Las interrogantes que el título de la muestra puede llegar a plantear se centran en la última palabra: el discutible y tan frecuentemente usado y abusado calificativo de ''contemporáneos".
Porque, bien visto, ¿qué quiere decir en realidad ''contemporáneos"? ¿Contemporáneos de qué o de quién? Si nos atenemos a la definición que de este vocablo ofrece en su diccionario María Moliner, tenemos lo siguiente:
contemporáneo, -a. ''Coetáneo". 1 De la misma época que una persona, un suceso, etc., que se menciona: 'Mi abuelo fue contemporáneo de Napoleón'. (V. ''coevo".) 2 De la época actual: 'La historia contemporánea'. (V. ''AHORA", ''MODERNO".)
Como puede apreciarse de inmediato, ''contemporáneo" es una palabra que lo mismo puede servir para designar nuestros días, el siempre inasible hoy, que aludir a otra época (normalmente una era ya pasada, aunque no deberíamos descartar tajante y olímpicamente la posibilidad de ser contemporáneos del futuro), con la cual una persona o un suceso tienen una relación estrecha o significativa. Todo esto que más parece una digresión de filólogo aficionado que la introducción a una muestra de cuadros tiene, sin embargo, un sentido y un propósito: mostrar que así como es difícil y hasta imposible nombrar o calificar la época en que vivimos, no tenemos más remedio que intentarlo cuando estamos obligados a darle un nombre ?como sucede en el caso del título de esta exposición y de este ensayo? a nuestro tiempo.
Sólo que para darle un nombre a nuestro tiempo, habría que dar con aquellas características o rasgos que lo distinguen de las demás épocas y tiempos pasados. Y esto sí que es un grave problema. Porque estamos demasiado cerca de nuestra vida como para ver en qué se diferencia de las vidas de otros seres humanos en otras eras. Por eso casi todos los nombres de periodos que conocemos han sido puestos por las generaciones que los han sucedido. Esto lo supo ver muy bien Octavio Paz, que en varias ocasiones aludió a la condición inescapable de todos los hombres y todas las épocas que no saben, mientras lo viven, cuál es el nombre de su tiempo.
Por supuesto que existen y ha habido seres humanos para los cuales asuntos como éste son irrelevantes. Pero también es cierto que no es el caso de nuestra sociedad y nuestro tiempo obsesionados hasta el absurdo con las clasificaciones y las nomenclaturas.
Es evidente que ya no estamos en la época ''moderna", y mucho menos en la ''modernista", y que las ''vanguardias" han cumplido con su órbita y su apogeo, y han periclitado. Y es por ello que no es de extrañar que distintos momentos de la pintura y las artes en general hayan sido bautizados de manera fácil y casi automática como, por ejemplo, ''Posmodernismo" y ''Transvanguardia", por no hablar ya de todos esos ''Neos" que pueblan con insidia los artículos de crítica y los catálogos. La cuestión es que, en tratándose de las artes ?en este caso de la pintura? es más fácil irse por las ramas: tomar el rábano por las hojas y perderse en cuestiones de vana nomenclatura, que tratar de precisar los rasgos esenciales que distinguen a una verdadera obra de arte. En este sentido sería mejor remontarnos al epígrafe de Paz y plantearnos las preguntas que las formas y los colores de estos cuadros nos hacen.
Y aquí el Ouroboros, la serpiente mitológica, se muerde la cola, porque la primera pregunta que me hago, al escribir sobre la obra de los siete artistas españoles, es: ¿Cuál es su nombre? Quiero decir: ¿qué nombre, qué calificativo, podría englobarlos a todos? Ya no podemos seguir hablando de pintores ''modernos"; la modernidad, si nos atenemos a sus orígenes en Baudelaire, ha cumplido ya más de un siglo y medio. Tampoco podemos seguir hablando de ''vanguardias" cuando está claro que este término militar y poco afortunado en las artes dejó de tener significado desde los años sesenta. Menos aún se antoja aplicarles los calificativos derivados de estas dos palabras:
''Posmodernos" y ''transvanguardistas". ¿Qué nos queda? Nos queda, tal vez, como mejor alternativa, la expresión utilizada: pintores contemporáneos.
Hablar, pues, de pintura y pintores españoles ''contemporáneos" tiene, por lo menos, dos sentidos: es claro que, por un lado, estamos hablando de artistas vivos y de obras realizadas en nuestro tiempo y de acuerdo con los problemas y las soluciones, la estética y la ética de nuestra época. Por otro lado, y como lo hace notar la definición de Moliner, hablamos también de obras y artistas que tienen que ver con la pintura y los pintores de otros tiempos con los cuales mantienen algún tipo de nexo o de complicidad.
Si somos capaces de seguir estas dos líneas en nuestro intento por hacer una lectura de esta exposición, entonces el salto mortal de la serpiente que se muerde la cola habrá valido la pena. Dedicar unos cuantos renglones al calificativo que conviene a este grupo de siete pintores españoles contemporáneos nos permite, de entrada, plantear así la tesis esencial de nuestra lectura: sus obras dialogan con su tiempo, con la misma pasión y el mismo arte con que interrogan al pasado y responden al futuro.