viernes Ť 12 Ť enero Ť 2001

Horacio Labastida

La democracia en México y López Obrador

El término democracia, igual que otros muy frecuentes en el discurso político, se ha visto agraviado por anfibologías que confunden el juicio de la gente, por cuanto que en la confusión suelen cobijarse abominables tiranías, según lo acredita la historia política latinoamericana desde los primeros años de su independencia. Sin embargo, los graves quebrantos que ha sufrido la idea democrática no impiden la develación de connotaciones esperanzadoras si en cuenta se tienen las luchas entre apretados círculos privilegiados y las masas carentes hasta del sustento diario.

En términos generales, es posible advertir en la democracia áreas de distinta significación. La democracia en Atenas y en la República Romana fue el gobierno de una minoría ciudadana rica e influyente por sobre la mayoría ciudadana no influyente ni rica, quedando claro de inmediato que la enorme población esclava era ajena a las sociedades política y civil. Nadie apreció lo que Sócrates trató de demostrar al enseñar matemáticas a un esclavo; el exitoso aprendizaje no cambió la condición del discípulo, mero objeto del patrimonio gozado por el dueño. Los romanos decían que en el reino había dos clases de animales, los que emiten sonidos articulados y los que emiten sonidos inarticulados. Y así, en un mar de incertidumbres, Aristóteles temía a la democracia por su propensión a convertirse en demagogia. Aquella democracia clásica, en la que gran parte del pueblo no era pueblo por ser esclava, concluyó sus tribulaciones en la derrota que sufrió durante la llamada Guerra del Peloponeso, o bien al establecer Augusto el Imperio Romano.

La segunda gran oleada democrática tuvo su cuna en la Inglaterra del siglo xvii, luego de la rebelión de Oliver Cromwell y sus pininos republicanos, precisamente al triunfo de la Gloriosa Revolución y del trono adjudicado a Guillermo de Orange junto con el naciente parlamento de aristócratas y opulentos burgueses sedientos de poder político, y en esta prístina cuna hallarían fecundas semillas en los fines del siglo xviii, tanto la explosión del capitalismo industrial de Inglaterra cuanto las revoluciones estadunidense y francesa, muy semejantes por haber dado curso no al mando de la voluntad popular y sí a gobiernos determinados por los victoriosos señores del dinero. Cierto, aquel nuevo poder económico se ha servido hasta el presente, aprovechándolo, del poder político disfrazado con las engañosas vestiduras del sufragio ciudadano.

El pueblo elige a sus autoridades para que éstas, haciéndolo a un lado, transformen en decisión pública la decisión de las elites acaudaladas, cuyo concepto de justicia social se identifica con la caridad. En el orto del siglo xx los porfiristas acostumbraban, los fines de semana, repartir bolillos y frijoles a cuanto pobre esperaba a las puertas de los palacetes de hacendados que vivían en las ciudades.

Sin embargo, no todos han caído en el engaño de igualar democracia y plutocracia por razones muy sencillas. Sobre todo la democracia es, de acuerdo con las comunidades zapatistas del EZLN, un mandar obedeciendo, o sea la aplicación del poder político en función de las demandas de la población y no de las castas opulentas; y ésta es la categoría democrática que aprobaron los insurgentes de 1813, al solicitar del constituyente de la época la institucionalización de una república popular, y los constituyentes revolucionarios reunidos en Querétaro en los finales y principios de 1916 y 1917; y toda la historia posterior a partir del régimen Obregón-Calles es una historia de gobiernos extraños a la inmensa mayoría de los mexicanos, con la eminente excepción de la administración de Lázaro Cárdenas, en la que abiertamente se apoyó a campesinos, obreros y clases medias, en los términos previstos por la Carta Magna.

Ahora el jefe de Gobierno del Distrito Federal surge como otra distinguida excepción. Tres acontecimientos inusitados lo prueban. Nadie se había ocupado nunca de los miles de viejos abandonados, desprotegidos o hambrientos que pululan en la ciudad. Su tercera edad los llevaría a la muerte solitaria en las calles o en los hospitales de balde, sin atención médica ni el calor de sus semejantes, y echando mano de recursos protegidos por la honestidad de una administración, esa población contará con una ayuda monetaria mensual y asistencia médica, incluidos los fármacos indispensables; y en el inicio de esta semana se anunció que para agosto próximo la capital de la República contará con 15 preparatorias y la Universidad del Distrito Federal, gratuitas y públicas, medidas adoptadas al mismo tiempo que se solicita en reuniones con ciudadanos su participación en los órganos oficiales, a fin de que en todo caso reflejen de manera válida con voz y voto, la opinión de los distintos estratos de la sociedad.

Un gobierno que atiende las necesidades de los gobernados y que manda con base en la voluntad general, es el sentido profundo de la democracia anhelada por las más nobles generaciones mexicanas.