MIERCOLES Ť 10 Ť ENERO Ť 2001
José Steinsleger
Democracias del olvido
Las novelas del italiano Curzio Malaparte (1898-1957, Italia bárbara, Técnica del golpe de Estado, Sodoma y Gomorra, Kaputt, La piel) contribuyeron a modelar la sensibilidad y la conciencia de generaciones frente a los extremos de la guerra y de la crueldad humana. Las obras de Malaparte ya no tienen "mercado" y duermen con las etiquetas del "naturalismo extremo", pero el contenido de La piel reapareció espectacularmente en 1999.
En este libro, Curzio Malaparte narra los métodos de los ustachis, aquellos fascistas croatas que en la Segunda Guerra Mundial apenas podían ser contenidos por la Gestapo. En desoladas imágenes, Malaparte describe a los subordinados del comandante Dinko Ljubomir Sakic, quienes arrancaban los ojos de los prisioneros vivos en el campo de concentración de Jasenovac.
En junio de 1998, Sakic fue detenido en Argentina y extraditado a Zagreb, donde un tribunal lo acusó de la muerte de 2 mil prisioneros judíos, serbios, gitanos y croatas antifascistas. El veredicto de octubre de 1999 afirma que Sakic violó el derecho internacional, ordenó asesinatos, torturas y tratos antihumanos hacia la población civil.
Igualmente, en octubre de 1999, la justicia de Francia condenó al nazi Maurice Papon, culpable de la deportación de mil 500 judíos franceses durante el gobierno colaboracionista de Vichy. Arrestado en Suiza, Papon había sido enviado a Francia horas después de que la justicia girase el pedido de extradición.
El presidente Jacques Chirac (derecha) y el primer ministro Lionel Jospin (izquierda aguada) agradecieron a Suiza su rápida intervención en el arresto del nazi. En ambas naciones, la justicia razonó con el espíritu de Drazen Tripalao, presidente del tribunal de Zagreb: "Este juicio -dijo el juez- debe servir de prueba a todos los que cometan crímenes de guerra contra la población civil de que, tarde o temprano, tendrán que comparecer ante la justicia y que sus crímenes no caducarán".
A la hora del juicio, Sakic tenía 78 años y Papon andaba cerca de los 90 años. ƑQué hubiese pasado en Europa, en esa Europa que tantos envidian y anhelan imitar, si alguien hubiese planteado la consideración "humanitaria" de estos criminales "atendiendo su avanzada edad o estado de salud"? Impensable.
En cambio, si el general chileno Augusto Pinochet no se presenta ante el juez porque le duele el dedo gordo del pie, el magistrado anuncia que interrogará al genocida en su casa de campo mientras los diplomáticos hablan de la ejemplar "transición democrática" del país andino y los intelectuales declaran que "es más fácil y cómoda la condena contra alguien que ya fue enjuiciado por la historia". (Jorge Edwards, premio Cervantes de Literatura, Proceso, 3/9/2000).
Opinión que, justamente, coincide con la de Pinochet: "Mirar hacia el futuro y dejar atrás las divisiones del pasado...". O la de Alvaro García, ministro secretario del presidente Ricardo Lagos: "Lo que al gobierno le interesa es que se fortalezca la unidad nacional a través de los desafíos del futuro, no tratando de construir una visión común del pasado" (La Jornada, 5/9/2000). O sea, el olvido complaciente de todo aquello que las sociedades europeas aprendieron a construir: una visión común sobre los horrores del pasado.
Visión sesgada, si tales asuntos tienen que ver con América Latina. En los años 80, algunos familiares de Rigoberta Menchú, premio Nobel de la Paz 1992, buscaron refugio en la embajada de España en Guatemala, y allí fueron asesinados por los militares. En diciembre de 1999 Rigoberta presentó una demanda ante la justicia española en contra de los ex dictadores de su país. Pero la fiscalía manifestó que la denuncia no correspondía a los juzgados españoles, los militares la acusaron de "traición a la patria" y en la prensa de Estados Unidos empezó una campaña contra ella que tuvo eco en una revista de intelectuales mexicanos.
En 1999, la mayoría de los legisladores de la provincia argentina de Tucumán respaldó al juez español Baltasar Garzón, quien encontró culpable al general Domingo Bussi de crímenes de los que había resultado amnistiado por las leyes de Punto Final y Obediencia Debida. El pronunciamiento coincidió con la visita a Buenos Aires del presidente del Parlamento europeo, José María Robles Gil, quien luego de ser condecorado por el presidente Carlos Menem, declaró tener dudas de que las iniciativas de Garzón tuviesen legalidad jurídica.
Como los países de Europa son modernos, globalizados, independientes, civilizados y soberanos, la condena de los criminales de guerra, lejos de dar pie a debates bizantinos, enriquecen las ideas acerca de lo que debe ser la democracia. Cosa distinta a lo que pasa en América Latina, donde las llamadas democracias se sienten muy ofendidas cuando otros Estados toman medidas que cuestionan su real estado de justicia.