MARTES Ť 2 Ť ENERO Ť 2001
Luis Hernández Navarro
Siete veces siete
Siete años cumplieron los zapatistas de vida pública este primero de enero. Siete fueron -cuenta el viejo Antonio- los primeros dioses que nacieron el mundo, diciendo que siete eran los trabajos que debían cumplirse para que el mundo fuera bueno y nos hiciera buenos. Siete fueron los aires y siete los colores.
Un mes cumplió el gobierno de Vicente Fox. Treinta días que han conmocionado al país entero. Poco más de cuatro semanas de esperanzas, desencantos, polémicas, críticas y adhesiones. Un mes en el que el zapatismo ocupó un lugar central en la agenda política nacional. Más que cualquier otro asunto, el conflicto en Chiapas se ha convertido en la medida para evaluar el cumplimiento de las promesas de campaña del nuevo presidente.
En su primera aparición pública en cerca de cinco meses el EZLN despidió, a finales de noviembre, a Ernesto Zedillo como ningún otro destacamento político lo hizo. La pretensión de presentar al último jefe del Ejecutivo surgido de las filas del PRI como el padre fundador de la democracia mexicana, como un nuevo Francisco Madero, difundida por los intelectuales de la corte, rodó por los suelos después del comunicado rebelde. Muy probablemente, el hombre del "no traigo cash" será recordado más por la matanza de Acteal y por el "error de diciembre" que como el enterrador de su partido.
Fueron los zapatistas, también, la única fuerza capaz de disputar la atención de los medios a la toma de posesión de Vicente Fox. Más que del nuevo presidente, el día después fue del subcomandante Marcos. Desde entonces no pasa ocasión en que la prensa nacional e internacional no se ocupe del conflicto chiapaneco.
Curiosa ironía. Mientras que desde algunos medios y el gobierno federal se diagnostica la debilidad de los rebeldes, éstos han mostrado una vitalidad, imaginación y capacidad de insertarse en la coyuntura de la que han carecido los partidos políticos.
La vieja tesis de Gustavo Iruegas, fracasado negociador gubernamental para la paz en Chiapas durante el gobierno de Zedillo y hoy subsecretario de Relaciones Exteriores, acerca de la insignificancia militar del EZLN como marco para cualquier arreglo con los zapatistas ha resucitado, ligeramente modificada, en las plumas de algunos corresponsales extranjeros: los rebeldes -dicen- no representan desafío alguno al Estado mexicano, sus fuerzas se han mermado. Tarde o temprano, la legitimidad del triunfo de Fox -como en el pasado los 17 millones de votos de Zedillo-, la fuerza del "progreso" -léase maquiladoras- y la aplicación del estado de derecho arrollarán a los rebeldes.
Estos argumentos son, sin embargo, más la proyección de un deseo que una realidad. Al resistir con éxito a la ofensiva del gobierno de Zedillo en su contra, los zapatistas cosecharon una muy importante victoria. El derrumbe del régimen es también su triunfo. Además, paradójicamente, han emergido del cerco fortalecidos. Algunos de sus más acérrimos enemigos de ayer han caído en desgracia y las medidas que acordaron, en el desprestigio. La descomposición de las comunidades como resultado de la política de contrainsurgencia provocó que numerosos destacamentos de indígenas y campesinos se sumaran a sus filas como un mecanismo de autodefensa y afirmación de su identidad, incluso en regiones alejadas de sus zonas de influencia tradicional. Localmente su organización creció durante los últimos años. Los municipios autónomos funcionan regularmente como centros de autoridad y gobierno. Su abastecimiento -cuestión vital para cualquier organización político-militar- fluye regularmente. Su capacidad de convocatoria dentro del país es indudable, y su presencia internacional es el sueño y la envidia de los movimientos de liberación nacional de otros países. La posibilidad de reanudar el diálogo de paz se debate alrededor de las condiciones fijadas por ellos, y, según el canciller Castañeda, "son perfectamente atendibles" (El País, 23 de diciembre de 2000).
Ciertamente, los rebeldes también enfrentan dificultades. Como sucede en cualquier organismo social vivo, hay movilidad de los militantes; sobre todo en los niveles menos consolidados, unos entran y otros salen. Además, la relación del zapatismo con algunos sectores de la intelectualidad que en el pasado lo apoyaron activamente sufrió un deterioro a raíz de la huelga de la UNAM, cuyas consecuencias son difíciles de medir. Asimismo, una parte de sus aliados tradicionales se convirtieron en promotores del voto útil y es un enigma prever cómo se comportarán ahora ante el conflicto. Finalmente, el movimiento social que los ha acompañado parece encontrarse en serias dificultades.
Después de siete años de vida pública, los zapatistas se han metido en la vida política nacional en el terreno en el que son más fuertes: el de su propia existencia como rebelión que busca una salida pacífica, justa y digna. Siete veces siete, lo que hoy está en la mesa es la disyuntiva entre la guerra y la paz.