JUEVES Ť 4 Ť ENERO Ť 2001

Siete pintores españoles contemporáneos /IX y última

Alberto Blanco

Decía Paul Virilio, en una entrevista, en 1988: ''Vivimos en un mundo donde todo está siempre co-presente, todo coexiste en un mundo sin determinismos, donde el antes y el después ya no tiene sentido, y donde nuestra mirada, es el hecho mismo de nuestra observación, el que crea los efectos". No otra cosa postuló con sus ecuaciones Heisenberg en su ilustre Principio de incertidumbre, y que, sin ahondar demasiado, se podría sintetizar así: el observador forma parte del fenómeno observado. Cuando se realiza un experimento -sobre todo si es en el campo de la física de partículas- tanto el procedimiento mismo, como la presencia del investigador, alteran el fenómeno que se observa y, por tanto, alteran los resultados de la observación.

Extrapolando este Principio, se podría decir que, así como yo con mi lectura de esta muestra, Encuentro de arte español en México altero, así sea en ínfima parte, la apreciación que de ella se pudiese generar aquí, así la obra de esos siete pintores españoles contemporáneos, al dialogar con su tiempo, interrogar al pasado y responder al futuro, alteran ese pasado y dan forma al futuro. Porque una nueva lectura de la tradición altera -por lo menos- los efectos, en nosotros, de esa tradición.

Después de todos las transformaciones recientes, del derrumbe de la utopías, de la terrible desconfianza que provocan los grandes proyectos, las ''grandes narrativas"... en la apoteosis del instante, constatamos en una exposición como la que nos ocupa que, a pesar de todo, la pintura se niega a morir. Será tal vez porque, como dijo Joan Miró: ''Más que el mismo cuadro, lo que cuenta es lo que éste siembra. El arte puede morir, un cuadro puede ser destruido. Lo importante es la semilla de donde pueden nacer otras cosas".

Resulta conmovedor atestiguar que justamente hoy que, como afirma Philippe Sollers, ''España ha hecho un regreso espectacular... y no sólo por razones políticas, sino porque el país ya marcha a mil por hora tratando de ponerse con la historia al día", los artistas de ese país vuelven una vez más al taller a batallar con la pintura, al pincel y a la tela, a los óleos y al acrílico.

En los últimos tiempos, se puede observar que en la pintura en España -aunque no creo que sólo allí- ocurre una continua reinvención de la tradición, un gran esfuerzo por retraducir las obras que nos son preciadas y significativas, así sea negándolas. Aquí y ahora tradición es igual a traducción. Pintura que nos habla del presente y del futuro de España a la vez que nos ofrece posibilidades netas de una lectura sui generis de su tradición. Las estrategias que han seguido sus artistas proporcionan las bases para reinventar esa tradición, negarla, abolirla, continuarla... Y esto que sucede en España no es distinto de lo que pasa en México y en muchas partes del mundo. Porque vivimos ya en esa aldea global que preconizó MacLuhan. Y en este vasto conglomerado los españoles, por supuesto, no se han quedado aparte. Somos contemporáneos.

Nosotros que en México hemos sido testigos en las primeras décadas del siglo XX de una brillantísima generación de escritores agrupados alrededor de la palabra, ''Contemporáneos", que lo mismo fue el nombre de una revista que el de ''un grupo sin grupo", sabemos de las dificultades que este adjetivo entraña. Sin embargo, tal vez más importante que el significado que una palabra encierra, es el reguero de significados que irradia. Algo así como lo que el poeta español Manuel Altolaguirre decía en un ensayo sobre las telas y los dibujos del mexicano Manuel Rodríguez Lozano, Belleza cóncava, y que fue publicado por los Contemporáneos en abril de 1931, en la revista del mismo nombre: ''La pintura no es bella por lo que encierra, sino por lo que irradia".

Entre las muchas cosas que los cuadros de estos siete pintores españoles contemporáneos irradian, está una serie de asociaciones, vasos comunicantes, caminos paralelos y lo que llamo acuerdos, que su obra tiene, guinovart sostiene, mantiene o prefigura con la de muchos de sus colegas mexicanos.

Así, por ejemplo, al ver las pinturas de Broto en esta muestra es difícil no pensar en algunos cuadros recientes de los mexicanos Francisco Icaza o Fernando Leal Audirac. También es difícil no ver en algunos cuadros anteriores de Broto -sobre todo los de la serie dedicada a Las fuentes- una especie de aire de familia compartido con algunos cuadros tempranos de Vicente Rojo -como las Señales- y con ciertas obras de Alberto Castro Leñero, donde el fondo pintado en lo que parece un verdadero arrebato de furia expresionista, tan sólo sirve para darle sostén a una estructura geométrica cuyo carácter hierático se acentúa fuertemente por el contraste.

La obras casi abstractas de Javier Fernández de Molina, con su aire meditativo y sus referencias a la naturaleza, pueden hacernos recordar algunos trabajos de las mexicanas Irma Palacios y Susana Sierra, pero, sobre todo, ciertas telas de Ilse Gradwohl que, si bien nació en Austria, es una pintora que consideramos mexicana por elección íntima y por gozosa adopción.

En el caso de la vasta e influyente obra de Josep Guinovart, los primeros nombres que se vienen a la cabeza son los de los pintores y escultores mexicanos Gabriel Macotela y Miguel Angel Alamilla. En el caso del primero, más que de influencias, se puede hablar de un verdadero y fructífero diálogo, así como de una entrañable empatía constructiva y visual.

Por lo que toca a la obra figurativa de Francisco Peinado y sus inquietantes imágenes, son varios los mexicanos que vienen a colación: Nahum B. Zenil, Rodolfo Morales, Julio Galán... Aunque la obra de aquél es tan variada que de pronto hasta puede hacernos pensar -como sucede con piezas como Palillos y Fuego en la ciudad- en los laberintos de Toledo o en las lluvias de Vicente Rojo.

La pintura serena y armoniosa de Ràfols-Casamada comparte con la obra de mexicanos como Gunther Gerzso, Pablo Amor y Alberto Dilger, un mismo amor al espacio ordenado por el color, así como las flores de José María Sicilia pertenecen, a final de cuentas, al mismo jardín imaginario que las flores pintadas por Magali Lara, Carla Rippey o Claudia Politi. Y finalmente, por lo que toca a las más crudas imágenes de Zush, no encuentro mejor parangón en la pintura mexicana reciente que las que han aparecido en algún momento en la obra de José Luis Cuevas, o en la más reciente de Sergio Hernández.

El arte español contemporáneo no hace, pues, sino constatar esa necesidad que sienten los pintores hoy día de reconocer a sus antecesores y sus pares para diferenciarse de ellos; de enfrentar a sus maestros para superarlos; de medir fuerzas en una carrera con los titanes así sea para darles después la espalda a fuerza de correr más rápido que ellos; de reconocer la luz y las sombras de su lugar de origen -aunque, paradójicamente, no sea, el único- y de aprender a respetarlo y amarlo; de tomar en sus manos las herramientas de otra época para comprobar por sí mismos lo que son capaces de hacer.

Es así que los pintores contemporáneos han aprendido a usar y valorar las nuevas herramientas y hasta han inventado algunas, después de cumplir con la vieja petición de principios: en el arte primero hay que dominar las bases. Ninguno de los siete pintores españoles que componen esta muestra pone en duda la posibilidad de crear una nueva obra maestra a partir de una vieja obra maestra. O a partir de una ''declaradamente moderna". Porque, después de todo, Ƒqué significa el tiempo?

En una época que valora el instante muy por encima del pasado, el futuro, o la hipótesis de la eternidad, ésta es, tal vez, la pregunta esencial -de todos los tiempos- que subyace en las obras expuestas. Pero es cierto, también, que -como señaló Edmond Jabès- el instante se comunica sólo con el instante y sólo a otro instante conduce, no a la eternidad. No se trata, pues, sólo de saber qué significa el tiempo en general, sino de entender qué significa este tiempo en particular: el que vivimos. Nuestra vida, nuestra época, nuestros días.