MARTES Ť 2 Ť ENERO Ť 2001
 
Teresa del Conde
 
Dolor y belleza

ESTE ES UN TIEMPO DE libros. Sorpresivamente recibí el que obedece al título de este texto. Me llamó sobremanera la atención la portada, que identifiqué como la cabeza de una escultura italiana del medievo tardío, mutilada por el tiempo o maltratada por alguna restauración equivocada que después intentó rehacerse. Reparé en que el autor del libro es Ortiz Monasterio y me pregunté, ¿fotos Pablo?, ¿alguna nueva inclinación de los inquietos OMR? Estaba en lo cierto en lo primero y me llevé una sorpresa. Se trata del recuento que el famoso cirujano Fernando Ortiz Monasterio hace acerca del cirujano plástico Gaspare Tagliacozzi (1545-1599) que operó en Bolonia dos siglos después de realizada la talla a la que me refiero. El modelo de ésta fue Matteo Gandoni, probablemente un condottiere que perdió la nariz en algún combate, y se quedó para siempre con la injuria, cuyo testimonio pétreo quedó rememorado en la piedra sepulcral localizable en el Museo Cívico Medieval de Bolonia.

La complicidad entre el autor del texto (el doctor Fernando) y su hijo Pablo dio lugar a un rescate que cuenta no sólo con las fotografías que el segundo fue tomando a lo largo de varios años, sino también de documentos de archivo interesantísimos.

Es sabido que las particularidades de ciertas culturas como la china y la maya, por ejemplo, daban como resultado los pies pequeñísimos de las mujeres en la primera, o el famoso perfil maya en la segunda. Pero el hecho de que existiera un cirujano plástico dedicado a recomponer rostros, a realizar injertos, a acercar ciertos rostros al ideal de la Divina Proportione del matemático Lucca Paccioli, a ilustrar sobre las disecciones en cadáveres y a otras actividades de diversa índole, me resultó inédito. Se ilustran también los instrumentos utilizados para llevar a cabo tales intervenciones: bisturíes, fórceps, anillos, cuerdas, arneses de cuero para mejorar la forma de la nariz o para injertar a partir del bíceps la parte faltante. Se conserva, reconstruida, la efigie en madera de Tagliacozzi (cuyo nombre seguramente asentó su profesión, pues equivale a enmienda-moches, él lo alteró un poco de acuerdo con sus inquietudes. Se publica su acta de bautismo, en la que alcanza a detectarse que su progenitor se apellidaba Tagliacossa, que tendría que ver quizá con las verrugas, pues un cosso es eso). La escultura que se le dedicó, fotografiada dos veces, lo presenta con gorguera y sobrepelliza sosteniendo en su mano izquierda una nariz.

Se supone que posó para el escultor, un maestro desconocido del XVI, durante sus años de profesor de anatomía. Me entero a través de este libro, que otro anatomista y cirujano, Falopio (el descubridor de las femeninas trompas de falopio), también describía reconstrucciones nasales y que otro médico registrado en los anales de la medicina, Ambrosio Paré, había descrito (y criticado) los injertos musculares del bíceps, porque los procedimientos eran sumamente dolorosos. ¡Cómo no!, si la era de la anestesiología no empezó sino hasta mediados del siglo XIX y sus propulsores iniciales según se dice fueron dos médicos de Nueva Inglaterra: Wells y Riggs. Tengo entendido que este último alivianó bastante a quienes se sometían a extracciones dentales, pues el anestésico usado era un gas a base de óxido nítrico, que provocaba risa.

Tagliacozzi, dice Ortiz Monasterio, tenía antecesores en estas cuestiones y sus conocimientos ''sobre la reconstrucción de mutilaciones" eran ecuménicos. Fue amigo de Vincenzo Gonzaga en la corte de Mantua. A éste lo conocemos, entre otras razones, como uno de los grandes mecenas de Rubens y coleccionista notable, pero nos era desconocido como personaje avanzado en la medicina de su tiempo, lo digo porque el tratado de Tagliacozzi De curtorum, le está dedicado. La erudición de Ortiz Monasterio en esto, como en otras cosas, es notabilísima.

A lo dicho se añaden fotografías de Pablo O.M. sobre esculturas, gárgolas, unos cipreses de la Emilia Romagna, y detalles arquitectónicos de palacios, portones, muros, pozos de agua, más las arquerías por las que he deambulado en pos de conseguir una exposición de Giorgio Morandi (otro inolvidable boloñes), que hacen un conjunto hermoso, bajo el impecable diseño de Azul Morris para Américo Editores y la Secretaría de Salud.