JUEVES Ť 4 Ť ENERO Ť 2001
Margo Glantz
Vida suspendida
Parecería que los grandes museos, por ejemplo el Metropolitano de Nueva York, han optado recientemente por hacer varias exposiciones pequeñas menos aparatosas que de ordinario, como las de Velázquez u otro gran pintor que atrae multitudes y hace imposible el ingreso a ese recinto, como sucede en el Museo de Arte Moderno cuando hay exposiciones como las dedicadas a Matisse o Miró: obligan a la gente a comprar entradas varios meses antes, fenómeno clásico de la mercadotecnia, promueve con las exposiciones las subastas.
Esta temporada hay varias exhibiciones distribuidas a lo largo y ancho de la Quinta Avenida, una sobre la historia de Nueva York en el siglo XIX; otra intitulada estruendosamente El Venado dorado de la Eurasia, los tesoros escitios y sarmacios de las estepas rusas, que despliega piezas espectaculares de oro y plata recientemente excavadas en Filippovka, en la Rusia del sur, obras muy poco vistas, creadas a finales de los siglos V y VI aC, por nómadas de la región montañosa de los Urales.
Otra exposición de los que los civilizados llamaron bárbaros, parecida no por sus piezas sino por su extraordinaria belleza y calidad a otra que vi hace años en el Petit Palais de París sobre los tainos, originarios habitantes de las Antillas que los cronistas -entre ellos, obviamente Colón- declararon incapaces de cualquier acto cultural avanzado. Me detengo en una exposición, la dedicada a las naturalezas muertas de Evaristo Baschenis, un pintor de la escuela de Bérgamo (1617-1677). Para encontrar la muestra hay que recorrer largos salones donde se exhiben muebles de todas las épocas, donados al museo por familias acaudaladas que los utilizaron alguna vez en su suntuosa vida diaria; luego se atraviesan enormes patios-invernaderos de estilo versallesco, corredores con vitrinas de cerámica y porcelana chinas. Por fin, en un rincón poco visitado, unos cuantos cuadros, 13, y varios maravillosos instrumentos musicales antiguos en exhibición, idénticos a los que pintaba Baschenis.
Pintor educado en la tradición de Caravaggio, la cuidadosa reproducción de conciertos y de instrumentos musicales dispuestos como en todas las naturalezas muertas de la época en enormes mesas, muchas veces cubiertas por alfombras orientales: Tres cuadros dedicados a la ejecución de conciertos silenciosos; uno de ellos exhibe el autorretrato del pintor tocando una espineta con sus mecenas, los Agliardi. Un dato sobresaliente, la contradicción de principio. Aparatos hechos para sonar, quedan sin embargo en silencio, aunque en los cuadros aparezcan quienes reproducen el sonido y los instrumentos idóneos para hacerlo y en las vitrinas se vean los mismos objetos en su estado natural: como bien lo dice en inglés la expresión still life, los actores y sus instrumentos se han quedado quietos, no muertos como implicaría la expresión francesa nature morte, la primera en llamar así a este tipo de pintura, antes llamada de bodegones en España: la vida suspendida.
El rasgo más sobresaliente para mí es rigor con que los cuadros están ejecutados y también los instrumentos, hechos en talleres de artesanos dedicados durante siglos a su confección, instrumentos no sólo excelentes en su capacidad de emitir sonidos sino en la estructura misma de su hechura, en la minuciosa y delicada ejecución de cada detalle, en los taraceados, en la articulada colocación del puente de un violín o en la inclinación de un mango de una teorba, una mandola o un laúd.
En los cuadros se reproduce con perfección la riqueza de los cortinajes y las alfombras; las telas de los vestidos y la calidad de la madera repiten con exactitud ese amor por las cosas perfectas, amor que la reproducción en serie hace imposible.
Un ejemplo a manera de contraste para inaugurar el año: ''Del Puerto de Liverpool a todos los niños y adultos de México; los personajes más importantes de Disney, oferta limitada a 70 mil peluches".