Lo que para muchos fue una respuesta al post-serialismo, a los excesos intelectuales de la vanguardia, o bien un exceso en sí mismo, una extravagancia imperdonable porque ''rebaja" la música ''clásica" al nivel de ''lo popular", lo que para una masa inmensa es un gran lugar común pero para un círculo creciente de iniciados una fuente de placer y encantamiento sin cesar, la música minimalista, constituye un episodio fulminante de la segunda mitad del siglo que despedimos. Este vasto movimiento estético, en cuyas filas militan aún grandes maestros como Philip Glass, Terry Riley, John Adams, entre otros que son tratados como ídolos por masas juveniles que los ubican junto a The Who, David Bowie, Peter Murphy o Diamanda Galas, nunca fue una moda, jamás llamarada de petate. Es una hoguera que calcina, alivia y enciende los motores del espíritu. La comprobación es el más reciente disco de uno de los exponentes del movimiento minimal: Steve Reich, cuyo disco de luego título: Steve Reich. New York Counterpoint/Eight Lines/ Four organs (Nonesuch) es una constatación de que el placer traspasa años, siglos y milenios. Tres obras tres donde la repetición, ese recurso de tríadas escanciadas, células motívicas, péndulos de cópula, caderas sonantes y constantes, mueven el cerebro, activan el cuerpo, impelen a la ensoñación despierta. La obra titular de este disco formidable, New York Counterpoint, hace estallar en doce clarinetes las mismísimas ideas de Bach, la historia del jazz, los secretos de la rítmica y los misterios completos de la fascinación.
Un disco entero se emparenta con esa neoyorquina partitura: Music for 18 musicians (RCA Victor / BMG), que incluye 14 preciadas maravillas en un solo volumen compacto: pulsos sonoros de alcances sensoriales inagotables, un sistema estelar, intergaláctico, donde los recursos caros a Reich lo dibujan de cuerpo entero, como un Picasso de un trazo único, sin levantar el lápiz del cuaderno. El Ensemble Modern, esa orquesta de ensueño, pone en vida estas pulsiones erótico-tanático-estupefacientes diseñadas por los meandros y circunvoluciones cerebrales del genial Steve Reich. Músicos que alcanzan lo prodigioso, como el percusionista Rumi Oqawa-Helferich, que forma coro con otros cuatro tundidores de objetos percusivos, tres sopranos y una contralto (Micaela Haslam, Ruth Holton, Olive Simpson, Carol Canning) y algunos integrantes del Steve Reich Ensemble, todos dirigidos por el maestrísimo Bradley Lubman. Los procedimientos formales de Steve Reich, sus laberintos de sonido, los círculos concéntricos que traza alrededor de ideas hiperlúcidas, sus ondas mesméricas traslúcidas, sus soluciones insólitas a situaciones de abstracción matemática y que amarida las leyes de la física, pero sobre todo el alto impacto emocional de su música, la cual, dicho sea de paso, es un masaje cachondérrimo a todos los músculos, todas las curvas, todas las zonas completas de la inteligencia, lo convierten en otro de los clásicos del siglo XX que también lo serán del siglo 21, que está a punto de llegar.