Philip Glass viene a México, cumplirá
64 años y tiene dos nuevos discos
Ť Al frente de su ensamble, el compositor ofrecerá
durante una semana su música para cine
Ť El maestro neoyorquino es cómplice-compañero de Bob Wilson en muchos trabajos escénicos
Pablo Espinosa Ť A punto de concluir el siglo XX, Philip Glass se consolida como el compositor estadunidense más exitoso en el campo de la música sinfónica, si bien la extensión de sus dominios artísticos es aún más amplia. Tres ámbitos de tan vasto territorio hacen hoy noticia a Glass: en 2001 vendrá a México para ofrecer durante una semana una serie con su música para cine; el próximo 31 de enero cumplirá 64 años y, de manera coincidente, aparecen en el horizonte discográfico nuevas grabaciones con sus sinfonías.
Al frente del Philip Glass Ensemble, el maestro neoyorquino consolidará el próximo año el patio del Claustro de Sor Juana como el foro de conciertos que inauguró en 2000 el grupo Madredeus y continuaron el crecimiento de tal prestigio Diamanda Galas, el Kronos Quartet y la Orquesta de Duke Ellington, dirigida por su nieto Paul Mercer.
Una semana entera, noches consecutivas con el Philip Glass Ensemble bajo una pantalla de cine donde se proyectarán, mientras el maestro Glass dirige a su orquesta, filmes ya convertidos hoy en clásicos: la trilogía conformada por Powaqaatsi, Koyaanisqatsi y Anima Mundi, además de La Belle et la Bette y Dracula.
En tanto estas fechas llegan, en los estantes de novedades discográficas lucen las recientes sinfonías de don Felipe Vidrio (Philip Glass): el volumen Philip Glass. Symphony No. 3, que incluye otros trabajos orquestales de procedencia varia, y el más reciente de los discos glassianos: Philip Glass. Symphony No. 5 (Nonesuch, ambos).
Pasión por la ciencia
El primer disco inicia con la Sinfonía Tercera,
escrita para los 19 cuerdistas de la Sinfónica de Cámara
de Stuttgart, con el propósito de hacer de cada uno de ellos un
solista. Consta de cuatro movimientos. El primero cumple funciones de preludio.
A partir del segundo tiempo, el estilo Glass se tiende hacia hallazgos
sorprendentes, entre ellos texturas multiarmónicas a gran velocidad,
que cambia su colorido conforme avanza, repta, encanta el sortilegio sónico,
encadenado en transición melódica teñida en pizzicati.
El tercer movimiento recupera el antiguo aire de la chacona,
que se vuelve trenza con armónicos en secuencia fascinada en su
repetición minimalista. Tal céluca motífica está
construida sobre un coro de tres violonchelos y cuatro violas. Cada vez
que la ola de sonido llega a su clímax, se monta sobre la cresta
de esa ola un nuevo instrumento, de tal forma que al llegar al clímax
final, orgiástica marejada, se han montado ya, uno sobre otro, los
19 instrumentos de cuerda de esta orquesta alemana de primer nivel. El
cuarto movimiento, final, es un remanso que retoma el tema del preludio,
es decir del primer movimiento y reúne, re-ata, enlaza las muchas
voces, los varios ámbitos, las estancias que habíamos recorrido
en acompasado diapasón.
La Tercera Sinfonía de Philip Glass dura unos 24 minutos, lo cual posibilita una sucesión, en el disco compacto de marras, que amarra y vuelve a atar otras piezas sinfónicas del señor Vidrio: los dos Interludios de la obra CIVILWarS, además de otro par de partituras.
CIVILWarS (la ese final es alta, al igual que todas las letras de civil) es el título de uno de los montajes más célebres del maestro de la escena don Bob Wilson, cómplice-compañero de ruta de Philip Glass en muchos trabajos escénicos, el más atronador de los cuales sigue siendo la genial ópera Einstein on the Beach. Para enlazar algunos momentos de la dramaturgia de CIVIL WarS, obra de un día entero de duración, Wilson pidió a Glass momentos musicales, cuyo resultado ejecuta en este disco compacto la Sinfónica de Cámara de Stuttgart, dirigida por Dennis Russel Davies, sumamente apreciado por la melomanía más alivianada dentro del territorio de la música ''clásica", generalmente agandallada por los viejitos de alma.
En ese mismo disco podemos escuchar el Ballet Mecánico, que es un fragmento de la ópera The Voyage, que escribió Glass para conmemorar el viaje náutico de Cristóbal Colón (y sus hijos cristobalitos) a nuestro continente. La atmósfera creada por este encantamiento de danza se ubica en el intersticio exacto que formarían el Requiem, de Verdi, y Einstein on the Beach.
El track final, The Light, es una obra maestra: 21 minutos con 23 segundos de dinamita pura. El universo de vidrio del señor Glass estallando cual volcán. Luego de una introducción lenta y suave, lenta y dulce, lenta y olorosa, un movimiento cuasi copular nos encabalga hacia territorios de éxtasis orgiástico. El tema, en tanto, es una de las pasiones de Glass: la ciencia.
De hecho el compositor ?ha dicho en entrevistas? soñaba de niño convertirse en adulto científico. Por lo pronto, ha escrito música pensando en Einstein (on the Beach), en Stephen Hawking (para The Voyage) y en Galileo para una ópera que lo retrate. También los retratos le interesan a don Felipe Vidrio: Einstein on the Beach retrata al melenudo de bigote y lengua de fuera, así como en otras partituras Glass retrata a Gandhi, a Akhnaten y en la partitura que nos ocupa, The Light, a Albert A. Michelson y Edward W. Morley, quienes hicieron descubrimientos fundacionales cuya trascendencia sería refrendada, dos décadas después, por el maestro Einstein con su Teoría de la Relatividad.
Relato existencial
El último de los discos que ha dado a la luz don Felipe Vidrio es todo un paquete en varias acepciones: su empaque es un libro-objeto, un montaje de diseño, tipografía y contenido supremos, además de que su música celebra nada menos que la historia del Cosmos, incluida la de la humanidad: Philip Glass. Symphony No. 5, una obra de ambiciones concebidas en la alta poesía y conseguidas en el mayor refinamiento sinfónico-coral.
Bajo la batuta de Dennis Russell Davies, la Sinfónica de la Radio de Viena, el Coro de la Universidad Estatal de Morgan y el Coro de Niños de la Radio Húngara (dirigidos estos maravillosos chiquillos y chiquillas por Gabriella Thész), despliegan dos horas de profunda reflexión. Concebida en tres grandes bloques (Requiem, Bardo, Nirmanaskaya), doce movimientos que ocupan dos discos compactos y toda una idea que aglutina las diversas formas de conocimiento, esta obra monumental fue encargada a Philip Glass por el Festival de Salzburgo para celebrar el cambio de milenio.
Con un equipo de especialistas, Glass seleccionó poesía antigua, que incluye El Corán, la Biblia (El Cantar de los Cantares, esa culminación del erotismo puro), El Popol Vuh, El Libro Tibetano de los Muertos, el Rumi, El Rig Veda, entre otros, para entablar un relato que concierne al sentido de la existencia. Una sinfonía para conmemorar este cambio de milenio que estamos a unos días de experimentar.