Como todo en este país se mide en sexenios, el cine mexicano reciente también debe evaluarse en términos de los últimos seis años. El panorama es harto contradictorio. Por un lado, debido en gran medida al error de diciembre, la crisis rebasó los niveles habituales al descender a las cifras más bajas de producción desde los años 30. Para fines prácticos, la industria estaba muerta. Por otro, como se sabe, nunca antes el cine mexicano había gozado resultados tan prósperos en taquilla.
Si la política del Imcine depende del funcionario de turno, no hubo un mínimo de coherencia en el sexenio zedillista pues el puesto resultó efímero para todos los responsables: nada menos que cuatro funcionarios ?Jorge Alberto Lozoya, Diego López, Eduardo Amerena y Alejandro Pelayo, en orden cronológico? dirigieron el Imcine con sus respectivos equipos de colaboradores. Hasta el influyentismo se prestó a la confusión.
Menos mal que en el 2000 la producción aumentó en relación a los años anteriores, llegando a rebasar la veintena de largometrajes. El Imcine participó en quince cintas filmadas este año, más cinco previstas para los inicios del 2001; por suerte, el estado ya no es la única instancia productora, y a ese número se suman los esfuerzos de una forma diferente de inversión privada. Así, realizadores veteranos como Felipe Cazals y Jaime Humberto Hermosillo volvieron a hacer cine, mientras que Arturo Ripstein mantuvo su constancia y dirigió dos películas con tecnología digital en menos de un año. Fue también un tiempo favorable para las mujeres cineastas del país. Maricarmen de Lara, María Novaro y Marisa Sistach estrenaron sus nuevas realizaciones, ya sea en la cartelera o en festivales, en tanto cintas de Marcela Arteaga, Marcela Fernández Violante, Dana Rotberg y Guita Schyfter se encuentran en proceso de terminación.
Además de esas producciones, podemos anticipar en el 2001 el estreno de los trabajos recientes de Francisco Athié, Alfonso Cuarón, Juan Antonio de la Riva, Guillermo del Toro (en una coproducción con España), Rafael Montero, Ignacio Ortiz Cruz, Ernesto Rimoch, Fernando Sariñana y Marcel Sisniega, aunados a las óperas primas de Jorge Aguilera, Armando Casas, Angel Flores, Fabián Hoffman y Gerardo Tort, entre otros. ¿Significará eso una presencia más constante del cine nacional en la cartelera? A ver si se resuelve antes lo de la mentada ley cinematográfica.
Lo interesante del inusitado éxito económico es la participación de esas compañías productoras y distribuidoras ajenas al Imcine, capaces de invertir cantidades fuertes sobre todo a la hora de la publicidad y la exhibición. Sin duda, fue el año de Altavista (y su filial, la distribuidora NuVisión): además de las nutridas recaudaciones de Todo el poder, de Sariñana, y Por la libre, de Juan Carlos de Llaca, estuvo el fenómeno de Amores perros, la película mexicana del 2000 en varios sentidos.
La sorprendente ópera prima de Alejandro González Iñárritu tuvo el mérito de demostrar que una buena parte del público mexicano es capaz de interesarse por algo de mayor peso que una comedia lite; y a la vez recorrió festivales internacionales cosechando elogios de la crítica y premios chonchos en Cannes, Edimburgo, Chicago, Tokio, La Habana... más lo que se acumule esta semana. Amores perros seguro se perfila como la cinta mexicana con mayor número de premios internacionales en la historia. (En el otro extremo del espectro está el caso de Sofía, producción amateur de un tal Alan Coton quien se autoproclamó ganador de siete premios en un festival inexistente).
Para que compañías como Altavista se conviertan en una opción significativa, necesitan aumentar el volumen de su producción. Si alguno de sus ejecutivos mencionaba la intención de emular la línea de ensamble de las compañías hollywoodenses de antaño, cabría recordar que el promedio de producción de la Warner o la RKO en los 30 era de unas cincuenta películas anuales. Eso es una línea de ensamble.
No obstante los considerables logros en taquilla, el cine mexicano sigue en desventaja frente al dominio del producto hollywoodense (tan deslucido en el 2000 que ha puesto en jaque a los miembros de su Academia). La superioridad de la chatarra gringa ?que ha impuesto versiones dobladas al español con la mano en la cintura? es avasalladora y por eso no llega a tiempo ?o jamás? lo sobresaliente de otras cinematografías. Revisando las inevitables listas de lo mejor y lo peor del año según la crítica extranjera, uno comprueba que sólo los churros hollywoodenses sí se han exhibido aquí con oportunidad.
Para terminar con una nota positiva, podemos afirmar sin temor a exagerar que el cine mexicano tuvo un desarrollo mucho más afortunado en el siglo XX que en los 19 siglos anteriores.