Ť Hace seis años se desplomó la avioneta del compositor y director de orquesta
Eduardo Mata, ausencia honda que persiste en el arte sonoro
Ť El músico mexicano era un creador de atmósferas en donde fluían el ingenio y el genio
VERONICA FLORES AGUILAR ESPECIAL
¿Por qué te fuiste así, nada más? Tu ausencia es honda, profunda. Han pasado seis años y no logro entender. Y Marina ¿está contigo?
En este momento se agolpa en mi memoria aquella noche del jueves 11 de junio de 1991. Trajiste a la Sala Nezahualcóyotl tu orquesta, la Sinfónica de Dallas. ¿Recuerdas? Aún veo el blanco de tu smoking destacando sobre el traje de gala negro de tus músicos, tus gestos, miradas y guiños de complicidad con quienes responden a tu batuta. Te mecías en el podio con elegancia y sencillez. ¿Cómo olvidar esa noche en la que tuviste como solista a Pinchas Zukerman? El Concierto para violín de Beethoven que interpretó nos cambió la vida a muchos. Esa noche comprendí, sentí qué era la música. Y descubrí muchos rostros que asistían a un hallazgo. ¿Y dónde dejas a la segunda parte del concierto, cuando la soprano Gabriela Herrera la hizo de solista en la Cuarta Sinfonía de Mahler? Sí, Mahler, uno de tus compositores predilectos. Mariana Paunova, esa voz privilegiada con quien trabajaste mucho, hace unos meses me hizo una confesión: la primera vez que te escuchó fuiste para ella toda una revelación. Se percató que un músico era capaz de comprender la música. Por esta razón ella y todos lamentamos que aquel proyecto añorado no se realizara: grabar la Tercera Sinfonía.
Interminable hechizo
Disculpa si me alargué hablando de aquella noche,
pero es que me atrapaste como a muchos. Y lamenté profundamente
no haberte conocido antes. Sí, había escuchado algunas de
tus grabaciones, pero por vez primera te veía dirigir. Aquella noche
cuando erigiste tu batuta, con ese gesto de condescendencia ante los contrastes
entre realidad y sueño, o cuando iluminaste la realidad en el sonido
vivo, puro, afable de una orquesta mágica, evocadora, en la que
enfrentabas lo fugaz a lo permanente, lo próximo a lo lejano, todos
entramos en una atmósfera que sólo
tú, Eduardo, sabías crear. Una atmósfera en la que
fluían el ingenio, y el genio.
Presenciar aquel concierto fue una especie de hechizo
que aún no termina. Ya ves, no me ha bastado con escuchar a 70 voces
para hilvanar tu biografía, tampoco sumergirme en artículos,
críticas, reseñas, entrevistas que datan desde tus diez años
de edad.
En este momento te escribo y no sé decirte qué me produce tu ausencia, tan inmensa como largo es el tiempo. Siento enojo, indignación. Dime qué es más grande: ¿Tu legado infinito como director de orquesta, compositor, músico en toda la extensión de la palabra o lo que ya no hiciste?
Justo en el momento que recuperabas el hilo de lo que dejaste pendiente, la composición, te ausentaste. Por instantes me engaño. Te imagino escribiendo tus notas, tarareando, tratando de dirigirte a ti mismo, exigiéndote. Cómo lamento que no escucharas el concierto-homenaje, a tres años de tu partida. Solistas de México, el grupo que fundaste y dirigiste, interpretó tus Sonata para violoncello y piano y Cuarteto Núm. 1.
Debo confesarte que tu Sonata para piano recibió la mirada impávida de todo el auditorio reunido en el Centro Nacional de las Artes. Con el mismo asombro fueron recibidas tus Improvisaciones Núm.3 para violín y piano y tus Aires sobre un tema del siglo XVI. Todos los músicos tocaron con el alma, en honor a tu memoria, a su maestro.
Tengo a mi lado Los Brandenburgueses, de Bach, grabado hace 11 años. Lamentablemente para mí, ese par de discos de acetato no me pertenecen. Es uno de los tesoros de Javier Montiel. ¿Cómo te recordarán hoy tus músicos? ¡Cuántas vivencias compartidas! La media docena de fotografías que observo me producen nostalgia. Están todos los integrantes de Solistas de México: Gordon Campbell, James Baker, Juan Bosco Correro, María Antonieta Gutiérrez, Luisa Durón, Allyson Cadwell, Nikola Popov, Victoria Horti, Roberto Kolb, Jorge Risi, Alvaro Bitrán, Montiel, Arón Bitrán, Horacio Franco, Richard Giangiulio, Matthew Schubring, Beverly Brown, Alain Durbecq, Miguel Lawrence.
Destino interrumpido
¿Estarás de acuerdo que fundar un grupo de esa talla representa uno de tus mayores logros? Su razón de existir lo dice todo: exclusivamente hacer música en la mejor forma posible, con un resuelto interés por el repertorio de los grandes maestros de los siglos XVII y XVIII. Pero tú y el grupo que creaste, consideraron importante ocuparse de un aspecto casi desconocido: la música de la Colonia, el Barroco Musical Mexicano. Dos líneas que leo en la última de ocho páginas que acompañan esta grabación, me dicen (¿o retratan?) tu forma de ser: Más que solemnidad y reverencia ante los grandes maestros, Solistas de México quiere comunicar el inmenso gozo, entusiasmo, vitalidad y actualidad de la música en este periodo.
¿Por qué terminó ese gozo? Mi memoria recorre ahora aquella mañana nublada del martes 4 de enero de 1994. ¡Cómo olvidarla! A escasos 13 minutos de vuelo, uno de los motores de tu avioneta se apaga. En ese último instante haces un esfuerzo físico, sobrehumano, para salvar tu vida y la de tu pareja, Marina Anaya. Toda maniobra es vana. El destino inicial, la ciudad de Monterrey (Nuevo León), de donde habrían de trasladarse a Dallas, Texas, para realizar algunas grabaciones, se interrumpe abruptamente. En el cerro Lomas del Carril, a seis kilómetros al norte del aeropuerto de Cuernavaca, Morelos, tu avioneta se desploma. La sombra del dolor se apodera de tu cuerpo y se cierra sobre ti como una mañana definitiva. En punto de las 8:17 horas, tú y Marina perecen. La tragedia es enorme.