vas a obtener, y ahora se está evidenciando en los problemas de la salud", dice Wilhelm.
(...)
La misma historia sucede en distintos lugares del país. Los activistas hechos-en-casa han llegado a la siguiente conclusión: si se quiere tener la esperanza de liberar al sistema alimenticio del control corporativo, primero se deberá ayudar a rescatar a los pequeños productores de su destino fatal, para que puedan sobrevivir y desarrollar modos alternativos agrícolas (los cuales, en muchos casos, en realidad son viejos métodos agrícolas) que permitan la entrega de alimentos de una manera humana y que sea amigable con la naturaleza. "Creo que el diálogo cambió cuando comenzamos a hablar de mercados -observa Thomas Linzey, un joven abogado ambientalista de Pennsylvania-. A partir de entonces, ya puedes juntar a un grupo con intereses en común mucho más amplio". Y añade: "Estamos literalmente en guerra con las oficinas de extension de agricultura, porque su sistema regulatorio está creado para apoyar a la producción grande y concentrada".
*El mercado que desaparece
Señalemos algunos nombres. Los líderes que dominan en el negocio de los granos y el procesamiento: Cargill (que se tragó a Continental, el segundo comerciante de granos más grande), Archer Daniels Midland (ADM), ConAgra. Empacadoras de res: IBP, ConAgra, Cargill (como dueño de Excel). Feedlots (lugares donde se cría el ganado): Cargill, Cactus Feeders, ConAgra. Procesadoras porcinas: Smithfield, IBP, ConAgra, Cargill. Criadores de puercos: Smithfield (el más grande procesador porcino compró a los dos más grandes productores de puercos, Murphy Family Farms y Carroll's Foods), Cargill, Seaboard. Biotecnología y semillas: Monsanto, Dupont/Pioneer, Novartis, Aventis. Supermercados: Kroger, Albertson's, Safeway, AHOLD (Giant), Winn-Dixie, Wal-Mart.
Así como lo sugieren los nombres que se repiten, unas cuantas empresas grandes están posicionadas en muchos lados del mercado al mismo tiempo, y están conectadas de manera incestuosa a través de una galaxia mareadora de "alianzas estratégicas" y de propiedades cruzadas. Smithfield, el productor porcino y procesador de cerdo más grande del mundo, recientemente compró 6.3% de su rival IBP, el segundo procesador de puerco. ADM ya es dueño de 12.2% de las acciones de IBP. Este tipo de propiedad cruzada continuará, ya que IBP será adquirido a través de un compra amistosa por la compañía de Wall Street Donaldson, Lufkin & Jenrette (la cual recientemente fue comprada por Credit Suisse First Boston). Cargill y Monsanto han creado un laberinto de alianzas que van desde el terreno de los fertilizantes y las semillas hasta los granos y la crianza de ganado, cerdos, aves de corral, hasta los mataderos.
Sector por sector, cuatro empresas controlan 82% del empaque de res, 75% de los cerdos y borregos, y la mitad de los pollos. Las cadenas principales de supermercados están concentradas regionalmente, no a nivel nacional. Cuatro empresas tienen el control de 74% del mercado en 94 ciudades grandes; los expertos anticipan una nueva ola de fusiones que podría incrementar rápidamente ese porcentaje y duplicar la concentración nacional total de estas cuatro empresas hasta alcanzar 60%. La teoría antimonopólica predice que este tipo de influencia en el mercado debería darle a las compañías una ventaja sobre los granjeros y los rancheros para fijar precios y, según el profesor en derecho de Wisconsin, Peter Carstensen, lo ha hecho. El margen entre los precios que se pagan por el animal y el precio de la carne al mayoreo se ha ensanchado en los pasados años en 52% para el cerdo y 24% para la res, reportó Carstensen.
Sin embargo, se llegó a estos extraordinarios niveles de concentración sin la oposición gubernamental. La consolidación se aceleró después de que la sección antimonopólica del Departamento de Justicia de Ronald Reagan hizo a un lado las viejas reglas y límites a fusiones y adquisiciones. Los abogados de Reagan vaciaron de su contenido a la teoría a través de hacer una interpretación angosta del laissez-faire que declaraba que lo grande ya no era un problema si no se mostraba, por adelantado, que distorsionaba los precios al consumidor. La comida barata fue consagrada como el único tema que importaba al público. La administración de Clinton, aparte de su activismo contra Microsoft, ha sido, por lo general, pasiva ante las grandes fusiones de todo tipo y casi tan flexible como los reaganianos lo fueron (las principales compañías de semillas hicieron 68 adquisiciones entre 1995 y 1998).
Para los agricultores, la desventaja se acrecentó cuando las compañías se movieron agresivamente hacia una integración vertical, adquiriendo los elementos de la cadena de producción de arriba abajo. Se volvieron dueños de feedlots o firmaron contratos de producción con granjeros individuales por gallinas, cerdos, ganado y, en algunos casos, granos y soya. Esto ha dado a las compañías procesadoras sus propias "provisiones cautivas". Sus almacenes privados de animales implican que gigantes como IBP ya no tienen que depender de adquisiciones a precio de remate en el mercado abierto para la mayor parte de su abastecimiento. De hecho, según los granjeros, por lo general las compañías usan esta ventaja para reducir los precios del mercado de los productores independientes.
Tales prácticas son claramente ilegales, y el Departamento de Agricultura tardíamente prometió darles seguimiento. Mike Callicrate, dueño de un feedlot en St. Francis, Kansas, ha presentado una demanda contra IBP en representación de los ganaderos, uno de tantos retos legales prometedores en curso. "Las provisiones cautivas son devastadoras para el mercado al contado -explica Callicrate-. IBP llega a tu granja y te ofrece un precio muy bajo (un ofrecimiento para no comprar, le llamamos, porque sólo están buscando al ganadero más débil). ƑQuién necesita comprar hoy? Claro, también lo intimidan y le dicen: 'Si no tomas este precio hoy, en tres semanas ya no vamos a comprar tu ganado'. Cuando toma el precio bajo, la noticia se extiende, y el resto se pone nervioso. Entonces, IBP baja aún más el precio, porque no necesita el ganado en ese momento; ya tiene su propio abastecimiento (en feedlots o bajo contratos). ƑCuál es su motivación? Simplemente quiere que el ganado esté accesible a precios bajos para cuando lo quiera comprar. Tienes a un comprador muy bien organizado negociando con vendedores muy desorganizados".
El golpe final para los pequeños productores llegó en 1996, con la promulgación del Acta Libertad de Cultivar (Liberty to Farm Act). Esta ley pretendía acabar con los pagos para apoyar los precios y los mecanismos de restricción a la producción del gobierno federal (ahora es mejor conocida entre los granjeros como el Acta Libertad para Fallar, "Liberty to Fail Act"). La administración Clinton, aunque hizo bastante en cuanto a la reforma del sistema de bienestar, se puso del lado de los ideólogos republicanos. La premisa era que las fuerzas del mercado, una vez liberadas de los federales, gradualmente reconciliarían la demanda y la oferta en la producción agrícola, principalmente persuadiendo a muchos agricultores marginales a que se salieran del negocio, y asegurando así precios decentes para los que sobrevivieran. La ley fracasó en hacer cualquiera de las dos cosas. Como los excedentes y los precios caídos se tragaron a las granjas estatales, los políticos en ambos partidos parpadearon. En vez de gradualmente reducir los pagos federales de apoyo (supuestamente a cero después de siete años), el subsidio público a los agricultores se ha duplicado y triplicado en tamaño -16 mil millones de dólares en 1998, 23 mil millones de dólares en 1999-, mientras el Congreso en repetidas ocasiones promulgó medidas de rescate "de urgencia". Con este gran trauma, el último acto por la agricultura comenzó a desenvolverse (Ver Dave Hage, Bitter Harvest, 11 de octubre de 1999).
Entre las consecuencias para los agricultores se aceleró el molino de la industria intensiva en capital, y se emocionaron aún más con cualquier inovación que prometiera aumentar las ganancias. Monsanto y otros comenzaron a promover semillas de maíz y soya genéticamente modificadas con la promesa de que reducían los costos, y esta nueva tecnología arrasó el panorama. "Estos agricultores están tan urgidos de rentabilidad -dice Fred Stokes- que agarran lo que sea que les ofrezcan. Ofrecerles semillas transgénicas es como venderles una bolsa de cocaína". Sus colegas que cultivan granos en la Organización para los Mercados Competitivos afirman que no han visto ningún beneficio como resultado final de las semillas transgénicas.
Las exportaciones, como muchos agricultores ya se dieron cuenta, no los van a salvar. La lógica, promovida por la agroindustria y el Departamento de Agricultura -sin mencionar los impulsores del comercio global dentro y fuera del gobierno- fue que una mayor eficiencia permitiría precios más bajos para las cosechas de exportación estadunidenses, y así, los agricultores tendrían un margen de ventaja para captar una parte del mercado de otras naciones productoras de granos. Durante los últimos 30 años ha ocurrido más o menos lo opuesto, a pesar de las infladas promesas que acompañan la firma de cada nuevo acuerdo comercial.
El economista agrícola Daryll Ray, de la Universidad de Tennessee, ha documentado una disminución en la participación de Estados Unidos en el comercio mundial de maíz, soya y trigo desde comienzos de los setenta. "Lo que los últimos 15 años nos han enseñado es que los precios de cosecha más bajos no provocan que la competencia, incluida Canadá, la Unión Europea, Brasil, Argentina y Australia, cierre la tienda y le dé a Estados Unidos su rebanada del mercado -explica Ray-. Cuando los precios de Estados Unidos bajan, nuestra competencia rápidamente reduce los precios de exportación también". Los países que importan, añade, no incrementan su adquisición de alimentos significativamente cuando los abastecimientos son abundantes y los precios bajan. Las naciones, igual que las personas, compran lo que necesitan; no comen el doble sólo porque la comida está más barata.
La consecuencia más importante del colapso de los precios es que en los últimos años orilló a los agricultores a aceptar su papel como productores bajo contrato -cultivan cosechas o crían animales bajo contratos con precios fijos con las corporaciones-. Richard Levins, un economista agrícola de la Universidad de Minnesota, dice que estos contratos de producción fueron de un monto de alrededor de 60 mil millones de dólares en 1997, casi un tercio de las ventas de cosechas y animales a nivel granjero, y han crecido mucho desde entonces. Las autoridades principales opinan que este esquema de contratación es el futuro. "La granja del viejo MacDonald es absorbida a lo que podría llamarse Las Nuevas Granjas McDonald", observa Levins. En otras palabras, la actividad agrícola cada vez se parece más a una franquicia de comida rápida. El operador compra los suministros y el equipo de una compañía de marca y produce de acuerdo con unas especificaciones homogéneas.
(...)
La pauta organizativa agrícola emergente comienza a parecerse a lo que ya está sucediendo en otros sectores importantes, incluido el manufacturero globalizado. El modelo ya no es el inmenso mamotreto industrial sino la "corporación virtual" que es dueña de poco capital en activos fijos -esto es, fábricas- pero organiza una compleja red flotante de productores y subcontratistas afiliados que se adhieren a las normas de la marca (pensemos en Nike). Uno puede predecir que la industria alimenticia consolidada probablemente responderá a periodos de baja demanda de la misma manera en que la industria automovilística o la manufacturera de zapatos: reduciendo el número de subcontratistas, cerrando fábricas, corriendo a trabajadores.
Las implicaciones más profundas tienen que ver con el poder, como lo explica Jeremy Rifkin en La era del acceso. Si ya no hay lugar para que los pequeños productores vendan, entonces el acceso a la red se vuelve un privilegio crucial. ƑY quién controla el acceso? ƑQuién tiene el poder para sacar o castigar a los socios más débiles? Una nueva doctrina antimonopólica fuerte tendrá que mirar detrás de estos velos.
Los granjeros se encontrarán en el mismo predicamento al que se enfrentaron los trabajadores industriales en otros sectores hace 100 años. Aunque suene impensable, Harl cree que los granjeros, tarde o temprano deberán de buscar el remedio del trabajo -la acción colectiva- con la organización de sindicatos que restablezcan el poder de negociación y con la creación de cooperativas de producción de tamaño suficiente como para competir con los tipos grandes. "Había estabilidad en Rusia. La agricultura rusa era estable porque el centro le decía a todo mundo qué hacer. Y nosotros tendremos estabilidad si Cargill nos dice qué hacer. Pero, Ƒes eso lo que los estadunidenses queremos? Quizá sí lo sea. La mayoría de los consumidores parecen ser, al menos, indiferentes. ƑPor qué llorar por los pequeños granjeros -se pregunta Harl, en un artículo de The New York Times-, cuando las consolidaciones modernas están arrasando con tantas empresas locales, desde las libre- rías independientes hasta las tiendas de abarrotes de los vecindarios? Pero aparte de las implicaciones en la calidad de los alimentos y la seguridad y la equidad social, hay otro peligro que los consumidores podrían tomar en cuenta: si estas alianzas entre las corporaciones que colaboran entre sí adquiere el poder del mercado para controlar la producción agrícola y para mantener estables los precios, entonces también tiene el poder para subir el precio de los alimentos para obtener mayores ganancias. En el último acto, la comida barata desaparece cuando deja de haber libre mercado.
*ƑQuién paga por la comida rápida?
La respuesta rápida es que casi todo el mundo, de una manera u otra, hasta aquellos que nunca se han cruzado con una Big Mac o con un KFC extra-crujiente. Las economías de escala que se obtienen con lo masivo sí importan, pero sólo hasta cierto punto. La verdadera fuente de la eficacia en la agroindustria consolidada es el principio operante del capitalismo empresarial: empuja a los verdaderos costos de producción de la hoja de balance de la empresa hacia otra persona. "Ellos mantienen su rentabilidad pasándole los costos a la comunidad", dice William Weida, un economista del Colorado College, que asesora a muchos grupos activistas de base que se oponen a las fábricas porcinas.
"No pones una laguna apropiada. Los dueños eluden los costos de manejar los desperdicios animales y se los pasan a la población vecina como problemas de la salud, de tráfico, sociales y de contaminación: olor, químicos y agentes patógenos en el aire y en el agua. No le pagas al trabajador más de lo absolutamente necesario. Sí te aprovechas de todos los subsidios públicos posibles. Pero el mayor costo es que los cerdos se parecen mucho a los seres humanos y son sensibles a las infecciones. Esto significa que la vida de estos proyectos es de tan sólo unos 12 años, porque los edificios se contaminan tanto que se vuelven inservibles. Demasiados puercos mueren. Entonces, recogen sus cosas y se van, y la comunidad se queda con los destrozos".
Curiosamente, uno de los campeones gubernamentales en apoyar al sistema de contratación de producción y de las fábricas porcinas es la Reserva Federal, la cual se supone que regula el dinero y el crédito, no la agricultura. La primavera pasada, el Centro para el Estudio de la America Rural del Banco de la Reserva Federal en Kansas patrocinó una serie de conferencias sobre desarrollo económico rural llamada "Más allá de la agricultura". Mark Drabenstott, el director del centro, ha promovido incansablemente el concepto de fábrica como la inevitable ola del futuro y argumenta que la consolidación corporativa permite que las comunidades rurales dejen a un lado los temas granjeros para que vayan tras prospectos más brillantes de desarrollo.
Un orador en la conferencia federal, un funcionario italiano de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico, sugirió que quizá aún se necesite de los pequeños agricultores en la tierra, al menos para proteger la hermosa vista. "Es cierto que en Toscania -concedió Mario Pezzini-, si quitamos todos los olivos, la belleza de la región se echaría a perder".
El profesor Thomas Johnson, un economista agrícola de Missouri, describió un peor retrato del futuro. Johnson previno a la conferencia de la Fed de un escenario emergente de "comunidades rurales aisladas" donde están localizadas la mayoría de las grandes fábricas granjeras y las empacadoras. Las fábricas de alimentos operarán con las tecnologías más avanzadas; sin embargo, los servicios públicos, especialmente los educativos, serán mínimos. Los ingresos serán significativamente menores, la población estable o en descenso, la base de gravación débil y en erosión. "Estas comunidades competirán con las ciudades como el principal destino de los inmigrantes internacionales -dijo Johnson-. Estos inmigrantes trabajarán, por lo general, por salarios mínimos para las empresas procesadoras agrícolas de valor agregado u otras manufactureras". Esta pauta ya es visible en algunos lugares rurales alejados y en las reservas de indios, sitios que la agroindustria escogió suponiendo que la gente muy pobre no objetaría nada que prometiera darles un pequeño ingreso.
En otras palabras, este complejo sistema corporativo para la producción de alimentos está en vías de crear nuevos espacios de pobreza a través de la próspera América, lugares donde personas con pocos ingresos o influencias están en un ambiente degradante tanto física como socialmente. Si se piensa en la historia, esto es lo que hicieron las industrias emergentes del carbón y el acero hace un siglo, cuando los trabajadores inmigrantes se amontonaban en los campamentos del carbón y en los pueblos con molinos. El gobierno aún está lidiando con el desorden que dejaron estas industrias, y los contruibuyentes algún día pagarán por el nuevo caos que está generando la agroindustria. La comida barata impone sus costos a muchas víctimas en una variedad de maneras.
En primer lugar, considera la situación de los trabajadores. La industria empacadora que se está consolidando primero incrementó su "eficiencia" acabando con los sindicatos y bajando los salarios, y después, atrayendo a trabajadores inmigrantes a las labores sucias y peligrosas. Más tarde, las compañías aceleraron las líneas de montaje, y el Departamento de Agricultura se adaptó a la producción de alta velocidad con la "modernización" de su sistema de supervisión. El profesor Ronald Cotterill, una autoridad antimonopolios del Centro de Política de la Mercadotecnia Alimenticia en la Universidad de Connecticut, describió las condiciones laborales actuales como "claramente más peligrosas y en situación de debilidad que cuando Upton Sinclair escribió La Jungla" en 1906. Algunos trabajadores valientes se están rebelando. En Omaha, una campaña dirigida por los Trabajadores Comerciales y de la Alimentación Unidos y la organización comunitaria religiosa Omaha Juntos-Una Comunidad, de la Fundación de las Areas Industriales, ha agrupado a la mayoría de los trabajadores en la empacadora de res de ConAgra. Los trabajadores demandan el reconocimiento de su sindicato.
Después, está la salud pública. El envenenamiento por salmonelosis está de vuelta, gracias a la mayor eficiencia en los mataderos y en la supervisión de la carne. Del mismo modo en que la línea de montaje fue acelerada para los trabajadores, las fábricas granjeras también aceleraron el ciclo nacimiento-muerte de los animales con fuertes inyecciones de antibióticos y hormonas estimulantes del crecimiento. Los europeos, temerosos de los residuos químicos en los alimentos, prohíben tales prácticas, y el gobierno estadunidense responde denunciando que tales preocupaciones son barreras al libre comercio. Nadie sabe cuáles podrán ser las consecuencias en la salud humana. La Organización para los Mercados Competitivos advierte: "Es probable que la acelerada acumulación de agentes patógenos y químicos en la superficie del agua -mucha de la cual se debe a un manejo inadecuado de los desperdicios animales- llevará a algún brote de una infección mayor o a problemas de salud en los próximos años". Los temas de salud incluyen el uso excesivo de antibióticos; el surgimiento de nuevos agentes patógenos resistentes a los antibióticos; los efectos en los niños de la hormona del crecimiento en los productos lácteos; y el riesgo de migraciones genéticas no previstas de las semillas biotecnológicas. Nos informan que la mariposa monarca puede pagar el precio del maíz transgénico. Muchas veces los reguladores gubernamentales terminan siendo ineficaces guardianes de la alimentación segura. En Gran Bretaña, la amenaza de la enfermedad de las vacas locas se mantuvo en secreto hasta que la gente comenzó a morirse. En Estados Unidos, Aventis ganó la aprobación de EPA para vender semillas de maíz transgénicas con la promesa de que mantendría el maíz aislado del consumo humano, pero terminó utilizándose para la elaboración de tortillas.
También está el tema de la seguridad alimentaria. Dada la usual abundancia de comida, es inquietante escuchar a los expertos agrícolas explicar cómo podría tener lugar una repentina crisis en la producción alimenticia estadunidense. Según William Heffernan, de Missouri, "el control de la genética animal se está concentrando, y la base genética de los animales domésticos se está reduciendo. Por ejemplo, más de 90% de todos los pavos producidos de manera comercial en el mundo vienen de tres bandadas de crianza. El sistema está listo para que evolucione un nuevo tipo de gripa avícola para la cual estos pájaros no tendrían ninguna resistencia. Hay preocupaciones similares en el caso de la genética con puercos, pollos y ganado". La seguridad alimentaria también puede estar amenazada por las frágiles condiciones económicas de los productores y por los cambios extremosos en los precios. "Si tuviésemos dos sequías al hilo, como en 1988 -advierte Daryll Ray, de Tennessee-, ve- ríamos a los granjeros matando a sus animales y sufriríamos de escasez alimenticia".
(...)
*Tractores y abrazadores de árboles, šuníos!
El senador Paul Muegge, de Tonkawa, Oklahoma, un granjero de ganado y granos, quien preside la Comisión de Agricultura del Senado, bromeaba sobre su extraña reputación en la política de Oklahoma. "Me conocen como un loco abrazador de árboles -admite Muegge-. Hace tiempo, a mí y a unos amigos míos nos cayó el veinte de que no podíamos ganarle a los abrazadores de árboles; están en todos lados. Así que comenzamos a hablar con ellos, y en el lapso de un año, arreglamos algunas cosas. Teníamos alianzas con los granjeros y los ambientalistas en el tema de los desperdicios porcinos, y esa coalición simplemente arrasó en el estado". El canoso Muegge fue de los que persuadieron a la OCM a iniciar un diálogo más amplio sobre los alimentos.
La visión de la OCM no intenta crear estrategias políticas; presenta el panorama a detalle y propone algunas metas ambiciosas, entre las cuales están las siguientes:
* Fortalecer la aplicación de la ley antimonopólica. Si el Departamento de Justicia permanece pasivo, los gobiernos estatales y las demandas privadas pueden abrir el camino. El litigio no sólo debería explorar la posibilidad de romper las consolidaciones existentes, sino también desarrollar una doctrina antimonopólica más amplia que equilibre los precios del productor con las consecuencias antisociales del poder monopólico.
* Estabilizar el sistema productivo. La OCM propone construir una reserva global de alimentos, coordinado con otras de las naciones principales productoras de granos, que pueda reducir las alzas y bajas de precios, sin restablecer el viejo sistema de apoyo a los precios. Las reservas alimentarias también servirían como el "fondo para un día lluvioso", protegiendo contra los riesgos de producción causados por el clima o catástrofes genéticas.
* Un sistema de alimentos sanos. El gobierno podría cambiar la dirección de la política agrícola si los consumidores, ricos y pobres, participaran en su creación. En vez de subsidiar el sistema industrializado, los fondos públicos estarían destinados a los granjeros que estuvieran en el difícil tránsito a trabajar la granja de manera alternativa, sustentable y humana, aunque tengan beneficios menores. La investigación agrícola se volvería a enfocar en objetivos sociales. Las campañas para exigir etiquetado honesto y la eliminación de condiciones laborales peligrosas y el uso de antibióticos también serían prioridades.
Nadie debe hacerse ilusiones sobre lo difícil que será reformar nuestro sistema alimentario actual, o sobre lo difícil que es para la gente del campo y de la ciudad hacer a un lado sus diferencias y aprender a hacer política en la misma página. De todos modos, como dice Tom Linzey, el sistema alimentario tiene que cambiar, por nuestro bien y por el del futuro. Los granjeros como Fred Stokes y Paul Muegge, que comenzaron el diálogo, abrieron una puerta a una nueva manera de hacer política, dejando a un lado los viejos estereotipos que dividen a millones de estadunidenses que deberían ser aliados. Si las almas gemelas devuelven el favor, algo importante -quizá hasta poderoso- podría surgir.* (Traducción: Tania Molina)