DOMINGO Ť 14 Ť ENERO Ť 2001
Ť Obtiene La Jornada nuevas cintas acerca de la vida en el penal La Palma
Los reos de Almoloya saben que son videograbados: Seguridad Pública
Ť Imágenes de una mujer que no se resigna a la vigilancia y el periplo de un interno que cantó
GUSTAVO CASTILLO
El 9 de enero, el director general de Prevención y Readaptación Social, dependiente de la Secretaría de Seguridad Pública (SSP), Enrique Pérez Rodríguez, afirmó que los internos del penal de máxima seguridad de Almoloya de Juárez "saben que existen videocámaras con las que son grabados todo el tiempo, porque están a la vista". Esta es una nueva historia del centro penitenciario recién bautizado por las autoridades federales como La Palma.
La videograbación proporcionado por el abogado Félix Garza, contiene nuevas imágenes, nuevos testimonios de la vida en Almoloya, es una primicia para los lectores de La Jornada, igual que ocurrió con las dos primeras cintas del interior de las celdas.
La interna de la estancia 11c, localizada en el Centro de Observación y Clasificación (COC), se para en su "cama" de cemento, observa una de las paredes de su dormitorio, toma en sus manos pedazos de papel, los enrolla, trepa a uno de los buroes de concreto que hay en su dormitorio y tapona algún hueco.
Es la una de la tarde con 13 minutos del 11 de agosto de 1999. Una videocámara vigila la estancia. La interna lo sabe, pero no conoce el sitio donde se encuentra la cámara. En un afán por que ya no la graben, toma otro pedazo de papel y quiere tapar cualquier orificio en la pared... busca y busca.
Su cara se acerca a la esquina donde se haya el artefacto, su mano pasa por encima de la lente. No se percata que está frente a su objetivo: el ojo electrónico que la ha visto desnuda, lavarse medio cuerpo en el lavabo de su estancia, colocarse su ropa interior, su sudadera. Todo, todo, como en 1984 de Orwel, es videograbado. Ella quizá no sabe quién es Orwel, pero no importa: ella vive la realidad, la ficción ya no existe.
La lente, colocada en algún sitio invisible la ha captado en los momentos de depresión, en los cuales, con la luz apagada, se sienta en el piso, junto a la reja que limita su camino hacia otras estancias, hacia los salones de usos múltiples, donde le dan clases de cultora de belleza; hacia los cuartos destinados para los exámenes sicológicos, y hacia los patios donde cada día recibe sólo por una hora los rayos del sol y puede mirar el cielo.
La videocámara ha visto cómo han llegado custodios a conminarla a que se vaya a acostar, pero ella, con la cabeza entre las manos y las rodillas juntas se niega. Igual que ocurrió el 11 de mayo de 1999.
Respeto a los derechos humanos
El mismo 9 de enero, Enrique Pérez Rodríguez aseguró a dos televisoras que "definitivamente no hay violación de los derechos humanos en este centro penitenciario federal; al contrario, hay un respeto absoluto por la dignidad de los internos y sus derechos humanos. Se tiene bien establecido en la normatividad existente, es una premisa el respeto absoluto a los derechos humanos, a las leyes de nuestro país y a los acuerdos internacionales, como el de San José, y otros que están en vigor".
El 7 de febrero de 1999, uno de los internos que fue videograbado cuando intimaba (como se informó el 30 de diciembre pasado), se encontraba en el patio número 8, que estaba anegado, había llovido. El estaba en su silla de ruedas comiéndose lo que parecía un pan o una fruta. La videocámara -localizada en la parte alta del alambre de púas, que está sobre la barda que limita el lugar- registró todos sus movimientos.
Dos minutos de grabación y llegó hasta él un custodio, le pidió que le mostrara lo que tenía en las manos, luego lo hizo levantarse. El agente de seguridad revisó el asiento de la silla de ruedas, cuando se percató que el recluso no tenía nada prohibido y se retiró del lugar, en ese momento la videocámara dejó de grabar al preso, que caminaba por el anegado patio.
El funcionario dijo que "no hay nadie atrás de un monitor instalado en determinada área viendo con malicia o con otro fin que no sea el de la seguridad"; que las videocámaras que "existen en todos los pasillos y áreas están a la vista", que los materiales "una vez que son analizados y revisados, se reciclan para la propia institución".
Tal vez eso ocurrió con la grabación del siguiente hecho: a las tres de la tarde del 26 de julio de 1999, la videocámara número 44, instalada en el pasillo del dormitorio A, grabó que un interno advirtió que uno de los compañeros estaba golpeado en el interior de su celda, que llamó a un custodio y éste a otros.
No pasaron ni 30 segundos (de acuerdo con el contador del video y que está en la grabación original), cuando al lugar llegaron dos médicos y cinco integrantes del cuerpo de seguridad. Los galenos ya iban preparados con un maletín.
No hay registro de quién o quiénes golpearon al interno. Pero desde celdas contiguas, inmediatamente que llegaron los custodios, salieron manos y en ellas espejos en un intento por observar lo que pasaba.
El registro de imágenes documenta que hasta pasadas las siete de la noche, el interno lesionado fue sacado de su celda, conducido por diversos pasillos, entre ellos, el V6B. Prácticamente era cargado por dos custodios. Su andar era trastabillante, iba con la espalda encorvada, con la mano izquierda sostenía una especie de trapo arriba de su frente.
El recluso regresó al dormitorio a las nueve de la noche con cuatro minutos, la videocámara registró el momento en que el custodio que lo acompañaba lo dejó en la reja de acceso. No lo introdujo de manera inmediata en su estancia, le permitió caminar una a una cuatro celdas más.
El herido arrastraba la pierna izquierda. A cada celda que llegaba su mano derecha se levantaba a la altura de su boca. Parecía lanzar besos. Luego se tocaba la frente. Cuando hacía esos ademanes, su mirada se dirigía al suelo.
Es la forma de pedir perdón entre presos. Los espejos seguían apareciendo. El seguía su recorrido, a cada celda que llegaba, esperaba que una mano del interno a quien pedía perdón le tocara el hombro, esa era la señal de haber sido perdonado.
En la penúltima estancia que se paró, se quitó la chamarra, mostró su mano izquierda. Sus dedos estaban entablillados. Cuando le tocaron el hombro, él inició el regreso a su celda. El custodio lo seguía esperando. Cuando llegó a su estancia se metió, entonces el agente de seguridad cerró las rejas.
Supuestamente, la golpiza se la propinaron por haber "cantado", es decir, hablar de más y afectar a sus compañeros. Tenía que pedir perdón.
Esta es la segunda ocasión que La Jornada da cuenta originalmente del caso. Las fotografías que aquí se difundieron, fueron transmitidas en video por una televisora casi una semana después. Se desataron multitud de declaraciones. Entre ellas, la del presidente de la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH), José Luis Soberanes, quien considera que en Almoloya de Juárez no se violan los derechos humanos, pese a que abogados defensores, familiares y ex visitadores de ese organismo consideran lo contrario.