JUEVES Ť 4 Ť ENERO Ť 2001

Octavio Rodríguez Araujo

A siete años

El lunes se cumplieron "siete años de la guerra contra el olvido". Fue el levantamiento de los indios de Chiapas para decir no sólo que todavía existen sino que están en pie de lucha para ser reconocidos como indios y como mexicanos, para ser respetados en sus tradiciones y modos de vida, para que haya justicia, libertad y democracia para ellos y para todas las víctimas de los poderes económico, político, cultural y social en México y en todo el mundo.

El ezln sacudió conciencias y provocó entusiasmos. Intentó, y al principio lo logró, juntar a quienes hemos tenido diferencias ideológico-políticas y estratégicas por varias décadas. Promovió grupos de apoyo a su lucha, que no es única de los indios, en México y en muchos otros países. Reunió, en zonas zapatistas mexicanas y en ciudades extranjeras, a representantes de esos grupos pertenecientes a más de 40 países y a intelectuales y artistas de renombre internacional. Demostró también mayor inteligencia que la de los gobiernos de Salinas y Zedillo y derrotó -sin disparar una sola bala- todas las intentonas de esos gobiernos por disolver su ejército y la solidaridad civil de mexicanos y extranjeros. Puso en evidencia la ambigüedad, la cerrazón y la ignorancia de los representantes del poder, y demostró, una vez más, que la razón histórica no está del lado contrario sino de quienes se rebelaron al grito de ''šya basta!'' y de quienes tuvimos la suficiente sensibilidad política para identificarnos y comprometernos con ellos, incluso con espíritu crítico.

Hay ahora dos gobiernos, el federal y el chiapaneco, que están dando señales de querer resolver el conflicto por la vía de la paz, con dignidad, justicia y democracia. No se confía totalmente en esos gobiernos, acostumbrados como estamos a dudar de la palabra de los poderosos, pero hay indicios positivos y se debe presionar para que éstos se conviertan en acciones concretas a favor de las demandas justas y pertinentes del ezln, de sus apoyos y de sus simpatizantes. El viejo régimen, en sus versiones estatista y neoliberal, fue derrotado y mucho tuvieron que ver los zapatistas con esa derrota lamentablemente capitalizada por uno de los partidos de la derecha y no por la izquierda, una vez más atomizada, antropofágica y de miras estratégicas muy limitadas. Hay nuevos estilos en el ejercicio del poder, pero no nuevas razones para estar en su contra, ya que el proyecto económico y social sigue siendo el mismo, con ligeras variantes planteadas para un futuro todavía no suficientemente definido. Aun así, si las demandas zapatistas son atendidas, primero cumpliendo las condiciones para el diálogo, y luego con éste, bien podremos reconocer que algo muy importante está cambiando en México, aunque no nos demos por satisfechos.

El ezln y sus demandas fueron punto de confluencia de viejos luchadores sociales y de otros que apenas se inauguraron en 1994 y años posteriores. En estos siete años hubo sumas pero también restas. Sin embargo, aun entre los restados se mantienen en alto las banderas de la rebelión y la protesta y pronto, si no se persiste en las exclusiones del pasado y se convoca nuevamente, como en 1995, a posponer diferencias, volveremos a estar juntos para caminar por los distintos caminos, que al final confluirán en un mismo punto, en el que coincidimos con el EZLN aun antes de que nos invitaran a coincidir en la ya histórica, aunque breve, Convención Nacional Democrática.

Y a propósito de la CND, y no por nostalgia, me hago eco del comandante David para exigir desde esta modesta trinchera que el ejército federal se retire de Guadalupe Tepeyac, sede del primer Aguascalientes donde muchos nos reunimos en agosto de 1994. Habrá de recordarse, en esta guerra contra el olvido, que la toma de Aguascalientes fue brutal: hasta el entortado de cemento fue destruido para que no quedara rastro de ese histórico lugar y, posteriormente, para que no hubiera duda de las intenciones gubernamentales, ahí, en ese centro de reunión y de solidaridad combativa, se instaló ilegalmente un campamento militar que todavía existe y fueron expulsados sus pobladores después de destruirles sus pertenencias y de matarles sus animales.