MIERCOLES Ť 10 Ť ENERO Ť 2001

Alejandro Nadal

Seattle: un año de promesas rotas

En diciembre de 1999, la reunión ministerial de la Organización Mundial de Comercio (OMC) se llevó a cabo en medio de enconadas protestas. El objetivo del encuentro era promover una nueva ronda de negociaciones multilaterales sobre comercio, inversiones extranjeras, propiedad intelectual, servicios y asuntos laborales.

La reunión fracasó, no tanto por las protestas como por la confrontación entre países ricos y pobres que se venía gestando en la OMC. El único resultado de Seattle fue que los países ricos prometieron adoptar medidas destinadas a reconstruir la confianza entre los miembros de la OMC.

Pero un año después, los países ricos no han cumplido su palabra. Y como resultado, la confrontación entre países desarrollados y pobres se ha profundizado en alrededor de cinco problemas.

El primero es que muchos países pobres han enfrentado dificultades al aplicar los acuerdos emanados de la Ronda Uruguay y solicitaron en Seattle un trato especial. De acuerdo con su postura, antes de lanzar nuevas negociaciones sería mejor solucionar esos problemas. En Seattle se ofrecieron garantías de que sus preocupaciones serían tomadas en cuenta. Pero durante el último año los países ricos endurecieron su posición, sosteniendo que los acuerdos firmados son vinculatorios y deben cumplirse al pie de la letra. De acuerdo con este enfoque, las inquietudes de los países pobres sólo podrían atenderse a través de una nueva ronda de negociaciones multilaterales, regresando así al objetivo original de la reunión de Seattle. Esta ha sido la perspectiva de Mike Moore, director de la OMC, en su reciente viaje por América Latina.

El segundo problema es la negativa de los países ricos para reducir sus astronómicos subsidios a la agricultura. Estos subsidios superan los 360 mil millones de dólares anuales en los países de la OCDE y constituyen la base de las exportaciones de productos agrícolas baratos que destruyen los sistemas de producción agrícola y deterioran el nivel de vida de millones de productores, desde Zimbabwe hasta Filipinas. Al mismo tiempo, los países ricos siguen presionando a los pobres para que reduzcan el apoyo a la agricultura. El gobierno mexicano ha seguido a pie juntillas sus instrucciones.

El tercer problema proviene de la presión sobre los países pobres para acelerar la apertura en el marco del Acuerdo sobre comercio y servicios (GATS). Los países ricos buscan además ampliar la cobertura del GATS a la prestación de servicios de salud y asistencia social, educación y servicios municipales como la distribución de agua. De lograrse esta apertura, los sistemas de salud pública y otros servicios municipales sufrirían cambios de gran envergadura, no siempre favorables.

El cuarto problema se relaciona con el periodo de transición fijado en los acuerdos sobre propiedad intelectual (TRIPS) y el de medidas relacionadas con la inversión extranjera (TRIMS). Durante esos periodos de transición los países pobres no están obligados a acatar algunos compromisos adquiridos. En Seattle los países ricos prometieron respetar escrupulosamente los lapsos de transición, pero su impaciencia ganó y ahora exigen a las naciones pobres el pleno cumplimiento de las obligaciones, amenazando iniciar procesos de solución de controversias en el seno de la OMC. Por cierto, esto es un obstáculo adicional para reformar el controvertido capítulo sobre solución de controversias.

El quinto problema concierne a un artículo clave del TRIPS. Ese artículo es el 27.3(b) que permite las patentes sobre formas de vida (microorganismos y procesos esencialmente biológicos). Este es uno de los artículos más controvertidos y el TRIPS ordena una revisión de esta disposición en el año 2000. Sin embargo, Estados Unidos y la Unión Europea han unido fuerzas para impedir dicho examen, en contra de la posición de muchos países de Africa, Asia y América Latina.

Detrás de este proceso se encuentra la influencia de las empresas trasnacionales. Su presencia en todos los niveles y temas de las negociaciones las convierten en el verdadero motor de la OMC. Los ejemplos sobran: las empresas gigantes de la agrobiotecnología inciden en las negociaciones sobre agricultura; los bancos y corredurías en las negociaciones sobre servicios financieros; las de la industria farmacéutica en las negociaciones sobre propiedad intelectual. El catálogo de promesas rotas va de la mano con un descarado tráfico de influencias en el seno de la OMC.

En México, la Secretaría de Relaciones Exteriores pretende retomar la conducción de las negociaciones comerciales. Si quiere introducir cambios más allá de formalismos, deberá comenzar deslindándose de las posiciones de los países ricos y de sus empresas trasnacionales que no representan los intereses económicos de México.