JUEVES Ť 4 Ť ENERO Ť 2001
Soledad Loaeza
Revolución anticultural
La ''ciudadanizacion'' de la cultura es una de las promesas más enigmáticas del nuevo gobierno. El único significado claro que las autoridades culturales y sus portavoces han dado a este tema es sólo negativo: se ciudadaniza para desestatizar.
La intención política de la expresión es obvia, pues sugiere que hasta el 1o. de diciembre la cultura era propiedad del Estado, como ocurría en los regímenes totalitarios, en los que el único objetivo de la política cultural era controlar las mentes y los corazones. De ahí que estuviera sujeta a criterios ideológicos y estéticos precisos, rígidos, uniformes e intocables, y que uno de sus efectos más devastadores haya sido la represión de la creatividad. Si tenemos en cuenta esta experiencia, entonces la condena foxista a la existencia de una supuesta cultura estatista carece de fundamento, porque creatividad fue lo que menos faltó en la cultura del siglo xx mexicano.
La analogía implícita en la propuesta cultural del foxismo descalifica sin más argumentos que las cuitas particulares de algunos artistas desconocidos al grueso de la cultura mexicana contemporánea, que se desarrolló con el apoyo del Estado y en el marco de instituciones públicas. La comparación es absurda por insostenible. Nada tan alejado de la verdad como la presunción de que todo lo que se pintó, grabó, diseñó, escribió, editó, publicó, compuso, interpretó, bailó, cantó, filmó o actuó en México mientras el pri fue el partido en el poder estuvo bajo estricto control estatal y a su servicio. De ser así tendríamos que desechar de nuestras bibliotecas Muerte sin fin, de José Gorostiza; Al filo del agua, de Agustín Yáñez; El laberinto de la soledad, de Octavio Paz, y La muerte de Artemio Cruz, de Carlos Fuentes, entre otras obras que se publicaron en los años del priísmo duro. Irían a parar a la hoguera hasta las Biografías del poder, de Enrique Krauze, o la redición de los escritos de Manuel Gómez Morín que publicó hace unos años el Fondo de Cultura Económica, que vieron la luz en el ocaso del pri, pero con el sello de una editorial pública. Tendríamos que echar abajo el Museo de Antropología, el Infonavit y muchos otros edificios públicos que son obra de arquitectos con renombre internacional, pero cuyas construcciones estatistas pueden ser consideradas de un momento a otro inaceptables para la nueva estética ciudadana.
Así, a primera vista, la intención política de la propuesta "ciudadanización de la cultura" es simplemente pueril y no merece discusión. Sin embargo, adquiere una dimensión diferente y de mucho mayor cuidado cuando se le atribuye un contenido positivo, que no ha sido muy claro, pero que han intentado elaborar algunos intérpretes entusiastas del foxismo. Según ellos, el nuevo proyecto cultural es una revolución porque su objetivo es eliminar el elitismo de la cultura. Para ellos "ciudadanizar" significa que cualquier hijo de vecino puede ser un exponente o un creador de cultura.
Desde esta perspectiva tratarán de convencernos de que los locutores mexicanos en Los Angeles son tan dignos representantes de la cultura mexicana como Octavio Paz; que no se necesita ningún don especial para escribir libros como Ladera este, pintar óleos como los de Tamayo o componer como Mario Lavista o Julio Estrada. Insistirán en que cualquier taxista puede ser filósofo, que una discusión con uno de ellos en el Periférico acerca del sentido de la vida bien vale la lectura de un ensayo de Luis Villoro. Nos dirán que las escritoras místicas del foxismo nada tienen que pedirle a Santa Teresa de Avila. Todo esto en nombre de un supuesto antielitismo que lo único que expresa es la atávica desconfianza de la derecha hacia el mundo de las ideas, del conocimiento y del arte, que es también el del ejercicio de la crítica.
La propuesta no es inofensiva y de llevarse a cabo destruiría el prolongado esfuerzo que hicimos en el último cuarto de siglo por profesionalizar el conocimiento, las carreras universitarias y la producción artística a través de instituciones como Conacyt y Conaculta, porque el verdadero sentido de esta "ciudadanización" es la supresión de estándares de calidad, la renuncia a criterios de excelencia, al principio de discriminación que permite distinguir lo bueno de lo barato y la charlatanería de la seriedad, la improvisación del profesionalismo. Quienes pugnan por esa "ciudadanización" de la cultura parecen ignorar que los cambios ocurridos en la academia y en las artes en años recientes aumentaron nuestra competitividad en el exterior, como lo testimonia el incremento de premios internacionales, becas y becarios que fueron formados en instituciones públicas y estuvieron sujetos a reglas de calidad académica y artística.
Es sorprendente que un gobierno que ha hecho de la calidad una palabra sagrada para industriales, comerciantes y burócratas esté presto a renunciar a ella en el terreno de la cultura y del conocimiento. Como si aquéllos fueran el único tipo de elites -con sus hábitos y costumbres- que estuviera dispuesto a tolerar.