JUEVES Ť 4 Ť ENERO Ť 2001

Alberto Aziz Nassif

ƑQué podemos esperar en el 2001?

Por fin terminan el siglo xx y el segundo milenio, y de la misma forma se acaban las especulaciones sobre cómo será la vida política en el México del nuevo gobierno panista. El año nuevo fue una continuación del pasado, y al mismo tiempo trajo nuevos vientos. La vida democrática del país no da respiro, las instituciones están a prueba y el presidencialismo se tiene que conducir apegado a derecho. Ahora no hay compromisos incómodos ni alianzas mafiosas. Vicente Fox empieza sin esas herencias, pero los problemas del pasado siguen vigentes. Con signos positivos democratizadores y con viejas inercias de un autoritarismo que se resiste a morir, empezamos el primer año del siglo xxi.

Un primer signo importante de esta nueva etapa fue el proceso de aprobación del presupuesto. Se trató de un ejercicio apegado a la división de poderes. La frase del presidente Fox ("el Ejecutivo propone y el Legislativo dispone") se cumplió en las partes donde era posible hacerlo. Los partidos negociaron y el Ejecutivo aceptó las modificaciones; se cerró el paso a las posiciones duras. Los actores del proceso se movieron en el nuevo campo de fuerzas y midieron el terreno, paso a paso; cuidaron sus intereses y al final, en contra de los temores de una posible paralización, se aprobaron prácticamente por unanimidad, el presupuesto y las modificaciones, como hacía varios años no sucedía en México. Se podrá estar en desacuerdo con algunas partes de la distribución de los recursos, pero lo cierto es que se impuso una regla: es mejor ganar parcialmente a no ganar nada, es decir, es mejor ganar en la política real que quedarse en minoría con una victoria moral. El espacio de negociación entre los poderes marcará la vida pública de ahora en adelante. Por lo pronto, el Ejecutivo prepara la siguiente batalla con el Congreso: en abril vendrá una reforma fiscal.

A pesar de que el actual gobierno comienza un nuevo régimen, no es posible ignorar las herencias del pasado. La primera es la de Chiapas; se cumplen siete años del levantamiento zapatista y aún sigue pendiente en la agenda nacional. Los primeros pasos han sido positivos, sin duda: el comienzo de un nuevo gobierno estatal con legitimidad y con muestras de sensibilidad política, y la voluntad del gobierno foxista de resolver el conflicto, la cual se empezó a manifestar cuando se mandó al Congreso la iniciativa de los acuerdos de San Andrés y la desmilitarización. Estos acontecimientos posibilitan el clima para una nueva negociación del conflicto.

La otra pesada herencia es el manto de pobreza que cubre una parte muy significativa del territorio nacional. El combate a la pobreza no sólo será prioridad de este gobierno sino de los que sigan; será de hecho la batalla del siglo xxi mexicano. Con un presupuesto que no alcanza para cubrir las necesidades del México empobrecido, el gobierno foxista le apuesta a una lógica que tiene varios componentes: reactivar el mercado interno y apoyar a la franja de los micros y pequeños empresarios, y modificar el discurso de combate a la pobreza por una lucha en favor del bienestar y la prosperidad. Con este discurso, se carga demasiado la mano al lado voluntarista y se olvida la parte estructural del problema que, entre otras cosas, tiene que ver con una pésima distribución del ingreso. Por ejemplo, hasta ahora el gobierno foxista no ha conectado la parte laboral con los contrapesos necesarios para modificar la distribución del ingreso. La parte laboral del gobierno federal está completamente desequilibrada, porque el sector empresarial es juez y parte. El magro aumento salarial, menor a 7 por ciento, es una expresión de este problema. Los patrones están de fiesta y los obreros confirman que la situación continúa en los mismos términos.

La anulación de la elección de gobernador de Tabasco abrió una crisis que está anclada en el pasado autoritario del pri. Por primera vez un tribunal anula una elección de este tipo y manda una señal positiva de los nuevos tiempos. El avance es indiscutible. En lugar de una negociación o de imponer un fraude, el conflicto se dirime en un tribunal de pleno derecho. La crisis se agudiza por las maniobras del madracismo, que son una clara expresión de métodos que ya no son tolerables en una democracia.

El 2001 será una prueba importante para el gobierno foxista que ha empezado a conducir un barco que se mueve en aguas turbulentas: minorías legislativas inestables, pero responsables; alta competencia entre partidos; crítica de la opinión pública; soluciones apegadas al derecho en los conflictos. El siglo xxi ya empezó; la alternancia es el nuevo clima de la política mexicana, y la democracia sigue como aspiración que necesita resultados concretos y visibles. Feliz 2001.