Otro año, con engaño
Igual que el 2000, este año será para Roberto Castro otro más en la cárcel. "La verdad --admite de entrada-- soy culpable; en una borrachera, una pelea y pues resultó una persona muerta". Apenas el pasado primero de diciembre su cuenta llegó a 10.
Con la mirada fija al frente hace un gesto, aprieta los labios, entrecierra los ojos y sus pobladas cejas parecen acercarse una a la otra: "pero me engañaron", dice, y espera unos segundos antes de contar su historia.
Con él, otros tres mexicanos, trabajadores indocumentados en la ciudad de Chicago, entre ellos uno de sus hermanos, fueron sentenciados a 20 años de cárcel y recluidos en la prisión estatal.
Seis años después, la entonces encargada del consulado mexicano, Zoyla Arroyo, lo convenció de ser repatriado a México en un intercambio de internos con la promesa de que aquí podría obtener su libertad sólo con 40 por ciento de su sentencia compurgada.
"Nos trajeron a 12 paisanos en una avioneta", de ellos recuerda que tres iban al Distrito Federal, uno a Jalisco, otro a Zacatecas y hasta una mujer para el estado de Morelos. Así llegó hace cuatro años a la penitenciaria capitalina en Santa Martha Acatitla.
Pero la ley dice otra cosa, y deberá esperar tres años y cuatro meses más para tener derecho a algún beneficio de preliberación, mientras que los otros tres, quienes permanecieron en la prisión de Chicago, salieron libres el pasado 28 de agosto y los mandaron de regreso al país.
De hecho, su hermano también había solicitado ser trasladado al país, pero le escribió a tiempo para decirle que no se viniera y alcanzó a parar la petición en un jurado.
Aquí "era una burla, apenas les comenzaba a platicar y luego luego me decían: ¿Pero joven, para qué se vino de allá? Mejor se hubiera quedado". Así le dijeron las autoridades penitenciarias y lo mismo los de Derechos Humanos del Distrito Federal.
Sentado en una mesa del comedor de la prisión, apura el café que le ofreció la visita de otro interno. "A veces me desespero. De nada sirve que uno se porte bien si los ricos son los únicos que se pueden ir con libertad anticipada. Se va siendo uno más insensible", advierte.
"Aquí no vales nada, te ven de azul (color reglamentario de la ropa de los internos) y nadie te escucha, no le importas a nadie y hasta a veces te dan ganas de decirle a tu familia que ya no te venga a ver. Sufres mucho".
Y eso es lo que más le duele. "A mi jefa la veo cada vez más triste. Me vine con la idea de salir antes, con 40 por ciento como me dijeron, pero no, y mi madre también tenía la esperanza de que saliera antes".
"Se imagina todas las ilusiones que le están matando --dice con lágrimas en los ojos--. Y todo por una borrachera". ANGEL BOLAÑOS SANCHEZ