VIERNES Ť 5 Ť ENERO Ť 2001
Jorge Camil
Paisanos
Les esperan tiempos especialmente difíciles a los trabajadores migratorios mexicanos. Aún no toma posesión George W. Bush y ya ha comenzado el clamor de algunos sectores estadunidenses exigiendo la "defensa de la frontera sur", como si nuestros inofensivos compatriotas, y el millón de centroamericanos que han utilizado el trampolín de nuestra frontera norte en busca de oportunidades económicas, estuviesen empeñados en una improbable invasión militar del vecino país. A pesar de la ausencia de riesgo inminente, la "defensa" del territorio presenta ahora una oportunidad ideal para que Bush, perdedor del voto popular y elegido en medio de una inusitada polarización de la sociedad estadunidense, comience a legitimarse en el ejercicio con actos espectaculares de gobierno destinados a restañar heridas y conciliar a todos los actores políticos. En ese orden de ideas, el endurecimiento de las políticas migratorias sería un acto que aplaudirían a un tiempo tirios y troyanos: los trabajadores estadunidenses, temerosos de perder sus empleos y reacios a compartir los beneficios de la seguridad social con inmigrantes ilegales; los rancheros asesinos de la frontera, que salen de noche a "lamparear" mexicanos con el mismo entusiasmo que demuestran cuando se disponen a cazar codornices; los líderes sindicales (afiliados y contribuyentes importantes del Partido Demócrata) y los seguidores del nacionalismo furibundo representado por Pete Wilson y Jesse Helms.
Pero, Ƒcuál es el factor que justifica la preocupación de "proteger las fronteras"? Aparentemente, son los grandes movimientos migratorios previstos para el siglo xxi. Las "migraciones en cascada" anunciadas por Jacques Attali: de Africa hacia Europa, de Sudamérica a México y de México hacia Estados Unidos; la diáspora de decenas de millones de seres humanos golpeando las puertas de las fronteras nacionales, exigiendo el derecho a la supervivencia y obligando a los países anfitriones a proporcionarles educación y seguridad social. Porque la globalización, con todos sus beneficios, ha servido también para propagar la miseria entre la mitad de los habitantes del planeta. La ironía es que ahora se han volteado los papeles: frente a Bush, con una empañada legitimación electoral, surge un Vicente Fox fortalecido por el voto popular, que se propone lograr el libre tránsito de personas entre los miembros del TLC, exigir el respeto a los derechos humanos de los inmigrantes mexicanos y proteger a los paisanos que vuelven al territorio nacional. Eso coloca a los dos nuevos presidentes en un camino que puede conducir al proverbial choque de trenes.
Hay claros indicios de que Bush ha comenzado a caminar por la cuerda floja de los compromisos políticos, como lo demuestra la controvertida designación de John Ashcroft a la Procuraduría General de la nación. De ser aprobado por el Senado, Ashcroft, ex senador por Misuri acusado de votar contra las leyes que castigan los crímenes raciales y protegen los derechos humanos de las minorías, sería, irónicamente, el titular del Departamento de Justicia, la dependencia que controla al omnipotente Servicio de Inmigración y Naturalización (la migra: el flagelo histórico de los sufridos inmigrantes mexicanos). Estados Unidos tiene, ciertamente, el derecho soberano de cerrar sus fronteras, y la fuerza económica para intentar obligar a México a detener la emigración fronteriza. Pero, en el mundo transparente de hoy, los estadunidenses son custodios de la seguridad y respeto que merecen nuestros nacionales. Esta será, indudablemente, una de las áreas donde se pondrán a prueba las prioridades sociales, humanitarias y de política exterior del presidente Fox, así como la firmeza y habilidad diplomática de su gabinete. Por parte de Bush, desafortunadamente, sus primeras designaciones ratifican una clara intención de endurecer la política exterior de una superpotencia que muestra signos ominosos de querer regresar a la estrategia de la guerra fría, resistiéndose a ocupar su lugar como una potencia más en el mundo multipolar del siglo xxi.
Es loable que el presidente Fox reciba con su franca sonrisa a los miles de paisanos que cruzan la línea divisoria en sus flamantes automóviles cargados de regalos para las fiestas navideñas. Pero es más importante que la fuerza y el prestigio del nuevo Estado mexicano acompañen a quienes cruzan furtivamente la frontera a las tres de la mañana, muertos de miedo y tiritando de frío, en su penosa aventura rumbo a lo desconocido.