JUEVES Ť 4 Ť ENERO Ť 2001

Olga Harmony

Teatro francés contemporáneo

Las coediciones de la editorial El Milagro y CNCA-Fonca se apoyaron en la embajada de Francia, a través del CCC (Centro Cultural y de Cooperación) IFAL para entregarnos dos tomos de teatristas galos. El primero, dentro de la colección de textos de teoría teatral El apuntador, es el muy importante libro de Etienne Decroux, Palabras sobre el mimo. El reconocido padre de la mima contemporánea, cuyas lecciones influyeron en gente como Jean Louis Barrault y Marcel Marceau (y a quien podemos ver como el actor parlante que fue antes de dedicarse a la mima en Los hijos del paraíso, conseguible en video) no sólo expone puntos teóricos, sino incluso analiza una obra (el traductor César Jaime Rodríguez traduce ''pieza", lo que en México puede crear confusiones pues este término se usa entre los muchos discípulos de Usigli y su seguidora Luisa Josefina Hernández para nombrar un género dramático), Soldadito. Y aunque, como todos los grandes creadores descalifica el teatro que no es el suyo, su enseñanzas pueden aportar mucho a los actores parlantes. El bello tomito tiene un muy documentado prólogo de Corinne Soum y al final muestra fotografías de algunos montajes de Decroux.

El otro volumen es una antología de dramaturgos recopilada por Boris Schoemann, quien asimismo escribe el prólogo y revisa las traducciones. Leyendo al prologuista nos parece que habla de nuestro propio teatro, al tratar del director como dictador escénico y el regreso al texto y la palabra. Por cierto, y en contraste con Decroux, nos encontramos con un río de palabras en la mayoría de los textos, como si la acción externa, la propiamente escénica, no tuviera lugar.

Aunque el antologador pide que cada obra sea tomada como una unidad, sin requerir agrupamientos de tema o género, resulta evidente que estos dramaturgos coinciden, casi todos, en su preocupación por las guerras fratricidas y por su crítica del rechazo al diferente; en ello es muy posible que hayan influido los recientes sucesos en la ex Yugoslavia y el racismo que permea a la sociedad francesa en contra de los inmigrantes, sobre todo de sus ex colonias. Además, se percibe en muchos de ellos un temor a un Estado represivo a veces con humor, como en la divertida y al mismo tiempo estremecedora Dirección gritadero de Guy Foissy, a veces como inquietante indagación de la individualidad, como en Por un sí o por un no de la teórica del extinto nuveau roman, Nathalie Serraute.

Probablemente, de todos los autores presentados el más conocido por nosotros sea Jean-Claude Carriere, no sólo por sus colaboraciones con distinguidos cineastas -su adaptación del Mahabarata para Peter Brook ha pasado varias veces por Canal 22 de televisión- sino porque la obra antologada, La controversia de Valladolid, se escenificó recientemente entre nosotros; a esta conceptuosa obra yo sólo le reprocharía el empleo de un bufón para saber si los indios ríen y, por tanto, son humanos: la muy documentada existencia de bufones entre los antiguos mexicas sin duda era del conocimiento de fray Bartolomé de las Casas, tan atento al teatro indígena y, si no, desde luego por el Papa, a quien no se le escaparía nada. Sin embargo, el doloroso final con el negro barriendo da idea de las culpas arrastradas por el protector de los indios.

También la culpa, por no haberse sabido defender de los ataques sexuales de su padre, como sí lo hizo su hermana, tiñe la vida de Agnes, el texto de Catherine Anne. Y la falta de culpa marca el desenfadado humor de Copi en Una visita inoportuna, en donde la ambigüedad del papel de Humberto nos hace reflexionar acerca de la muerte acompañante, no sólo para los enfermos de sida.

Sade, concierto de infiernos, de Enzo Cormann, es otro ejemplo del no culposo, aunque quizá requiera para mayor comprensión conocer obra y vida del marqués. Culpa, temor a un orden externo y rechazo al otro se unen en Los pelirrojos, de Jean-Claude Grumberg. La figura del profeta de desgracias sirve a Philippe Minyana para establecer en ƑAdónde vas, Jeremías? una gran metáfora pacifista, al igual que Adel Hakim en su monólogo Ejecutor 14. El desempleo y la nefasta influencia de la televisión son motivo de El programa de televisión, de Michel Vinaver, uno de los textos de esta antología de mayor teatralidad.

En el primer número de otra colección, esta vez patrocinada por el Centro Cultural Helénico, Cuadernos de (viaje, tachado) teatro, conducido por Otto Minera, Marisa Giménez Cacho nos pone a dialogar, de dos en dos, a ocho críticos a la manera de la entrevista que Robert Marx hiciera a Robert Brustein y Frank Richt. El lector advertirá qué disímiles son nuestros modos de ver el teatro mexicano.

Los entrevistados somos Luis Mario Moncada, que ya se retiró de la crítica al elegir ser teatrista y Rodolfo Obregón; la que esto escribe y David Olguín, autor de prólogos y ensayos, nunca crítico por las mismas razones; Francisco Beverido e Ignacio Flores de la Lama; Luz Emilia Aguilar Zinzer y Fernando de Ita.

A propósito de éste, sagaz crítico y ahora creador artístico, pienso que es incapaz de sostener algo como: ''Los clásicos griegos e isabelinos (...) nunca mataban a nadie en el escenario''. Ha de ser una errata.