MIERCOLES 27 DE DICIEMBRE DE 2000
Arnoldo Kraus
Fin de año: inmolación y clonación
En la última página de La Jornada, en la edición del 20 de diciembre, la realidad, más que el azar, congregó dos noticias opuestas y, a la vez, indisolublemente unidas. La primera, acompañada de una fotografía, informa sobre una inmolación colectiva en cárceles turcas, donde 15 prisioneros y tres policías murieron, durante un operativo de fuerzas de seguridad destinado a terminar con una huelga de hambre que mantenían reclusos desde hacía dos meses. La fotografía duele: varios policías sostienen restos de una persona, quizás aún con vida. La segunda, notifica la aprobación, en Gran Bretaña de "la clonación de seres humanos con fines terapéuticos para utilizar sus células como 'repuestos', a fin de tratar de curar enfermedades como Alzheimer, Parkinson y Huntington".
El azar no es cruel: sólo es azar. En el caso de las muertes inducidas y de la clonación, la serendipia pasa por el camino de la realidad y por los quehaceres del ser humano. Ambos eventos son similares, congregan mismas manos, mismas inteligencias.
En los últimos años, hemos sido testigos, con horror creciente, de incontables sucesos y motines carcelarios, en donde la muerte parece ser deseada, pues la violencia es inenarrable. Casi parecería que la muerte es una bendición. En muchos sentidos, las cárceles son experimentos pavlovianos, donde la inquina y "lo peor" del ser humano emerge. No hablo, por supuesto, sólo de los reos, sino del sistema que los sojuzga, de los guardias, de la corrupción, del tráfico de sexo y drogas, que es parte del hábitat penitenciario, de la miseria y el hacinamiento que devienen muerte, y, sobre todo, de la imparable espiral de odio que crece y contagia cada día en esos sitios. Las ratas de Pavlov se volvían agrestes conforme se recortaba su espacio vital. Los prisioneros estallan en locura cuando el ambiente carcelario asfixia.
Las huelgas de hambre, fuera o dentro de la cárcel, han sido siempre una forma de "protesta pura" contra la opresión. En el caso de los prisioneros turcos -siete días después del asalto el número de muertos aumentó a 27-, la huelga de hambre finalizó, ya sea a manos de los gendarmes, o porque la mayoría se inmoló. Morir bajo las llamas es otro ritmo añejo, cuyo leitmotiv y horror denuncian la maldad humana.
Paralelo a la inmolación de seres no clonados -"seres-seres" dirá el Ray Bradbury del próximo siglo-, el progreso y la sabiduría intentan prevenir enfermedades tan devastadoras como las enunciadas. Logros, sin duda, inconmensurables y hasta hace poco inimaginables. Es evidente que en la experimentación médica "casi nunca" hay dolo, maldad o racismo -excepciones notables han sido el nazismo y, en menor envergadura, los estadunidenses-, pero, aunque sea imposible conciliar el progreso de la humanidad -clonación- con los estropicios de ésta -inmolaciones inducidas-, cobijado por la introspección a la que invita el fin de año, comparto dos reflexiones más.
En contra de lo que muchos piensan, diversos estudios han demostrado la inutilidad de las cárceles. Cuando "se castiga demasiado" o cuando se aplica la pena de muerte, amén del sesgo y de los errores propios del ser humano, "casi nadie" modifica su conducta. Y no sólo eso: en muchos casos, esas medidas son contraproducentes: incrementan la violencia. No hay duda que las prisiones tienen alguna utilidad, pero los reclusos que abandonan sus celdas mutilados, desfigurados, violados y apuñalados son también producto de lo que allí sucede. La ética carcelaria debe responder por las masacres de los reos.
Al hablar de ciencia, los eticistas preocupados por el poder de la tecnología han advertido de los riesgos de ésta, pues, como se sabe, ya no son los científicos los encargados de la salud y los derroteros de la ciencia. Ahora, empresarios, globalización y poder económico dictan el valor, los tiempos y los intereses de la ciencia. Sé que exagero -en ocasiones es bueno-, pero la historia de la bomba atómica tuvo un inicio.
La segunda reflexión es un callejón sin salida. Si son manos y cabezas similares las que clonan y las que inducen inmolaciones, Ƒcómo explicar el continuo? No existen instrumentos, a diferencia del fuego o de la ingeniería genética, que aclaren cómo las mismas manos efectúan funciones tan disímbolas. A menos que aceptemos que Kant tenía razón cuando afirmaba que el mal está determinado ontogénicamente. Inmenso reto para los filósofos y científicos de la clonación y ramas afines. ƑSe encontrarán los clones de la maldad?