MAR DE HISTORIAS
 
Cien años
 
 * Cristina Pacheco *

 

La música de una estación romántica se enturbia, como siempre que se modifica el voltaje. Del ángulo destinado a las planchadoras surgen al mismo tiempo dos voces: "Urbana..." La aludida suspende su labor, levanta un brazo y le da un golpecito al viejo receptor RCA que le dejó encargado, hace ya muchos años, Marcelino.

Otra vez nítida, la música se mezcla a los bufidos de las planchas de vapor que operan Inés y Rigoberta. Sólo Urbana, sitiada por metros de tul blanco y encaje, continúa inmóvil, mirando a la distancia, con la aguja entre los dedos.

-Acuérdate que doña Mabel no paga horas extras. ¿Quieres velar o qué te pasa?

La pregunta de Inés saca a Urbana de su arrobamiento:

-Ya ni me lo digas... Me quedé así porque se me figuró que todo lo que pasa ahorita ya lo había vivido antes. De dicha me sucedía a cada rato, según mi madre por la desnutrición ?Urbana advierte el desinterés de sus compañeras y sigue aplicando la última cenefa de encaje en un vestido de novia.

La música se enturbia otra vez. Sin que nadie se lo indique, Urbana golpea el radio con más fuerza que antes.

-Aguas, tía; no le suenes tan duro porque si no, cuando venga el dueño a recoger su aparato vamos a entregarle el puro cascarón ?Inés enfatiza sus palabras con una mirada maliciosa.

-Ese ya no vuelve ?contesta Urbana, mirando a la distancia.

-¿Qué el radio no es suyo? ?Rigoberta se vuelve a Inés: ?Como veo que lo cuida tanto y nomás ella le mete mano...

-Pues te equivocaste. Era de un tipo que ya no va a regresar ?aclara Urbana terminante.

-Oye, Inés, ¿y ella por qué está tan segura?

-Ah, pues porque aquí la tía cree que lo sabe todo.

-No todo, nada más algunas cosas, entre otras que Marcelino jamás volverá.

-Bueno, ya: ¿quién era Marcelino? ?Rigoberta hace memoria: ?Ese a mí ya no me tocó.

-Pero a ella sí ?el acento malicioso de Inés inspira la protesta de Urbana:

-Te equivocas, mi reina. Si contigo se mandó es cosa tuya. porque lo que es conmigo, jamás ?Urbana intenta disimular una sonrisa.

-¿Y a poco no te arrepientes? ?insiste Inés.

-¿Van a decirme quién era Marcelino? ?exige Rigoberta.

-Uno que nos reparaba los maniquíes ?contesta Urbana.

-Cuéntale bien las cosas porque si no, quién sabe qué se imaginará ?Inés descubre la emoción de Urbana y, conmovida, se vuelve a Rigoberta: ?Fue su novio y se me hace que hasta más...

Rigoberta se para en jarras: ?Mírala, qué calladito se lo tenía.

-No tengo por qué andarle contando mis cosas a todo el mundo. Además, ni creas que me tenía tan loca.

Inés desconecta la plancha, le hace un guiño a Rigoberta y luego se dirige a Urbana: ?¿No? A ver, dime: ¿qué harías si en este momento llegara el Marcelino y te dijera: "Vine para que pasemos juntos el fin de año, de siglo y de milenio".

Urbana deja su labor y se lleva las manos a la cabeza: ¡Correr a esconderme! Estoy horrible.

-¿Pero por qué dices eso? ?Rigoberta sigue observando a la encajera mientras rellena el depósito de agua de su planchadora.

-Porque tengo ojos y me veo ?Urbana levanta las manos: ?Mira qué dedos. Pegando metros y metros de encaje, la aguja me los comió; y luego, toda arrugada. No me gustaría que Marcelino me viera así. Mejor que me recuerde como me conoció hace 34 años. Entonces al menos era joven.

-Ay, Urbana, el tiempo corre igual para todos. Bajita la mano el Marcelino andará por los 50.

-No. Tiene menos. Era más chicho que yo: en marzo cumplo los 47 ?Urbana percibe el asombro de sus compañera: ?A ver si la dueña no me corre, porque ya cuando uno tiene esta edad...

-La señora Mabel no come lumbre. Entiende muy bien que para encontrarse una costurera como tú le va a sudar el copete. Es más, si yo fuera ella estaría pensando en cómo hacerle para retenerte ?afirma Inés con orgullo.

-Doña Mabel sabe que no necesita hacer méritos conmigo porque yo quiero mucho este taller. Después de todo, aquí he pasado la mayor parte de mi vida ?Urbana entrecierra los ojos: ?Llegué cuando estaba cumpliendo los 15, ¿se imaginan?

-Yo encontré esta chamba por el periódico. A usted, ¿quién la trajo? ?pregunta Rigoberta.

-Mi mamacita. En aquel tiempo, no es que tuviéramos más volumen de pedidos, sino que como todo el vestido se hacía completamente a mano, pues el trabajo era mucho más. Mi mamá pidió permiso de traerme como su ayudante. Esa fue la explicación que dio, pero con tiempo me di cuenta de que no quería dejarme en la casa con mi padrastro. El hombre estaba bien guapo y mucho más joven que ella. La pobrecita sufría de celos por eso.

-Como que las vidas se repiten, ¿no creen? ?dice Inés.

-Pues un poquito, al menos en el caso mío y de mi madre, sólo que entre nosotras hubo una diferencia. Con todo y que las mujeres de antes estaban mucho más amoladas que nosotras, ella sí se atrevió a casarse con el que era más joven mientras que yo no.

-¿Se arrepiente, Urbana? ?en espera de la contestación, Rigoberta se instala sobre unos rollos de tela.

-A veces, pero ya qué me gano.

-¿Te puedo hacer una pregunta sin que te molestes? ?Inés se espera a recibir la señal de su amiga: ?¿Seguiste trabajando aquí con la esperanza de que Marcelino volviera?

-No sé. Al principio lo hice por el recuerdo de mi madre. Claro que ella murió mucho antes de que llegara Marcelino. Luego, ya sabes, lo conocí a él y por el gusto de estar cerca, me quedé sin imaginarme que se iría.

-¿Sabes lo que no le perdono a ese tipo? ?Inés se acerca y puede percibir el olor a tela nueva: ?Que se fuera sin decirte nada.

-No eres justa con él: a su modo, me lo dijo ?--Urbana se vuelve hacia el radio: ?Ya parece que lo oigo la tarde en que vino a despedirse: "Tengo que ir a la Merced por un material que me está haciendo falta y no quiero llevármelo, no sea que en la bola me lo roben. ¿Se lo encargo?".

-Qué bonita despedida ?murmura Inés con ironía. Urbana no la advierte y sigue hablando:

-Le dije que se fuera sin pendiente. El iba saliendo pero se regresó de la puerta y lo encendió: "A lo mejor tocan la que nos gusta: Cien años. Si la oye, acuérdese de mí".

-¿Eso fue todo? ?pregunta Rigoberta, incrédula.

-Sí, y lo peor es que cada vez que oigo esa canción me acuerdo de él, parece que lo veo salir por esa puerta.

Para reanimar a Urbana, Inés asume una actitud juguetona:

-Pues ya libérate. Los cien años de este siglo ya se acabaron. Cambio y fuera. ¿Qué les parece si terminando adelantamos en alguna parte el brindis?

-Ay sí, vamos haciendo algo bonito porque ésta historia me apachurró el alma ?Rigoberta toma un vestido y lo dobla: ?Urbana, cambie de estación, a ver si encuentra algo bien alegre.

En cuanto Urbana gira el botón se escucha la voz de un locutor: "Y ahora, en el recorrido por nuestro panorama musical, ¿qué les parece si escuchamos al gran Lucho Gatica. Va a interpretar, como sólo él sabe hacerlo, un bolero de todos los tiempos: Cien años. ¡Felicidades!