SABADO 30 DE DICIEMBRE DE 2000

Siete pintores españoles contemporáneos /V

Ť Alberto Blanco Ť

Imágenes en un mundo de imágenes

La ideología de la ''traición'' es la que gobierna a las obras de los manieristas, tanto en el arte como en otros campos de la creación. Su ideología favorece lo lateral, lo ambiguo.

 

Achille Bonito Oliva

Después de la pulverización de las imágenes operada en las obras de los grandes maestros del arte moderno, Ƒqué sentido tiene el volver a la imagen? En la imagen del péndulo esta la respuesta, quizá... Dice Gombrich que hacia 1520 todos los amantes del arte en las ciudades italianas parecían estar de acuerdo en que la pintura había alcanzado ya su cima de perfección. Por supuesto que para un joven aprendiz que deseara llegar a ser algún día un gran pintor, esta opinión generalizada no debía resultar del todo halagüeña. "Ya todo está hecho" parecía ser la divisa crepuscular de la época. Pero, Ƒno es ésta condición la antesala lo mismo de la más alta iluminación que de la peor de las desesperanzas? Por otra parte, y viendo que en nuestra época priva en gran medida una sensación semejante -sobre todo entre los jóvenes- creo que vale la pena preguntarnos, Ƒcómo se las ingeniaron los artistas de aquella notable generación nacida bajo la espesa sombra del Renacimiento para superar a sus maestros? La respuesta que le dieron los manieristas a esta pregunta parece muy sencilla pero implica, a final de cuentas, una alta dosis de sabiduría: no creciendo inmediatamente debajo de su sombra.

No otra cosa han hecho los pintores contemporáneos en España, sin que esta observación implique que los califico automáticamente de manieristas. Por una parte, si bien son artistas que reconocen el peso específico del pasado, se puede observar en todos ellos una muy clara voluntad de no crecer directamente debajo de la sombra de los ancestros. Por otra parte, y a pesar de todo, el pasado sigue estando tercamente allí, como un espejo a veces terrible y a veces adulador, en el cual podemos -y, tal vez, debemos- reconocernos. Porque el espejo puede ser ese otro que busca el pintor para reconocerse. "El pintor pinta -dice Francisco Peinado- pero necesita a otra persona que le confirme las cosas, que le diga si llega o no, ya que la pintura es un medio de comunicación, y ésta no siempre se produce."

Francisco Peinado nació en Málaga en 1941. Después de pasar su infancia en España vivió los decisivos años de la adolescencia en América: en Sao Paulo, Brasil. Después de vivir en Alemania en 1966, se estableció durante la bulliciosa década de los setenta en Madrid, donde los ejemplos de los grupos Dau al Set y El Paso, ejercían su influencia. Para cuando Peinado dejó Madrid y regresó a pintar a su natal Málaga, había encontrado ya su línea definitiva. Aunque mucho se ha especulado acerca de la influencia que Brasil y su aire cargado de toda clase de asociaciones exóticas y mágicas pudo haber tenido en su obra, ha sido el mismo artista quien se ha encargado de poner los puntos sobre las íes, rescatando la influencia determinante de la honda España del sur en su pintura: "En Brasil hay una atmósfera muy mágica, muy fantástica, y eso lo llevo en la sangre. Como también un componente más mediterráneo, dado que mi padre era de Málaga y mi madre de Granada. Yo soy la mezcla de todo eso..." Albert R‡fols-C 'Nostalgia'

Dentro de esa mezcla, indudablemente que el Catolicismo es uno de esos elementos que ha estado presente en la vida y en la obra de Peinado, como lo está, por comisión o por omisión, y por razones obvias, en la obra de casi todos los artistas españoles. Después de todo, el Catolicismo, a diferencia del Protestantismo, por ejemplo, o del Judaísmo o de la religión del Islam, ha considerado siempre a la imagen como un medio esencial que nos permite aproximarnos a la verdad, y de conocer, en última instancia, a Dios. Se puede decir que, en este sentido, una de las mayores cualidades psicológicas, éticas y estéticas del Catolicismo, es el haber comprendido plenamente la función catártica de las imágenes.

El surrealismo, muy probablemente inspirado en el amor a las imágenes del psicoanálisis, entendió muy bien la función catártica de las imágenes, e hizo de su puesta en escena el centro mismo de su poética. La obra plástica de Francisco Peinado, plena de imágenes, ha comprendido también esta función, y ha dado a la imagen un lugar de privilegio dentro de su propuesta. Se trata de una pintura que hace su apuesta a favor de la imaginación al comprender que la imaginación permite al individuo desenterrar las más oscuras representaciones arcáicas anteriores a la verbalización para hacerlas públicas.

Sin embargo, no podemos dejar de reconocer que en nuestros días, las imágenes que nos presenta la pintura, lo mismo que las que nos ofrece ese arte emblemático del siglo XX que es el cine, así como las que nos asaltan a través de la publicidad o las que aparecen en nuestros sueños, están con alarmante frecuencia, fragmentadas. Y es que vivimos en un mundo donde todo -las imágenes, las relaciones, las noticias, las conversaciones- se da de un modo fragmentario.

Francisco Peinado, que comenzó a dibujar y pintar en Brasil de modo casi autodidacta, se sintió desde el inicio -como les pasa a los dibujantes natos- fuertemente atraído por la imagen. Sus dibujos de fines de los sesenta y principios de los setenta nos dejan ver a un artista figurativo, minucioso y obsesivo; esto le valió muy pronto ser asociado con los surrealistas. Luego se habló de simbolismo y hasta de barroco... Quién sabe. Hay muchos pintores que pintan lo que saben, pero, como dijo José Hierro: "existen otros, como Peinado, que pintan, graban o dibujan por saber, por saberse. Son como médiums que lo que dijeron en trance lo saben después, al despertar."

De la incertidumbre generada por la pintura de Peinado entre escritores y críticos dan fe los títulos de algunos de los ensayos que se han escrito sobre su obra: Los símbolos de Francisco Peinado, de José de Castro Arines; Francisco Peinado: el universo de un raro, de Juan Manuel Bonet; Francisco Peinado: Safari surreal, de Venancio Sánchez Marín; Francisco Peinado o la esencia del barroco, de Arnau Puig; Las soledades de Francisco Peinado, de José Miguel Ullán; y Francisco Peinado después de la vanguardia, de Santiago Amón.

Vanguardias, surrealismo, simbolismo, romanticismo, barroco, etc. Esta es la progenie de los movimientos y las escuelas que dentro de las artes visuales han adorado la imagen. Sin embargo muy pronto, se vio que Peinado no pertenecía a ninguna escuela y que estaba solo: "...bueno, sí, estoy aislado ...tal vez demasiado aislado en mi pintura". De esta soledad dan cuenta sus cuadros. "Nadie pinta lo que Peinado -escribía Ullán-; nadie pinta como Peinado: camas entrecortadas por la desolación sin muecas, la cabeza guillotinada que da sentido y corazón a un puerto... el paraíso sumergido".

Y es que frente al Paraíso relativo (o relativista) del arte moderno, se extiende ahora el Paraíso perdido de la postmodernidad. Podríamos hablar, sí, quizá, de un Paraíso que se halla sumergido en las brumas del inconsciente colectivo, a condición de que existiese en alguna parte algo así como el inconsciente colectivo. Podríamos hablar, tal vez, de un retorno a las imágenes de la primera infancia y su extraordinario poder evocador. En todo caso, podemos hablar de un Paraíso perdido que se sabe perdido, como en los versos de Alberti, precisamente porque estamos tratando de encontrarlo: "šParaíso perdido! / Perdido por buscarte".

Los artistas de este Paraíso perdido aceptan el hecho de la escisión y la falta de centro, y por lo mismo buscan denodadamente reintegrar -o reintegrarse en- un Cosmos, una totalidad. La obra de Francisco Peinado es el ejemplo perfecto que ilustra esta condición. Una obra que trata de integrar las extravagancias de nuestra época en un todo bizarro pero consistente, raro pero bello, realista pero imaginario. Una obra y un mundo eclécticos y coherentes a la vez.

Remato con estas palabras de Paul Virilio:

''Digamos que el arte moderno insiste en el individuo que está fragmentado, perdido, y que no se puede encontrar en el espejo de ninguna ideología. Se apodera de este momento de fragmentación en un gesto que no le da significado pero que es, en su misma existencia formal, un gesto de fugaz soberanía y de entusiasmo momentáneo. El postmodernismo, por la otra parte, trata de integrar este extravío en una unidad ecléctica que sin duda contiene elementos regresivos, cierto, pero que constituye un paso adelante en la idea de una vanguardia en la medida en que impone un contenido y la elaboración de una mediación.''