A diferencia de la profusión de estudios sobre la sexualidad femenina, el comportamiento sexual de los hombres ha sido muy poco estudiado. Y eso se explica porque los riesgos de salud asociados a la reproducción son mayores para las mujeres, además, son ellas quienes padecen en mayor medida las consecuencias de la conducta sexual de los hombres. Sin embargo, esta circunstancia ha condicionado mucho la manera como se aborda el papel de los varones en las políticas de planificación familiar y salud reproductiva. A menudo se les mira como meros obstáculos para el ejercicio de los derechos sexuales de las mujeres o se les estudia en función de su influencia en la salud de las mujeres. ¿Hasta dónde la imagen popular de los varones adolescentes como "inseminadores ambulantes", transmisores de infecciones sexuales, interesados sólo en su propio placer ha logrado permear los programas de salud reproductiva?, cuestiona Rebecka Lundgren en un estudio preparado para la Organización Panamericana de la Salud.
En los últimos años ha crecido el interés de investigadores y funcionarios por involucrar a los hombres en los programas y servicios de salud sexual y reproductiva, porque a pesar de carecer de la información correcta sobre el tema son ellos los que finalmente toman las decisiones, y se reconoce por tanto que sin su participación difícilmente se lograrán avances importantes en la materia. Sin embargo, no se trata simplemente, como afirma Lundgren, "de aumentar la participación de los hombres, sino de cambiar radicalmente la manera en que lo hacen". Y para ello es preciso ampliar nuestro conocimiento sobre los patrones de la conducta sexual masculina y la manera como la construcción social de la masculinidad los determina.
Más allá de la acción de la testosterona, la masculinidad es un comportamiento aprendido y determinado por patrones de conducta y valores sociales cambiantes, según refieren los sexólogos. Y a pesar de que en las últimas décadas se han dado algunos cambios en los roles de género, mucho del comportamiento sexual de los hombres sigue aún condicionado por el modelo dominante de masculinidad.
De acuerdo con este modelo, refiere Rebecka Lundgren en el texto citado, el desempeño sexual juega un papel crucial en la formación de la identidad masculina. La virilidadad, constantemente sometida a prueba, es un estado que se gana, no se adquiere de manera automática, y el sexual es uno de los terrenos donde se prueba. La hombría se mide aquí por el número de conquistas sexuales. Y la presión social, de amigos y familiares empuja a los varones en esa dirección. Por ello, para muchos adolescentes las primeras experiencias sexuales son significativas sólo en la medida que satisfacen su necesidad de reafirmarse como hombres. "El prestigio que un joven alcanza entre sus amigos cuando tiene una cita amorosa puede ser más importante que los sentimientos involucrados en la relación", escribe la autora. De ahí que algunos adolescentes y jóvenes manifiesten ansiedad y temor de no cumplir las expectativas sociales, se muestren inseguros acerca de su capacidad de respuesta sexual, se obsesionen por el tamaño de sus penes y recurran a la coerción y la agresión para lograr una 'conquista' sexual. Los índices de mujeres que afirman haber iniciado su vida sexual bajo la presión y la coerción masculina son muy elevados. En este contexto, no sorprende que muchos jóvenes piensen que la responsabilidad de evitar embarazos recae en la mujer, y que su conocimiento sobre la fertilidad y la concepción sea muy deficiente. En los estudios revisados por Lundgren se encontró que sólo un cuarto de los adolescentes identificaron correctamente el período más fértil del ciclo menstrual de la mujer. En consecuencia, tenemos un índice muy bajo de uso de anticonceptivos en la primera relación sexual.
Según la "mística masculina", los hombres siempre deben tener la parte activa de la relación, tomar la iniciativa, separar el deseo sexual de los afectos y las emociones, ser experimentados en cuestiones sexuales, y asumir riesgos. De ahí que mientras las jóvenes señalen al 'novio' como su primera pareja sexual, más del 60 por ciento de los chavos afirme que fue con una 'amiga', en un acto impulsivo y casual, y que reporten mayor número de parejas sexuales. En este contexto, no sorprenden los porcentajes de jóvenes que reportaron experiencias homosexuales en algún momento de su vida y que van del 10 al 28 por ciento, donde afirman haber jugado el papel activo o dominante.
Esta "mística masculina", que fomenta la conducta agresiva, la competencia, la dureza, el dominio y el asumir riesgos, puede tener, en el terreno de la salud sexual, graves consecuencias para hombres y mujeres. De ahí la preocupación de las instituciones de salud de tratar de involucrarlos en los programas de salud reporductiva y de prevención de infecciones por transmisión sexual. El Programa Conjunto sobre Sida de Naciones Unidas (Onusida), por ejemplo, dirigió este año su campaña mundial contra el sida a la población masculina bajo el lema "Los hombres marcan al diferencia" y con la intención de estimular la participación de los varones en la lucha contra ese padecimiento. Allí se reconoce que los hombres son el eslabón principal de la cadena de transmisión del virus de la inmunodeficiencia humana (VIH), sin ellos, dicen, ese virus tendría muy pocas probabilidades de propagarse: "Como el varón tiene por término medio más parejas sexuales, y como la transmisión del varón a la mujer es dos veces más eficaz que la de la mujer al varón, éste tiene más posibilidades de contraer y transmitir el VIH y en promedio es previsible que infecte a más parejas a lo largo de su vida". Y eso se refleja en las estadísticas que muestran, con excepción de algunos países africanos, porcentajes mayores de hombres infectados. Por tanto, señalan, la participación de los hombres en las labores preventivas "representa el modo más seguro de cambiar el curso de la epidemia".
El documento también reconoce las limitaciones de los enfoques anteriores para enfrentar la epidemia. En los dos últimos decenios, afirma, "ha habido algunas iniciativas orientadas a reducir la vulnerabilidad de la mujer al VIH y a facultarla para que tenga un mayor control sobre su vida sexual y reproductiva, tanto la magnitud como el éxito de esos esfuerzos han resultado muy insuficientes". Además, señala, el rechazo social a las relaciones sexuales entre varones y las ideas erróneas sobre la homosexualidad han tenido como consecuencia "medidas de prevención inadecuadas", a pesar de que la población homosexual ha sido la más golpeada por la epidemia.
Por ello, Onusida propone ahora trabajar en un nuevo y muy necesario enfoque centrado en los hombres, sin abandonar los esfuerzos anteriores dirigidos a las mujeres. Dicho enfoque deberá contemplar los supuestos del modelo de masculinidad dominante que se levantan como verdaderos obstáculos a la labor preventiva. La afirmación de la masculinidad a través de las conquistas sexuales lleva a muchos jóvenes y adolescentes a no dejar pasar ninguna oportunidad de tener relaciones sexuales, aun cuando no tengan condones a la mano. La creencia masculina de que sin penetración no hay verdadero sexo y que las otras formas de expresar la sexualidad no cuentan, impide que los mensajes sobre sexo seguro tengan mayor impacto. "Cambiar esas actitudes y comportamientos masculinos habituales debe formar parte del esfuerzo para contener la epidemia de sida", señala Onusida. Y no se trata de señalar a los hombres como los culpables sino más bien de estimularlos a que se sumen al combate contra el sida, a que acudan a los servicios de salud sexual y reproductiva. Se trata de crear ambientes de confianza que posibiliten la comunicación con aquellos hombres temerosos de hablar de sus conductas sexuales de riesgo, con ello, mujeres y hombres saldrían ganando. "Ha llegado el momento -sostiene Onusida- de empezar a ver al hombre no como un tipo de problema sino como parte de la solución". O como afirma Rebecka Lundgren, el 'condicionamiento masculino' y no la 'condición de ser hombre' es lo que debe señalarse como el problema.