Leonardo García Tsao
La incultura del video
Por la frecuencia con la que uno se queja de la pobreza de la cartelera, se tiende a olvidar otra igualmente alarmante: la del mercado de video. Basta una visita casual al videoclub de confianza para darse cuenta que la oferta es básicamente la misma: un dominio de cintas hollywoodenses de reciente producción, apenas complementada por los títulos nacionales más populares en los últimos tiempos.
El cine de otras latitudes es excepcional y casi siempre corre por cuenta de marcas independientes o culturales. Me asomé a un Blockbuster para documentar esas carencias y en los amplios anaqueles dedicados a los estrenos más recientes, encontré dos solitarios ejemplos de cintas no habladas en inglés o español: la francesa Lautrec y la yugoslava Barril de pólvora, exhibidas de manera fugaz en la cartelera.
Inútil buscar películas anteriores a 1980. Del Hollywood clásico sólo se difunden caballitos de batalla como Casablanca o El ciudadano Kane, o casos aparte como la reciente promoción de Hitchcock. La obra de Kurosawa, por otra parte, es exclusiva de una colección del Conaculta que lleva varios años juntando polvo en donde se encuentre. Vaya, incluso dar con películas mexicanas de los años 70, por decir algo, es prácticamente imposible.
Por lo mismo, son escasas las marcas interesadas por el llamado cine de autor. Compañías como la desaparecida Quimera o Macondo han debido asociarse a Videovisa para editar colecciones especiales, como Muestra del Cine Mundial, integrada por excelentes títulos europeos y asiáticos, muchos de los cuales se vieron así por vez primera. No se han de haber vendido o rentado muchas unidades, pues la experiencia no se ha repetido.
En México la cultura del video es tan poco exigente que ninguna marca se ha preocupado por respetar el encuadre de pantalla ancha, las versiones que en Estados Unidos se denominan letterbox o widescreen. A nadie parece importarle que las películas, como explica la leyenda "han sido modificadas de su versión original para ajustarse a su pantalla". (La ignorancia es tal que, cuando en el canal 22 se han exhibido películas que preservan el encuadre original con las consabidas franjas negras, la gente llama para quejarse).
La desinformación parte también de los propios medios. Son una nulidad las secciones en diarios o revistas dedicadas a estrenos en video, en tanto parecen más bien boletines de promoción, animados no por una postura crítica sino una actitud oportunista: el elogiar a todas las compañías con adjetivos publicitarios tiene por objetivo procurar muestras gratis.
Control de calidad tampoco hay. Eso sí, Videovisa ?que distribuye la mayoría de los productos de los consorcios hollywoodenses? garantiza una satisfactoria calidad de imagen y sonido. Otra marca confiable como Quality también. De ahí en fuera todo es un arriesgue. En mi experiencia personal adquirir videos de Videomax, por ejemplo, ha sido una oportunidad ideal para visitar la Profeco. Editada en la serie dizque Gold de esa marca estafadora, la copia de Trois couleurs: bleu, de Kieslowski, hubiera sido indigna de los piratas de Tepito. Un supuesto hallazgo fue localizar fuera de catálogo videos de Sabueso, de Mann, y Tráiganme la cabeza de Alfredo García, de Peckinpah, --retituladas Cacería humana y La cabeza de Alfredo García, claro--con el detalle que venían copiadas en velocidad EP, sin advertencia en la caja.
El colmo fue comprar un video que, según la portada, correspondía a La muerte ronda en la noche, una joyita de horror Hammer dirigida por Roy Ward Baker. El verdadero horror fue descubrir que en realidad contenía una espeluznante versión musical (!) de Dr. Jekyll y Mr. Hyde, hecha para la TV en 1973 con un Kirk Douglas de capa caída. En mi pueblo a eso le llaman fraude.