"En 1986 me enteré que tenía VIH, fui de los primeros en hacerme la prueba porque mi amigo Nacho Alvarez, uno de los pioneros de la liberación gay en México, nos incitó a hacernos el examen en Conasida. Cuando la encargada me dio el resultado positivo, dijo 'no te preocupes, no va a pasar nada, ¿qué piensas hacer?' Pero su trato fue inhumano; además, habían dicho que la prueba era anónima y posteriormente me presionó a dar mi nombre. Después salí a llorar a la calle. No recibí más información.
"Con Arnoldo, encontré un gran apoyo. A él le dieron su resultado después. Yo guardé su resultado el fin de semana y nos fuimos a divertir y el lunes se lo entregué. Habíamos acordado que si salían positivos los resultados nos íbamos a ir a la costa, a perdernos en el mar. Afortunadamente nunca lo hicimos, porque a través de la enfermedad aprendes muchas cosas y conoces gente a la que valoras. Así lo fuimos asimilando. Posteriormente, platicando con Nacho Alvarez logré continuar mi vida normal, sólo que con precauciones y con el uso del condón.
"Al enfermarse Nacho me ayudó a prepararme para lo que podía pasar. No había medicamentos y veíamos su deterioro, entonces nos íbamos preparando psicológicamente al compartir su vivencia. A Nacho lo atendimos entre su pareja y varios amigos, así aprendimos a convivir con el virus. El nos seguía platicando, con una enorme vitalidad y ese fue un gran aliciente para estar apoyándolo hasta el final. Nacho fue una gran persona que me nutrió de conocimiento y experiencia, porque siempre fue combativo, hasta su muerte.
"Mi primera crisis de salud fue por un coraje; dejé de comer y eso me acarreó anemia, fiebres y pérdida de peso, de 82 kilos bajé hasta 45. Aún así, llevaba mi incapacidad a la oficina, donde llegué a sufrir el rechazo de un compañero que no me quiso dar la mano por miedo. Yo tuve el valor de mostrarme ante ellos, pero ellos no tuvieron el valor de preguntar qué me pasaba. Estuve en cama unos quince días, delirando con fiebres y neuropatía; no podía mover un pie, hasta que llegué a un grupo que ahora se llama AmsaVIH. Ahí me dieron antivirales y eso fue lo que me levantó.
"Cuando mis hermanos se enteraron, hubo una reunión del clan y me mostraron un gran apoyo, porque ya había antecedentes de sida en casa. Mi cuñado fue uno de los primeros casos en La Raza. Hasta tiempo después vimos su acta de defunción y supimos que era sida. El infectó a mi hermana, quien murió al año, pero no se nos ocurrió que tuviera VIH hasta observar el rechazo en el hospital, pues el doctor se ponía dos guantes y dos batas para acercarse a ella. Murió con una fuerte pérdida de peso y con un trato inhumano por parte de enfermeras y doctores de la clínica de electricistas. El caso de mi hermana me protegió del rechazo de mis hermanos. Aunque sentían coraje hacia mi cuñado, yo les hice ver que él fue una víctima más.
"Tuve muchos amigos con VIH, la mayoría ya murieron. Con quien más conviví fue con Arnoldo. No teníamos secretos entre nosotros. Nos ayudábamos a seguir adelante. En su último cumpleaños fuimos a Zacapoaxtla. El ya tenía tuberculosis y sin embargo se animó a llevarme a conocer esa zona. Ya cuando estaba muy enfermo, lo bañaba o le daba masajes en la cama del hospital, hasta donde él lo permitía.
"Actualmente estoy pensionado y tengo negocio de abarrotes. Es muy agotador. Mi principal achaque es la fatiga. Pero a veces voy a comprar jamón y cargo hasta 35 kilos. En este sentido mi vida es normal.
"Me he dado cuenta cuando voy al hospital Gabriel Mancera, que los pacientes son cada vez más jóvenes y me gustaría decirles que no tengan miedo, las terapias son mucho más avanzadas y la calidad de vida mucho mejor que hace quince años."