Siete pintores españoles contemporáneos /II
Ť Alberto Blanco Ť
Entre tradición e innovación
Picasso, usted y yo somos
los más grandes pintores de
nuestra época:
usted en el estilo egipcio y yo
en el moderno.
El Aduanero Rousseau
Que la línea que separa la tradición de la innovación es muy tenue... ya lo demostró el Aduanero Rousseau, como también lo han demostrado, de una forma u otra, todos y cada uno de los maestros del arte moderno. Entre todos ellos, destaca con luz propia Pablo Picasso, un artista español que resulta, por razones obvias, particularmente significativo en el contexto de esta exposición. Porque, como dice Philippe Sollers:
''Picasso es el más grande artista del siglo XX, y se puede decir que en su pintura se actualiza toda la cultura española."
En
este sentido se puede considerar que 1981 fue un año clave para
la pintura española, porque fue entonces cuando se transportó
al fin a España el celebérrimo Guernica de Picasso.
Con el regreso a una casa que nunca había conocido a esta obra pródiga
nacida en el exilio, quedó marcado, tanto en el mundo cotidiano
de la cultura española como en el universo inasible de los símbolos,
lo que ahora ha dado en llamarse un parteaguas: hay un antes y un después.
Y esto que, quizá, podría sonar un poco exagerado, cobra
su verdadera dimensión cuando vemos, por ejemplo, el escándalo
que provocó el Guernica apenas en 1997 cuando se planteó
su traslado en calidad de préstamo al nuevo Museo Guggenheim de
Bilbao. Picasso está vivo.
Y fue precisamente en 1981, año del traslado del Guernica de Nueva York a Madrid, de América a Europa, que en la pintura de José Manuel Broto sucedió un traslado análogo. Sólo que para entender la naturaleza de este viaje y este viraje, emblemático de una manera de entender la pintura en la España de las últimas décadas del siglo XX, es necesario remontarnos un poco en el tiempo y reconstruir someramente la biografía y la trayectoria artística del pintor.
El trabajo de este artista nacido en la ciudad de Zaragoza, en 1949, se inició a principios de los años setenta bajo la advocación de una tradición decididamente figurativa en la pintura. Durante lo que pueden llamarse sus años zaragozanos, y que duraron hasta 1972, el pintor formó un grupo junto con Javier Rubio y Gonzalo Tena ?ambos pintores? y el escritor Federico Jiménez Losantos. A partir de 1972, año en que Broto se va a vivir a Barcelona, el grupo se enriquece con la participación del pintor Xavier Grau y del escritor Alberto Cardin. Este grupo se proponía renovar la atmósfera un poco densa no sólo de Zaragoza, sino de España, siguiendo de alguna forma el llamado del movimiento francés denominado Peinture-peinture pero, sobre todo, siguiendo su propio instinto pictórico. Este instinto pictórico muy pronto habría de verse puesto a prueba en un nuevo entorno cultural.
Con su traslado a la capital de Cataluña y bajo la influencia de un ambiente que descubría casi al mismo tiempo tanto el arte de la llamada Escuela de Nueva York como el nuevo arte minimalista, la pintura figurativa de Broto sufrió fuertes cambios. Y siguiendo un movimiento a contracorriente de lo que su muy natural inclinación parecía dictarle, muy pronto las figuras desaparecieron de sus telas para dejar el paso libre a un constructivismo muy personal.
En 1976, y con motivo del lanzamiento del número cero de la revista Trama, publicada por jóvenes artistas españoles agrupados bajo el mismo nombre, se abrió en la prestigiosa Galería Maeght de Barcelona la exposición Broto, Grau, Rubio, Tena. Per a una crítica de la pintura. Esta exposición marcó un momento decisivo, no sólo en la trayectoria de Broto y en la de sus compañeros de aventura, sino en la de la nueva pintura española. Un hito que se vio confirmado por el texto del catálogo que fue escrito nada más y nada menos que por la figura señera del arte español contemporáneo: el maestro catalán de la pintura, Antoni Tàpies.
Y así, después de una serie de cuadros premonitorios pintados por Broto a finales de la década de los setenta, en los cuales ya se puede apreciar un retorno a sus orígenes, a la pintura lírica y a la figuración, llegamos al año de 1981, eje de la pintura de Broto y de la pintura española en general. Al respecto, en el texto escrito para el catálogo de la exposición José Manuel Broto: Pinturas 1985-1995, que se efectuó en el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, la comisaria de la muestra, Paloma Esteban Leal, dice:
''Coincidiendo con los inicios de la década de los ochenta, la obra de Broto experimenta un nuevo giro ?aunqueaún pervive en ella la impronta de Still, Jasper Johns, Sam Francis o el primer Philip Guston?, al que no van a ser ajenos una serie de hallazgos que hunden sus raíces en búsquedas de índole poética y metafísica. Su presencia en la exposición 1980, que tuvo lugar un año antes de dicha fecha, concretamente en 1979 en la galería Juana Mordó de Madrid, supone un abandono definitivo del Minimalismo, al que ha remplazado por completo la efusión lírica.''
Para 1982 en que Broto emprendió un viaje a Italia, se había operado ya en su pintura el traslado simbólico de América a Europa: desde la Escuela de Nueva York hasta las ruinas de Pompeya; desde las grandes telas hieráticas de Rothko hasta los frescos de Giotto y el Angelico; desde los tachones monocromos de Cy Twombly hasta el exultante colorido de los maestros venecianos: Tiziano y Tintoretto. Con esta jornada de descubrimiento ?o tal vez mejor sería decir: de redescubrimiento? se signó en Broto un rencuentro definitivo con sus propias raíces artísticas y culturales: europeas, españolas, ibéricas y mediterráneas.
En 1985 Broto cambió de nuevo de residencia y se fue a vivir a París. Este traslado marcó también un giro en su quehacer que, sin desandar su regreso a la pintura-pintura, fue prescindiendo cada vez más de todos aquellos motivos vagamente ''románticos" que habían hecho su aparición luego del viaje a Italia. Poco a poco la pintura de Broto se fue alejando de las referencias inmediatas a los objetos del mundo cotidiano y real y se volvió más abstracta, más concentrada.
Se podría decir que el mundo real en su pintura se fue convirtiendo, primero, en un pictograma, y, a final de cuentas, y tras un larguísimo proceso de depuración, en un verdadero ideograma, más cerca de la poesía china que de cualquier otra forma de arte.
Las grandes formas que van a dominar sus cuadros a partir de entonces, y de las cuales se pueden apreciar magníficas muestras en esta exposición, si con algún pintor muestran afinidades, es con el último Miró y sus inmensas constelaciones de una sola estrella. Este pintor catalán es, por cierto, el único surrealista del cual Broto se ha confesado en algún momento admirador.
Pero si con algún artista español Broto ha querido relacionarse es con un poeta ?uno de los más grandes que hayan existido nunca? y no con un pintor: San Juan de la Cruz. Así, cuando se conmemoró en 1991 el cuarto centenario de la muerte del santo, dedicó una serie titulada Al aire de su vuelo, integrada por una docena de grandes y enigmáticos lienzos, a evocar mediante formas y colores esas dos obras cumbres de la poesía española: el Cántico espiritual y la Noche oscura. Del mismo modo, y siguiendo la guía magnífica de Edmond Jabès, Broto había pintado un año antes una serie de homenajes que con el título de Sefarad, aludían a esa otra vertiente de la mística española que tan bien supo cifrar otro enorme poeta: Yehudá Haleví.
Pero la voluntad de conseguir que su pintura se vuelva cada vez más austera, más esencial, más musical, se ha manifestado no sólo en los terrenos estrictamente pictórico y visual ?para constatarlo nos basta con ver las telas, verdaderos campos de acción de la obra de este artista? sino hasta en el terreno de los títulos de sus cuadros, que son cada vez más puros, escuetos y esenciales: Las primeras cosas, Trabajos, Los libros, Pasión, Retiro, Alma, Vuelo, por no hablar de los cuadros dedicados a Bach, Mozart, Messiaen.
Este proceso de depuración se puede apreciar perfectamente en la serie que ahora llega a México, y que sólo lleva los nombres de los meses.
Da la impresión de que en esta serie Broto quisiera captar el espíritu de cada una de las doce estaciones en que hemos dividido el año... como si cada cuadro estuviera pintado con esencias destiladas de cada mes, y en sus rotundos ideogramas pudiéramos leer lo único que vale la pena saber del paso del tiempo en nuestras vidas.