Claro que hablar de centro en este momento en las artes
en que la idea del descentramiento se ha vuelto, paradójicamente,
central, puede resultar chocante. Sin embargo, no lo es. Si los modernistas,
siguiendo el camino abierto por los románticos y el ''Dios ha muerto"
de Jean-Paul y de Nietzche, nos mostraron que el centro, la relación
causa-efecto, la linealidad cronológica, la racionalidad, el lenguaje
transparente y las convenciones morales de la burguesía no son toda
la historia, los artistas contemporáneos se han encargado de darnos
a ver lo opuesto. Como dice John Barth: ''Disyunción, simultaneidad,
irracionalidad, anti-ilusionismo, anti-reflexión, medio-como-mensaje,
olimpismo político... tampoco son toda la historia".
Y es que la historia de la pintura de las últimas
décadas, no sólo en España, sino en esa escena cosmopolita,
internacional que ya abarca buena parte del mundo, ha crecido, se ha diversificado
y se ha vuelto tan variada y compleja que todos los intentos por construir
un sistema, un marco teórico que explique semejante explosión,
han resultado, en el mejor de los casos, inoperantes; y en casos menos
afortunados, contraproducentes. Todas las vías están abiertas,
a condición de que el artista quiera y sepa transitarlas.
La cuestión es que este fenómeno que se da en el mundo de las artes visuales en su conjunto, se repite también en la escala de los medios artísticos nacionales... y, si continuamos con este proceso de abrir las cajitas chinas, tendremos que reconocer que no sólo llega hasta las provincias y los estados de los distintos países, sino que se da también dentro de la producción de las sucesivas generaciones de artistas y, más aún, dentro de la obra de un solo artista y, en ocasiones excepcionales, hasta dentro de una sola de sus piezas.
Este es, justamente, el caso de Josep Guinovart, pintor catalán nacido en Barcelona en 1927, que dentro de una generación que, de un modo u otro, estuvo asociada con el grupo y la revista Dau al Set, ha experimentado en cinco décadas todas las posibilidades de la pintura contemporánea. A ello se refiere Daniel Giralt-Miracle cuando en su ensayo Guinovart, la fuerza del lenguaje plástico, publicado en 1979 por la Galería Joan Prats, afirma: ''Se han señalado diferentes etapas o periodos de su proceso evolutivo: el magicismo, el expresionismo figurativo, el esquematismo plástico, la abstracción, el realismo del objeto, el momento integracionista y la etapa actual, que en cierta manera supone una revisión de todas estas experiencias".
Fácilmente podrán los lectores de esta publicación, así como los espectadores de la muestra comprobar por sí mismos o imaginar que si este catálogo de exploraciones e indagaciones visuales era ya así de rico en 1979, a estas alturas, el territorio que ha andado y ha descubierto Guinovart en su trabajo durante las últimas décadas debe ser extraordinariamente vasto. En efecto, el arte de Guinovart podría considerarse un verdadero compendio no tan sólo de las artes visuales catalanas tal y como se han desarrollado durante la segunda mitad del siglo XX, sino incluso del desarrollo de las artes visuales españolas en su conjunto. Estamos, pues, ante la obra de uno de los más grandes artistas vivos del panorama pictórico español de nuestros días.
Así lo reconoció en 1991 el crítico de arte mexicano Jorge Alberto Manrique en el texto titulado El arte catalán: una charnela, que con motivo de la exposición Constantes del arte catalán actual se llevó a cabo en el Museo Rufino Tamayo de la ciudad de México. Al hablar de Guinovart en el catálogo de esta exposición, Manrique afirmó categórico: ''Lo gestual unido a otras posibilidades, ya matéricas, ya colorísticas, es el punto primordial de uno de los artistas mayores, Josep Guinovart".
Pero, ¿qué nos permite afirmar con Manrique semejante cosa? La respuesta es muy sencilla: la obra. Y es que aquí no sólo cuenta la longevidad de un artista que se ha dedicado sin pausa ni sosiego a su trabajo por más de 50 años; ni la cantidad impresionante de obra que ha producido; sino la calidad, la variedad y la novedad de la misma. Son precisamente estas últimas cualidades las que han hecho de la obra de Josep Guinovart un faro insoslayable para las nuevas generaciones de artistas catalanes y españoles.
La extensa obra de Guinovart, como todo gran arte (o, mejor dicho, como toda obra de arte ?así sin adjetivos? o, todavía mejor: como toda obra hecha con arte) ha enriquecido no sólo su propia vida, la de su generación, su medio cultural, su ciudad y su país, sino que ha contribuido y sigue y seguirá contribuyendo a fomentar lo mejor entre nosotros. Porque no debemos olvidar que, como decía ese otro artista catalán recientemente fallecido, único e inclasificable, el poeta y constructor de objetos maravillosos, Joan Brossa: ''El arte es un medio espiritual de contacto entre los hombres". Así se lo hacía saber en una carta a su entrañable amigo, Antoni Tàpies, en la época de Dau al Set, punto de arranque del arte catalán contemporáneo a principios de los años cincuenta:
''Me voy cruzando con algunos maestros verdaderos. Guimerá, Verdaguer, Maragall. Su sangre es la mía, su país también... Su obra tiene un ritmo humano elevado y formidable. Todo eso, claro está, nace de este nuevo sentido que me hace tomar el arte y la poesía como un medio de relación entre los hombres. A un lado y otro de la gran ruta histórica, unos campos de trigo se extienden hasta el pie de altas cimas coronadas de verdor... Tàpies, el arte es un medio espiritual de contacto entre los hombres.''
Ese ''nuevo sentido" del que habla el poeta andaba en el aire y era el pan invisible de cada día para los artistas que, como Guinovart y los mismos Tàpies y Brossa, padecían la asfixiante atmósfera del franquismo de los años cincuenta, y veían con toda claridad que era urgente una renovación tanto de la pintura en España, cua nto de las demás artes. Y como siempre Cataluña, con la ciudad condal a la cabeza, estaba decidida a dar la batalla.
Los pintores y los poetas sentían que lo que estaba en juego en realidad era algo mucho más grande que la renovación de los cánones estéticos; lo que estaba en juego era, nada más y nada menos que, la renovación de la vida, de las relaciones entre los hombres, de toda la sociedad española: ''Su sangre es la mía, su país también..." La utopía se convirtió entonces en la tierra fértil de todos los experimentos artísticos que habrían de prosperar en los años sesenta, y en los cuales Guinovart estuvo participando siempre en primera fila.
Con el paso del tiempo, el Informalismo matérico catalán ?que tantos vasos comunicantes tiene con el Arte povera italiano? acabó por entrar en contradicciones consigo mismo y adoptó otras formas. Como dijo Guinovart:
''Es preciso que la obra entre en contradicción con ella misma y conmigo para, después, intentar una coherencia entre aquello que consigo crear sobre las cosas y el lenguaje artístico que me permite llegar a estas cosas y expresarlas."
Esas ''cosas" a las que Guinovart ha llegado con su lenguaje personal, y que tan bien ha expresado en su trabajo, provienen, en gran medida del campo: bidones, granos, caracoles, espigas. Todo está allí. Porque, como dijo de él, Fernado Gamboa: ''Con su hambre de realidad, encerraría en un cuadro si pudiera, el mundo entero".
El mundo que revive en su obra apasionada es el mundo de su infancia, durante la Guerra Civil, en Agramunt, Lérida:
''Unos campos de trigo se extienden hasta el pie de altas cimas coronadas de verdor..." De allí provienen las semillas de trigo que tantas veces ha utilizado en sus pinturas, collages y ensambles. Porque sólo en la vuelta a la semilla, en el retorno al origen, radica la posibilidad de ser original.