Se resisten indigentes a ser trasladados a los albergues
Ť Prefieren el frío suelo antes que abandonar sus pocas pertenencias
SUSANA GONZALEZ
Arraigados en una colonia o bien peregrinos de toda la urbe; con años de vivir en la calle o echados apenas de su hogar; habitantes frecuentes u ocasionales de albergues, cerca de 15 mil indigentes sobreviven en toda el área metropolitana de la ciudad de México, aunque de ellos la tercera parte se concentra en la delegación Cuauhtémoc, según las autoridades de esta demarcación.
La
mayoría son gente de la tercera edad abandonada por sus familiares,
mujeres maltratadas y personas que padecen alguna discapacidad o trastorno
mental tanto de nacimiento como provocado por algún accidente, pero
también abundan los jóvenes en edad productiva.
Para atender a esta población, el Sistema Nacional para el Desarrollo Integral de la Familia en el Distrito Federal (DIF-DF) y la delegación Cuauhtémoc cuentan con tres albergues ubicados en el barrio de La Coruña, en el Centro Histórico y en la colonia Atlampa, que si bien tienen mayor demanda durante la temporada invernal lucen con decenas de camas vacías.
Y es que si bien la mayoría de los indigentes llega por su propio pie a dichos lugares o son recogidos por las autoridades en los operativos que se organizan al respecto durante la noche, no todos están dispuestos a dejar el lugar donde duermen que lo mismo puede ser un predio abandonado, un parque o la esquina de cualquier colonia, porque implicaría abandonar tanto las pertenencias que han acumulado en su vida de calle como a sus acompañantes caninos.
Albergues sin gente
Virginia Jaramillo, subdelegada de Desarrollo Social de la Cuauhtémoc, refiere que el albergue de Atlampa, localizado en la colonia del mismo nombre al lado de la unidad Tlatelolco, tiene una capacidad para recibir hasta 220 personas pero la semana pasada ni siquiera se había ocupado la mitad de las literas existentes a pesar de que temperatura ha bajado hasta los cuatro grados centígrados durante la madrugada.
Como parte del Programa de Onda Gélida instrumentado por el gobierno capitalino, la delegación se ha dado a la tarea de organizar varias veces a la semana operativos para invitar a la gente sin hogar a pernoctar en Atlampa y en la Casa del Niño si se trata de menores de edad, en los que participan la policía preventiva, funcionarios de la subdelegación y personal de limpia.
La subdelegada asegura que el presupuesto que tiene asignado la delegación para atender a los indigentes en los albergues equivale a 4.28 pesos al día, cantidad que resulta insuficiente y que es complementada por los donativos en alimentos, cobijas y artículos de otro tipo que reciben por organizaciones civiles o de la ciudadanía en general.
Considera que gran parte del problema para que los indigentes se resisten a ser atendidos en los albergues radica en la facilidad que tienen para recibir ayuda de la gente: "hay mucha gente buena que los socorre, pero no lo hace por los canales adecuados y si nosotros actuamos al atender una denuncia ciudadana invitando a los indigentes a trasladarse a un albergue y limpiando la zona que ocupan porque representa una zona de infección, al día siguiente vuelven a tener todo".
La escena es cotidiana, por ejemplo, con el grupo de niños y jóvenes en situación de calle que han hecho del puente de San Cosme su hábitat: "ellos saben que este es el límite de las delegaciones Cuauhtémoc y Miguel Hidalgo, así que cuando una de las dos organiza un operativo, lo único que hacen es cruzar el Circuito Interior, pero al día siguiente vuelven a instalarse. No pasa mucho tiempo para que la gente vuelva a regalarles desde colchones hasta cobijas, entonces así no sienten la necesidad de ir a un albergue".
De más de 20 menores que viven en ese lugar, dos accedieron la semana pasada a pernoctar en la Casa del Niño mientras el resto acusó a la policía de haberlos agredido y exigieron que se les permitiera permanecer en el parque de la Capilla Británica: "No le hacemos daño a nadie, ¿en que los perjudicamos? ¿por qué nos quitan nuestras cosas?".
La situación se repitió en otros puntos de concentración detectados por las autoridades de la Cuauhtémoc al grado que de más de 30 personas sólo siete accedieron a dormir en un albergue.
Ni siquiera Héctor Lara, un ex sastre de más de 50 años que duerme sobre cartones en la esquina de Sor Juana y Santa María la Ribera, en la colonia del mismo nombre, accedió a trasladarse al albergue. "¡No voy, chingada madre! ¡No voy!" terminó gritando el hombre mientras pataleaba debajo de sus cobijas para zafarse de los jaloneos de un vecino espontáneo que, borracho, insistía más que los funcionarios de la delegación en que fuera a dormir bajo techo. "El no hace mal a nadie. ¡Déjenlo! ¡Pobrecito!", salió en su defensa Roberto Rodríguez, un pensionado de Banorte que dormía descobijado al lado de Lara para, según dijo, "cuidarlo".
"Eso es cosa de todos los días, pero es nuestro trabajo y debemos continuarlos así logremos convencer sólo a uno", indica Domingo Robles, director del albergue Atlampa.
Una historia cotidiana
SUSANA GONZALEZ
Apenas se percata de la caravana de la delegación Cuauhtémoc que recorre la colonia Santa María la Ribera en busca de indigentes, Martha, La Pirata, corre a esconderse en la tintorería Cuenca, localizada sobre Eje 1 Norte y que permanece abierta después de la medianoche.
La mujer --de unos 40 años, excedida de peso, con nudos en el pelo y quien lleva años viviendo en esa colonia, aunque nadie, ni ella, sabe precisar cuántos-- observa a lo lejos cómo su compañero de calle, Felipe Reyes Gómez, acepta irse al albergue de Atlampa porque le ofrecen llevarse también el carrito de madera con sus trebejos.
Con dificultad por los efectos del alcohol, Felipe sube a una panel y enseguida una cuadrilla de trabajadores de limpia desmantelan el hogar de Martha. Cobijas, trastes de cocina, comida, periódicos, ropa, cartones, botellas de plástico e incluso juguetes son barridos a palazos, echados en grandes bolsas de plástico y lanzados sobre un camión de la Dirección General de Servicios Urbanos.
La dueña se inquieta y deja su escondite. Empuña una botella y se aproxima, descalza y cojeando, mientras a todo pulmón profiere insultos. Más de una vez hace retroceder a los funcionarios, y al no lograr detener las labores de limpieza pasa de los insultos al llanto. Con pesar alcanza dos bolsas y corre de nuevo hacia la tintorería.
Hasta allá llegan para convencerla de que duerma bajo techo. "No me gusta el albergue, yo tengo mi casa en Aragón. Además no puedo irme porque va a venir mi marido y se va enojar si no me ve aquí cuando pase", responde en un primer momento, aunque al final acepta.