SABADO Ť 6 Ť ENERO Ť 2001
Edward W. Said
Elecciones en EU: Ƒsistema o farsa?
Por más de un mes, el mundo entero observó perplejo el espectáculo de las no resueltas elecciones presidenciales estadunidenses, al tiempo que George W. Bush y Al Gore empleaban a batallones de abogados para disputarse un re-sultado muy cerrado, tanto en Florida co-mo en las cortes supremas. El primer re-sultado que emergió de los sonidos y la furia de la contienda (además de la victoria que fue finalmente otorgada a Bush por una Corte Suprema notoriamente de derecha) fue el reconocimiento de que Es-tados Unidos no es tanto una sociedad de leyes como una sociedad de abogados. Es-ta es la nación más litigante de la tierra, en la que, si cuentas con suficiente dinero y poder, puedes hacer prácticamente lo que sea, incluso ganar una elección cuando está claro que perdiste. Más de 3 mil millones de dólares se gastaron en la campaña, dinero suficiente para reconstruir y financiar por completo el sistema escolar de cualquier ciudad mediana de Estados Unidos. Lo que estaba en juego, tal como lo apuntó el candidato ecologista Ralph Nader en su, al final, decepcionante campaña, es un sistema de preferencias y me-cenazgos. Para cada uno de los dos candidatos, uno de ellos hijo de un ex presidente y el otro hijo de un ex senador, la perspectiva de la presidencia era, sobre todo, una cuestión de poder. Poder para mantener a literalmente miles, si no a millones, en la próspera posición de cargos designados, empleados y cabilderos, así como a millones más en la industria, el ejército, la burocracia y las universidades. Todos es-tos sectores iban a beneficiarse en un ca-so, y a perder, relativamente, con la op-ción contraria. Así, con el regreso de la administración republicana en Washington habrá un retorno a la ciudad de las viejas huestes de Ronald Reagan y George Bush (padre), encabezadas por Dick Cheney y James Baker, quienes parecen haberse dedicado a hacer tiempo y jugar golf mientras el presidente Bill Clinton y su gente manejaban el mundo. Los cambios, en términos de riqueza y prestigio, no deben subestimarse.
Pero volviendo al tema de la ley y los abogados, después de años de estar enviando a observadores estadunidenses a supervisar elecciones en el Tercer Mundo, bajo el su-puesto de que los estadunidenses encabeza el proceso democrático en el mundo, me sorprende que Kabila, en Congo, y Mugabe, en Uganda, no hayan sugerido enviar a su gente a Estados Unidos a hacer encuestas y ayudar a manipular nuestras elecciones. Lo que quedó claro, tras los interminables reportes noticiosos desde Florida, fue que las elecciones en Estados Unidos son alarmantemente anticuadas, inequitativas, y se basan en reglas y leyes desordenadas, diseñadas para mantener excluido al mayor número posible de pobres y re-chazados. Más importante aún, el sistema ideológico de Estados Unidos --después de estar a punto de derrumbarse por completo-- nuevamente se salvó gracias al papeleo que logró retirar la atención de una lu-cha digna de la selva de todos contra todos, que es la realidad cuando se trata de ganar un premio último que consiste en el poder y el dinero.
Las inequidades de Florida fueron sólo de Florida. Si los recuentos hubiesen empezado en Iowa, Nuevo México, Wisconsin y Maryland, toda la estructura se habría desmoronado efectivamente, y revelado que se trata de un castillo de papel con ci-mientos muy débiles y diseñado, como puede verse en un análisis final, para evitar que el público piense a fondo y de manera crítica. ƑQué significa, por lo tanto, que un candidato haya ganado el voto popular y el otro haya ganado la elección debido a una decisión tomada por un jurado formado por nueve miembros de una Corte Suprema que fue elegida por cinco republicanos de derecha que votaron en favor de su partido, con base en la construcción de una aburrida defensa de los principios y la equidad que surgió de otros cuatro republicanos? Esto, ciertamente, no puede ser llamado democracia, ni tampoco todo lo que ocurrió.
Lo que yo sabía desde un principio es que no existe una ley federal uniforme de elección que garantice los mismos derechos y el mismo aparato electoral para cada ciudadano. En Florida, por ejemplo, el estado re-glamentó que nadie que haya sido acusado alguna vez de un delito tiene permitido vo-tar. Esto significa que cerca de un millón de personas, la mayoría de ellas pobres o ne-gros, no tuvieron derecho a votar por el presidente. Adicionalmente, cada estado del país tiene su propio tipo de máquina y estilo de votación: esto implica toda la ga-ma existente entre las máquinas más mo-dernas hasta los más primitivos trozos de papel perforados a mano. Por lo tanto, ca-be esperar cualquier cantidad de discrepancias en los resultados.
Existe, además, otro elemento. Sobre to-do en los estados del sur, donde los derechos civiles federales y los estatutos de vo-tación no son muy respetados, hubo mu-chas denuncias de negros (tanto familias como individuos) de que policías blancos les impidieron votar. Todo tipo de cargos exagerados fueron manufacturados como pretexto, desde conducir con una licencia invalidada hasta no haberse registrado. Debido a que el Partido Demócrata atrae el voto de los votantes indigentes y/o de minorías, quienes tienen la impresión de que los demócratas son más progresistas que los republicanos, esto implicó que Gore perdiera una buena cantidad de votos potenciales. Esto además de las 90 mil personas en Florida que votaron por Ralph Nader.
Como si esto fuera poco para dejar claro que George W. Bush no tenía absolutamente ninguna oportunidad real de convertirse en presidente a no ser como resultado de irregularidades físicas y políticas suscitadas en el estado, por demás reaccionario, de Florida, cuyo gobernador, Jeb Bush, es hermano de George, y donde existe además un sistema electoral antidemocrático heredado de la oligarquía y la esclavitud. El hecho que esto se haya tolerado es del todo inexplicable. El sistema se diseñó originalmente en el siglo XVIII para proteger a la propiedad y a la raza, de manera tal que la elección se celebrara sólo para que fuera vuelta a ratificar (o no) por un pequeño grupo de electores designados que confirmarían (o no) los resultados. Este es el gru-po que Bush ganó para su conveniencia, pese a que el voto popular (del principio una persona, un voto) estuvo en su contra.
ƑEs esto inusual? Sí y no. Es cierto que sólo hubo otra elección en la historia de Estados Unidos en la que fue posible que alguien ganara el voto popular y otro candidato se convirtiera en presidente, pero también es cierto que todo el sistema funciona esencialmente más como una forma de control que como un medio de participación democrática. Nunca sabremos cuántos abusos ocurrieron en el pasado. Sólo 2 por ciento de la población es dueño de 80 por ciento de la riqueza, y con el fin de conservar esta desproporción, las mayorías deben estar ideológicamente bajo control, o mantenerse fuera del sistema; de preferencia ambos. No más de 35 o 40 por ciento de los ciudadanos habilitados para votar lo hicieron porque pensaron, y con mucha razón, que su voto no significa lo que debería. Lo que cuenta es que los candidatos ricos puedan manipular los mecanismos del voto y/o los de los medios (de preferencia ambos) y garantizar la ausencia de cambios que ha mantenido a Estados Unidos como un país muy rico, sustentado por una clase media que aspira, o que cree que aspira, al sueño americano. Es la sobrevivencia de este sueño, con la subyacente convicción de que es necesario perpetuar su sistema, es lo que ha hecho que este país sea extraordinariamente anacrónico en comparación con otras democracias industrializadas. No es de extrañar que Estados Unidos haya desmantelado de manera efectiva la mayoría de los atributos del Estado social (con la ausencia de seguros de salud, seguro social, con los sindicatos perpetuamente amenazados, un sistema educacional mal fundamentado, e interminables quejas contra los "gastos del gobierno" en programas sociales, al mismo tiempo que el presupuesto de defensa excede los 350 mil millones de dólares, el más grande de la historia, y sistemas carcelarios y policiacos particularmente punitivos). El mercado se impone sobre todas las cosas, sin importar la justicia y seguridad a la que cada ciudadano tiene derecho.
No quiero que se me mal entienda y se crea que estoy diciendo que todos en Estados Unidos han sufrido un lavado de cerebro. Lejos de eso. Lo que quiero señalar es lo siguiente: a) el sistema favorece a los ricos y poderosos (una de las razones por las que Bush ganó fue que gastó más dinero que cualquiera), y de hecho, trabaja pa-ra preservar su ascendencia por múltiples vías, incluyendo los sistemas electoral e ideológico, al mismo tiempo que el mundo está inundado con la retórica estadunidense sobre la democracia y la libertad, la ma-yor parte de ella equivocada y propagandística; b) en realidad, existe una lucha constante en Estados Unidos en la que to-dos los que carecen de ventajas, incluidas las mujeres las minorías raciales y los trabajadores de bajos ingresos como los maestros y enfermeros, tratan de combatir al sistema con diversos grados de éxito. Pero en estos momentos la lucha es de lo más desalentadora, a medida de que los efectos del libre mercado socavan el trabajo en fa-vor de los grandes patrones que son mi-mados por el gobierno mediante leyes tributarias favorables, agujeros en las legislaciones de pagos a la seguridad social y prácticas laborales injustas.
Para mí, el sistema ideológico es el más interesante. Dado que llegué a este país hasta después de concluir mi educación secundaria, quedé sorprendido y sigo fascinado ante cómo la poderosa presencia de violencia y conflicto en esta sociedad es ru-tinariamente enmascarada y cubierta por una retórica todopoderosa y un interminable flujo de pensamiento pacificador, en el que se resalta la unidad del país, la perfección de la práctica y teoría democrática, la animada y siempre positiva influencia de la Constitución (que a pesar de ser un documento secular que reflejaba a los hombres ricos, blancos, tratantes de esclavos y an-glófilos que lo escribieron, es tratada con la reverencia que los buenos fundamentalistas de cualquier lugar reservan a sus escrituras). También resalta la satisfacción en torno al idealismo público y la total benevolencia hacia todo lo que se relacione con Estados Unidos, considerada la nación más excepcional que jamás haya existido. Sospecho que esto ya se inserta en los niños en la escuela, de manera que a los 12 o 13 años, la mayoría de los ellos --una vez que se impidió el nacimiento del sentido crítico del individuo-- se convierten en adultos que tienden a creer en todo esto, y en caso contrario, no tienen ni la menor oportunidad de lograr un espacio público para ex-presar sentimientos diferentes.
Es absolutamente cierto que en la co-rriente principal de esta cultura, el discurso es fuertemente vigilado: toda voz alternativa, radical o en desacuerdo es excluida por completo, o bien relegada y confinada a los márgenes en los que no tienen ninguna oportunidad de ganar aceptación. Esto ocurrió durante las elecciones del mes pa-sado. Tan pronto como la Suprema Corte emitió su escandalosa decisión, los comentaristas empezaron a tirar línea de cómo la democracia de Estados Unidos había quedado restaurada, la unidad nacional restablecida, y así hasta la náusea. Como si las fallas del sistema hubieran sido accidentes para el olvido, y no hubiera necesidad de seguir analizándolos.
Esto me lleva a mi argumento final, que es el desprecio por la historia y por el en-tendimiento racional que subyace al coro de manifestaciones individuales en cada uno de nosotros. La sutil pregunta es si la fabricación de un consentimiento voluntario es peor o mejor que la censura y la coerción. Parte de la purificación de la realidad que requiere el consentimiento ideológico es la idea del conocimiento de la historia, la historia crítica que articula toda la verdad y la violencia de la política estadunidense y que se opone a toda costa a la destructiva entidad que Focault y otros han llamado gobernabilidad. En el momento en que un gran número de personas desafía no sólo aspectos del sistema como la elección presidencial, sino su totalidad, la luz roja de alarma se enciende en los despachos de Es-tados Unidos, donde en realidad se toman las decisiones.
Recordemos que CNN, Time Warner, Disney, NBC, Sky News y el resto son parte de un mismo sistema ideológico, sirven a la misma clientela y son parte del mismo grupo diminuto de personas cuyos intereses se basan en que las cosas sigan como hasta ahora. La memoria es una inhibición, una posible amenaza a su hegemonía, de la misma forma en que es muy peligroso que un crítico siga atando cabos entre las instituciones supuestamente apolíticas como la Suprema Corte y la Constitución, y los in-tereses comerciales. No puede haber sido un mero accidente el que el principal juez de la Suprema Corte, Antonin Scalia, sea un reconocido republicano de derecha que redactó el dictamen del jurado en favor de George W. Bush (y por ende, en contra de un recuento completo), quien además tiene a dos hijos trabajando como abogados en el mismo bufete que representa a Bush. O bien que la esposa del juez Clarence Thomas, quien también es parte de la mayoría conservadora en favor de Bush en la corte, haya trabajado en los think tanks derechistas de Washington realizando estudios so-bre las personas que estaban siendo consideradas para formar el gabinete de Bush. Tampoco es casual que el máximo magistrado Rehnquist, también simpatizante de Bush, fue alguna vez un funcionario electoral reconocido por impedir que posibles antagonistas participaran en las elecciones de 1964 en Arizona. Es evidente que la consigna es mantener en funcionamiento al sistema, sin importar cuán difícil sea o cuántos obstaculos haya.
Sobre la disyuntiva de si Al Gore hubiera sido mejor presidente que Bush, ésta es una pregunta que deberá responderse tomando en cuenta estas constantes. Está claro que aquellos que votaron por Nader creen que sólo alguien ajeno al sistema, un candidato que habló de convertir a la democracia en un tema real, hubiera sido el único que im-plicaría una diferencia genuina.