SABADO Ť 6 Ť ENERO Ť 2001
Luis Gonzalez Souza
El beneficio de la lucha
Ahora sí no hay duda en que iniciamos año, siglo y milenio nuevos. Tal vez por eso tenemos tantos volcanes en erupción: el volcán electoral, el volcán ideológico, el volcán social, el volcán de la globalización, el volcán zapatista.... y hasta el Popocatépetl. Y es que la renovación de México ya era simplemente impostergable. Tantas décadas de asfixia autoritaria no las soporta ni Porfirio Díaz en su tumba.
Lo cierto, y enhorabuena, es que nuestros innumerables volcanes ya han vuelto a hablar. México está otra vez de pie, listo para reanudar su marcha histórica en pos de la dignidad: nacional, social, regional, comunitaria y de cada uno de sus pobladores. Obviamente, se espera una marcha más exitosa y duradera que las anteriores. Pero eso dependerá de nuestra capacidad para aprender y dejar atrás todo aquello que provocó tantas erupciones.
En particular se antoja urgente renovar nuestra cultura política y, muy en especial, nuestras visiones y costumbres en torno al poder. No más poder como un fin, sino como un medio para servir. No para servir a unos cuantos, sino a todos y todas. No más el poder a costa de lo que sea, únicamente un poder hermanado con la ética. Valores humanos por delante, valores mercantiles por atrás. En fin, no más luchas partidistas de tufo canibalesco. No más partidos a manera de impacientes escuadras retadoras: "Riégala en tu ejercicio del poder, para entrar yo al relevo (y entre más pronto, mejor)". ƑY el país? "sepa Dios" o, peor aún, "Ƒcuál país?".
Idealistas sí, mariguanos no. Sabemos bien que en cualquier sociedad, las pugnas partidistas son inevitables y hasta saludables. Tan saludables como la diversidad de culturas y cosmovisiones. Entendemos que los "pensamientos unidos", como las "verdades absolutas", tarde o temprano llevan al estancamiento. Pero una cosa es empujar una visión particular a fin de enriquecer la visión del conjunto, y otra muy distinta es hacerlo sólo por el gusto de dominar a las demás visiones. Una cosa es el partido-parte o el partido-aporte, otra el partido-bulldozer que todo lo atropella con tal de alcanzar el poder. Peor cuando ni a partido se llega, es decir, cuando el atropello corre a cuenta de un caudillo (o un cacique, o un mesías).
Grande e inesperada por muchos, la erupción electoral del 2 de julio todavía arroja lava más propia de la vieja, que de la nueva cultura política. Todavía no predomina un dimensionamiento objetivo del cambio ocurrido ni de los cambios posibles y deseables, una vez que el viejo régimen termine de morir. Todavía ocupan buena parte del escenario, lastres propios de la politiquería presidencialista. En el mejor de los casos tiende a quedar atrás el regateo digamos nomástico y/o monástico a lo que haga o deje de hacer el Presidente: regateo "nomás porque no es de mi partido", "nomás porque no es un monje que comulga con mis dogmas", o "nomás porque sólo me enseñaron a oponerme".
Pero este pequeño avance parece llevarnos a un nuevo atolladero, llamémosle socrático-tomista. Todo, o mucho, ahora tiende a girar alrededor de una suerte de síntesis entre la generosidad de Santo Tomás y la duda metódica de Sócrates: Ƒdebemos darle o no el "beneficio de la duda" a Vicente Fox? Seguimos, pues, en el pantano de la subcultura presidencialista. Insistimos en delegar el futuro del país a lo que piense, quiera y haga el Señor Presidente, en lugar de la sociedad.
A nuestro entender, sería mejor pasar al beneficio de la lucha, más no cualquiera, sino de una lucha renovada. Aun antes de la erupción electoral del 2 de julio, el presidencialismo a la mexicana ya había demostrado su desgaste. Correlativamente, la importancia de la sociedad en los destinos del país viene creciendo y comprobándose en los ámbitos más diversos, al menos desde el movimiento estudiantil de 1968 hasta la insurrección zapatista de 1994, no sólo vigente sino revigorizada.
Por lo demás, la historia enseña que sólo con luchas se alcanzan beneficios. Sin lucha, lo más que puede esperarse, son prebendas para pocos. Vaya, el propio Fox debe saberlo: si su gobierno ha de trascender, si el viejo régimen y la vieja cultura han de superarse en serio, la sociedad debe luchar más y mejor. Lo demás sólo alimenta dudas sin beneficio.