martes Ť 2 Ť enero Ť 2001

Arturo Alcalde Justiniani

Indefensión obrera

Ni los calculos mas pesimistas imaginaron que el incremento anual de los minisalarios para las zonas de alta concentración obrera y maquila llegase a 6.5%. Nos equivocamos. Un sector de analistas creyó que había llegado la hora de cierta recuperación frente al salario perdido; un cúmulo de promesas orientaban en esa dirección. Así, frente a una inflación acumulada del año 2000 del orden de 8% se calculaba 2% adicional que sugería 10% de incremento, ya que los mínimos no debían calcularse sobre datos esperados, sino reales. Otro sector, especialmente de sindicalistas democráticos, insistía en la necesidad de uniformar las zonas económicas (tres) en la que se fijaban los salarios mínimos, pero no esperaban que la tendencia a igualarlos fuese con una orientación a la baja entre 2.45 y 3.15 pesos diarios para todo un largo año. Las opiniones menos optimistas consideraban que tan sólo se recuperaría la inflación del año que se terminaba. Finalmente se impuso la dura realidad con la voluntad del gobierno federal y obviamente beneplácito de los sectores empresarial y maquilador, que hace ya un mes se sienten con derecho a todo, renovados en su energía, como niños con juguete nuevo en una Navidad adelantada. Al final, ni recuperación ni mejora, apostándose todo nuevamente al futuro.

No habían pasado tres días que el antiguo reclamo a punto de cristalizarse, de mejorar las minipensiones, habían concluido en un premio de consolación, un bono extraordinario "por única ocasión" que dio al traste con la posibilidad de avanzar al menos un poquito en la senda de una vida menos indigna. Nuevamente el mensaje estuvo presente: no alcanza, después lo vemos.

Tampoco habían pasado dos semanas que en los inicios de un nuevo gobierno plagado de esperanzas, comprometido a respetar el estado de derecho, se había declarado inexistente la huelga azucarera, siguiendo los métodos del viejo régimen, cuya derrota fue motivo de fiesta nacional. Como antes, con características similares al caso de la huelga de Volkswagen, se atendió con prontitud la exigencia empresarial, se retorció el contenido de la ley inventando causales nunca conocidas, se violentó la autonomía de la Junta Federal de Conciliación y Arbitraje y se colocó a los trabajadores contra la pared. También, como antes, se presumió de una "negociación", después del tremendo descontón.

Estos hechos no eran extraños en el viejo sistema político; lo preocupante es que se reproduzcan sin un cuestionamiento, no sólo de los trabajadores, sino del gran sector de la sociedad que creyó en un cambio en serio. Es la comunidad la que debe reaccionar, no sólo los trabajadores, ya que éstos se encuentran aún atados a un liderazgo eternamente sumiso que no ha ejercido defensa alguna de los trabajadores. La cínica posición del representante obrero ante la Comisión Nacional de Salarios Mínimos lo dice todo: "No pudimos hacer más, pero conste que no estuvimos de acuerdo".