DOMINGO 31 DE DICIEMBRE DE 2000

 


Ť Carlos Bonfil Ť

Pollitos en fuga

A mediados de los años setenta, en la ciudad de Bristol, Inglaterra, dos jóvenes artistas de la BBC, David Sproxton y Peter Lord, crearon la compañía de animación Aardman, especializada en trabajos creativos a partir de figuras de plastilina. Los personajes propuestos, un hombre y su perro en busca de queso en la luna (A grand day out, 1976) o una galería de animales en Creature Comforts (1990) parodiando a los ingleses, con sus gustos y manías, todo en la mejor tradición orwelliana de Granja de animales. El éxito de estas empresas creció rápidamente hasta conquistar su primer óscar de la academia de Hollywood a principios de la década pasada, y otros dos más con personajes tan definitivos como Wallace & Gromit, en animaciones que eran homenajes al cine de suspenso. Los pantalones equivocados, un tributo original a Alfred Hitchcock.

La presencia en la Aardman de un nuevo talento, Nick Parker, le imprimió a los cortos producidos un sello distintivo, muy alejado del estilo Disney, y con aportaciones novedosas en materia de fabricación artesanal y tratamiento dramático. Su primer largometraje, Pollitos en fuga (Chicken run) se realiza hoy con recursos más importantes (40 millones de dólares), con la participación de Dreamworks, una poderosa compañía estadunidense, y todo sin abandonar un instante el estilo de la casa Aardman. Una producción finalmente fuera del circuito restringido de los cineclubs y de las colecciones de video, que conquista con solidez un público mucho más amplio.

Pollitos en fuga es un deleite para niños y para cinéfilos adultos. Ambientada en los años cincuenta, en una granja que semeja un campo de concentración, la cinta narra la historia de la temible señora Tweedy y de su esposo papanatas, frustrada granjera larguirucha de chongo retorcido, quien harta de no poder incrementar la producción de huevo, decide remplazar el negocio ingrato con la compra de una máquina que tritura a las gallinas para convertirlas en pasteles de pollo más rentables.

La estrategia del gallinero amenazado para escapar al exterminio es la clave de acción y entretenimiento en esta versión muy fantasiosa del clásico de guerra El gran escape (Sturges, 1962), con el célebre vuelo final de la motocicleta de Steve McQueen remplazado por un estupendo hallazgo de las gallinas. Como en los cortos de conjunto Wallace & Gromit es muy afortunada la recreación de atmósferas lúgubres con detalles muy realistas. Los personajes plumíferos, la gallina Ginger y el falso héroe Rocky; la testaruda intervención de un gallo anciano, veterano de guerra, y el conjunto de gallinas aterradas y por necesidad final temerarias, son los aciertos más notables de la cinta.

El paso del cortometraje a una duración más larga y a una narración más elaborada, despoja en parte a Pollitos en fuga de aquel ritmo frenético, casi delirante, de productos tan redondos como Los pantalones equivocados (The wrong trousers), aunque en secuencias como el recorrido de Ginger y Rocky por el vientre de la máquina trituradora se reconoce de nuevo el talento del equipo Aardman para replantear con desenfado e ironía las fórmulas del cine de acción hollywoodense. Añádase a esto la construcción de personajes rápidamente entrañables, y el manejo sutil de referencias históricas, que naturalmente se pierden con el doblaje generalizado (buscar una sala con una versión subtitulada es como tratar de encontrarle una virtud a la señora Tweedy).

Los espectadores se pierden así, además de la voz de Miranda Richardson y de Mel Gibson (Rocky), los juegos de palabras y de acentos británicos e irlandeses, más de un detalle de color local, y sobre todo la libertad de elegir entre dos versiones -la disfrutable en compañía de niños, y la que se le escamotea en México al cinéfilo adulto, público al que también está dirigida la cinta.