Diferentes estudios realizados en México y en otros países muestran que los varones, desde la pubertad, aprendemos a interpretar la sexualidad en función de nuestra genitalidad y a valorarnos de acuerdo con estereotipos que determinan lo que es "propio de los hombres y propio de las mujeres". Asumimos dichos estereotipos como una división binaria natural y que cualquiera que no se ubique en alguna de esas dos categorías será objeto de descalificaciones, desvalorizaciones y, más aún, de sanciones sociales.
El modelo masculino dominante postula como primera condición el ser heterosexual, lo que significa un rechazo activo a la homosexualidad, en buena medida porque se asocia con ciertos comportamientos más cercanos "a lo femenino" y, por ende, a algo socialmente considerado de menor valor. Así, la homosexualidad es una conducta que debe evitarse a toda costa a través de prácticas que legitimen de manera constante que se es "muy hombre". Con ello, la masculinidad se convierte en objeto de mediciones y de comparaciones entre los mismos varones. De esta manera, algunas capacidades y dinamismos básicos de la sexualidad devienen en un recurso de competencia con los demás, en un objeto de constantes calificaciones y en una práctica obligatoria para legitimarse como "hombres". Por otro lado, dicho estereotipo no se cuestiona porque se da como obvio, en parte porque genera algunos privilegios sociales, en parte por el temor a ser descalificado por otros hombres y mujeres que reproducen ese modelo, o por miedo a confrontarlo y transgredirlo, y en parte por la expectativa de cumplir y disfrutar del reconocimiento y los privilegios asociados al mismo.
La heterosexualidad aprendida conduce a rechazar prácticas de afecto, de erotismo y de cercanía entre varones, e incluso a usar el calificativo de homosexual para denotar minusvalía masculina. Paralelamente se festejan actitudes homofóbicas, al grado de que varones que tienen prácticas sexuales con otros varones tienden a afirmar que si ellos penetran al otro y tienen la parte activa en el intercambio, no son homosexuales. Lo son quienes se dejan penetrar, poseer y dominar, es decir, en su lógica ellos no son homosexuales, ya que no asumen papeles "propios" del sexo femenino. Al contrario, hay varones que llegan a afirmar que son tan hombres que "hasta se cogen a otros hombres", queriendo decir que tienen el dominio, el poder de sometimiento y de humillación. Con ello legitiman socialmente el uso de la sexualidad como recurso para demostrar el ejercicio del poder.
Otra característica de la sexualidad masculina tiene que ver con los ritos de iniciación sexual. Se ha observado que, a diferencia de las mujeres sobre quienes se ejerce una vigilancia y control social sobre sus cuerpos y su práctica sexual, en el caso de los hombres es muy frecuente que se festejen las primeras relaciones sexuales o incluso que se presione a los adolescentes varones para que vayan adquiriendo experiencias sexuales al margen de sus propias expectativas, demandas y deseos. Esta presión ocasiona que el sexo no se considere como una necesidad, sino como una obligación social, lo que incluso lleva a muchos varones a presumir experiencias sexuales no tenidas con el propósito de ser aceptados socialmente por sus propios compañeros de barrio, colonia o cuadra. Debido a esto, es común que los jóvenes separen con facilidad el afecto del deseo sexual y que a la larga se generen desfases y desencuentros cuando se relacionan con mujeres que tienen otras expectativas.
Las investigaciones sobre la sexualidad de los varones encuentran también que mucho del erotismo masculino se concentra en el pene, y por eso algunos autores la clasifican como una sexualidad mutilada, ya que privilegia la penetración por encima de cualquier otra práctica erótica y con ello cosifica el cuerpo de sus posibles parejas sexuales (varones o mujeres). A la larga, esto aumenta las posibilidades de prácticas sexuales expuestas al riesgo de infecciones. Estudios sobre el uso del condón en varones, por ejemplo, muestran que éstos consideran como factor de riesgo el "tipo de mujer" con el que tienen encuentros sexuales, pero difícilmente se consideran a sí mismos dentro de esa categoría por tener relaciones con múltiples parejas. No necesitan cuidarse de "su mujer", pero tampoco se cuestionan si ella debe cuidarse de ellos.
Otra característica de la sexualidad masculina es que se aprende a ejercerla sin necesidad de darle seguimiento a las consecuencias de la misma; se festeja y se demanda, e incluso se promueve la diversidad de experiencias sexuales desde la adolescencia, sin tomar en cuenta las consecuencias. Algunos autores le llaman sexualidad irresponsable, pero no en términos moralizantes, sino aludiendo a que los varones se acostumbran a no responder por lo que ocurre con su sexualidad, en particular porque se tiende a pensar que las consecuencias de la práctica sexual masculina no ocurren en el cuerpo del varón-dominante, sino en el de otras personas, lo cual ha sido seriamente cuestionado a partir del surgimiento de enfermedades como el vih/sida.
Este panorama aparentemente rígido y estereotipado, pero no menos desolador, de la sexualidad masculina, no incluye a todos los varones ni sus diferentes prácticas sexuales, aunque sí es el modelo dominante en diferentes grupos sociales. Si bien es necesario desarrollar mayor investigación para documentar su prevalencia y sus variantes, este modelo genera serias complicaciones en las labores de prevención del sida, en la medida en que la sexualidad se vea como una obligación individual más que un encuentro de satisfacciones mutuas; en la medida en que no se tenga la práctica ni se perciba la obligación de darle seguimiento a las consecuencias de los encuentros sexuales; en que se usen las prácticas sexuales como formas de humillación, dominio y sometimiento; en que siga prevaleciendo una visión reduccionista (sólo a través del pene) de las posibilidades de satisfacción sexual; y en la medida en que persista un rechazo a la homosexualidad como conducta antitética de la masculinidad.
Este panorama se vuelve más complejo cuando se identifican las formas en que muchos varones viven su relación con el proceso de salud-enfermedad y cómo aprenden a cuidar o descuidar su cuerpo y el de sus parejas. De acuerdo con estudios sobre las causas de morbilidad y muerte en los varones de diversos grupos sociales y contextos nacionales, a partir de la adolescencia empiezan a emerger como principales causas: los accidentes, los homicidios, la cirrosis hepática y, en algunos contextos, el vih/sida y los suicidios. Muchas de esas causas son totalmente distintas en el caso de las mujeres y ello no se explica por razones de diferencias fisiológicas sino por procesos de aprendizaje social, diferenciados por los géneros.
Hay autores que señalan que si los accidentes y los homicidios se clasificaran en función de su vínculo con el alcohol y se agruparan aquellos que tienen relación con el mismo junto con los casos de defunciones por cirrosis hepática, resultaría que el alcoholismo es una de las principales causas de muerte entre los varones. Pero el alcoholismo no es propio de la "naturaleza masculina" ni se asocia de manera obvia e irremediable a la conducta de los hombres, sino que podríamos clasificarlo como una epidemia simbólica, en la que los varones aprenden que sólo a través de la alcoholización pueden vivir situaciones de riesgo que los legitiman como hombres, aunque en el proceso puedan encontrar su propia muerte.
Muchos de los accidentes y homicidios son resultado precisamente de esa exposición intencional a situaciones de riesgo, legitimada por un estereotipo de la masculinidad que convierte en paradigma "la figura del héroe" que cuenta historias y situaciones peligrosas de las que ha salido victorioso. Algunos autores caracterizan esta tendencia de los varones como "negligencia suicida", en la que se aprende a usar y abusar del cuerpo, minimizando el cuidado del mismo e incluso considerando cualquier atención hacia él como una muestra de debilidad y de fragilidad, elementos de la personalidad que por supuesto no se ajustan al modelo dominante de masculinidad.
En este sentido, es cierto que los hombres pueden marcar la diferencia en el control y prevención del sida, como señala el lema de este año de la campaña mundial del Onusida, pero sólo en la medida en que sean capaces de cuestionar los estereotipos de masculinidad, que se animen a confrontar las presiones sociales, que participen en la transformación de los dobles códigos de conducta asignados socialmente para varones y para mujeres en la vivencia de la sexualidad y, sobre todo, en la medida en que cuestionen los procesos solitarios a través de los cuales construyen su identidad. Es necesario que los hombres se acompañen solidariamente en este proceso de otros varones y de mujeres, con quienes viven sus experiencias sexuales y con quienes moldean cotidianamente "esa nuestra realidad".
Profesor-investigador de El Colegio de México.