Ť Grupos esotéricos acuden a la ciudad de los dioses a cargarse de energía
En busca de dejar la mala vibra, el México del cambio espiritual toma Teotihuacán
Ť Ni el trato preferencial a turistas japoneses ahuyentó a los renovadores de la fe religiosa
MARIA RIVERA ENVIADA
teotihuacán, méx., 1o. de enero. La ciudad de los dioses tardó en desperezarse para recibir el año nuevo. La madrugada se prolongó hasta pasadas las siete de la mañana; entre la bruma sólo se percibían las siluetas de las imponentes pirámides. De repente, como si emergiera de la Calzada de los Muertos, surgió un enorme sol naranja que dio color y forma a Teotihuacán.
Pronto, y como signo de los tiempos que corren, las pirámides del Sol, la Luna, el Templo de Quetzalcóatl, el Templo de los Caracoles Emplumados, el Palacio de los Jaguares, fueron asaltados por grupos de turistas japoneses que iban de un lugar a otro, cámara fotográfica en ristre, atestiguando que todo aquello era real, y no producto de una manga (caricatura japonesa). No faltó quien hizo sus catas (ejercicios de karate) entre las ruinas, por supuesto, ante una cámara de video.
En cuanto llegaban, sus camiones tenían puertas
abiertas, mientras las filas de carros con placas nacionales se amontonaban
ante los accesos, a la espera de la hora oficial de entrada. Las rechiflas
hicieron poca mella en los oídos de los guardias, quienes argumentaban
que los foráneos tenían permisos especiales. Para los extranjeros:
la gracia y la justicia. Para los mexicanos: la justicia.
Pero ni la larga espera logró desanimar a los
hombres de blanco, grupos esotéricos que se acercaron hasta el centro
ceremonial para ponerse en contacto con sus dioses, cargarse de energía,
y dejar la mala vibra. Solos, emparejados, o en familia subían
como podían los más de 200 escalones de la Pirámide
del Sol para alcanzar la cima, realizar alguna ceremonia ritual, o de plano
tomar aire después de la escalada.
Las clases se entremezclaban. Sobrevivientes de la crisis tras "una ayudita divina" y clasemedieros en búsquedas espirituales. Entre los albos atuendos las diferencias la hacían los Nike originales, comprados en Santa Fe, que acompañaban los pants de Martí, de los Pumas de tianguis que completaban el atuendo comprado en el súper con vales de despensa. El México de la transición estaba allí. El de los cambios de costumbres comunitarias, de los valores religiosos, que no ha encontrado sustitutos concretos y reales y que se expresa en las sectas, terapias de iluminación instantánea, libros de autoayuda o pensamiento new age.
Con la frente tocando la cima de la Pirámide del Sol, Gerardo Ituarte buscaba ponerse en contacto con la divinidad. Tiene 53 años y vino en un tour desde Culiacán. Cada año el grupo al que pertenece hace una peregrinación hasta Teotihuacán para "cargarse de energía". La pila les dura todo el año.
"Acá arriba, entra uno en contacto con Dios. Pida lo que quiera, que nuestro padre todo lo cumple cuando uno baja allá... a la Tierra", explica el hombre. Se tira cara al sol y así permanece largo rato, concentrado, recibiendo los rayos. Algunos de sus compañeros hablan de sus creencias, que mezclan elementos de catolicismo, culto a Quetzalcóatl, ovnis y extraterrestres, más algo de su cosecha.
Don Faustino Castillo se acerca a cada esquina de la pirámide y extiende sus brazos hacia arriba. Saluda los puntos cardinales, antes de subir a recibir los primeros rayos solares. A él le gusta llegar a la pirámide temprano, porque "un sabio" le comentó que hay que bajarse al mediodía antes de que la mala vibra de los que suben cargue el lugar. Después de orar y prender una vela azul para pedir que la luz los acompañe todo el 2001, la familia Castillo saca sus tupper con el recalentado, y hace día de campo en la cima. Después de todo, no sólo de búsquedas espirituales vive el hombre.
"Nada se me ha perdido"
Siguen pasando las horas y los grupos de blanco no paran de llegar. Pronto, en la cumbre no queda espacio para más personas, ni para más peticiones. Tampoco los japoneses dan tregua, sólo que ellos no parecen necesitados de respuestas, si acaso, de las que esperan de sus guías. Trepan, miran rapidito, exclaman: ¡ahhhh!, y bajan, pues su curiosidad no tiene sosiego.
A media mañana los hijos del sol naciente parecen haber tomado la Pirámide de la Luna. La cubren por completo. Todos se vuelven a mirar a una pequeña mujer, de más de 70 años, que la sube con agilidad, sin descanso. Doña Petra Isiquia Hernández es la escaladora. Las jóvenes japonesas la tocan, le dicen algo, y ella, tan campante, les responde que está acostumbrada a subir porque trabaja en el campo, y tiene unas cabras que se le pierden seguido y hay que ir a buscarlas entre las peñas de su pueblo, San Pedro, Chauzingo.
El inusitado diálogo continúa largo rato.
?¿Les entiende, doña Petra?
?No, pero me imagino lo que dicen.
Se acomoda su rebozo y su mirada se pierde en la lejanía. Comenta que viene seguido con sus hijos y sus nietos, sobre todo los domingos, cuando la entrada es gratuita.
?¿Qué viene a buscar?
?¿Yo?, nada, que a mí nada se me ha perdido. Acá arriba se ve todo rebonito. ¡Mire!, por allá está mi pueblo, después de aquellos maizales...
El siglo xxi llegó. La era del Internet, del genoma humano y de la clonación encuentra llenos de interrogantes a los hijos de la crisis, que buscan entre las ruinas teotihuacanas señas de identidad. En el mundo que asoma no encuentran respuestas. Tal vez Quetzalcóatl, el Sol, la Luna den algunas pistas de lo que sigue. Por fe, no ha quedado.