La lucha política por la apropiación de la realidad es uno de los aspectos fundamentales del debate teórico. Tener capacidad para explicar, comprender e interpretar los cambios sociales es el principio sobre el cual se construye una alternativa política. En la medida que se discute sobre propuestas conceptuales que identifican y describen procesos sociales se está compartiendo una imagen y una cosmovisión desde la cual se presenta y construye una peculiar interpretación de la realidad.
No debe extrañarnos de que muchos de los conceptos sobre los cuales se edifican los actuales proyectos político-sociales emanen de los centros de poder hegemónicos y de sus tanques de pensamiento. Ello no puede ser de otra manera. De lo contrario estaríamos asistiendo a una pérdida de capacidad interpretativa y de control de la realidad por parte de las elites políticas y económicas que controlan el proceso de producción de conocimientos. Conceptos como ONG, gobernabilidad, economía de libre mercado, liberalización o globalización han sido impuestos desde el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial o los institutos de investigación y fundaciones privadas dedicadas a sugerir y promover las discusiones donde predominen dichas categorías de análisis.
Igualmente, desde posiciones identificadas como progresistas y socialdemócratas se articula una contra-propuesta, cuya base de argumentación es proponer un uso alternativo de los conceptos en función de aceptar, inicialmente, su pertinencia histórica y teórica para describir la realidad. Se trata de Arevertir@ y hacer una interpretación positiva de la globalización, la liberalización, las ONG, entre otras, para modificar su direccionalidad. En esta dirección podemos ubicar la estrategia de la llamada tercera vía.
En este orden de cosas es fácil encontrar interpretaciones cuyo centro argumental proyecta una cosmovisión considerada alternativa, pero dependiente de las dinámicas hegemónicas provenientes de los centros de difusión y control del saber. Los medios de comunicación, las universidades, los centros de investigación y las fundaciones se dan a la tarea de diseminar y volver de uso común categorías de análisis social pensadas como instrumentos de dominación ideológico-político de la realidad.
La divulgación se despliega en todos los ámbitos y espacios públicos. Debates, conferencias, seminarios, encuentros internacionales, programas universitarios y de investigación, así como también la publicación de trabajos cuyos contenidos hagan alusión a dichas categorías y conceptos. El bombardeo continuo provoca un efecto inmediato, su uso se universaliza constituyéndose en referente obligado para describir los procesos sociales y políticos de cambio.
Curiosamente, este fenómeno no sólo es identificable con propuestas elaboradas y pensadas estratégicamente desde el poder. También desde sectores comprometidos, considerados de izquierda, se intenta dar una respuesta alternativa capaz de romper el coto señalado por dichos principios de explicación. Sin embargo, el resultado no siempre es el deseado. Es más, puede incluso constituirse en un saber complementario al pensamiento hegemónico desarrollado por los centros de poder. Este es el caso del llamado pensamiento único.
Propuesto como crítica a la dinámica neoliberal, su origen esta en Europa, España y Francia. Impuesto por los medios de comunicación identificados como progresistas o socialdemócratas, Le monde Diplomatique o El País, la conceptualización tiene nombre y apellidos. Ignacio Ramonet y Joaquín Estefanía.
El pensamiento único, según sus autores, pretende ser una crítica global a la propuesta neoliberal de economía de mercado. En tanto tal se identifica con una visión alternativa de sociedad, desde luego no explicitada, salvo en sus fundamentos más bastos y generales. Contra la pobreza, la desigualdad, la injusticia y la destrucción ecológica del planeta. ¿Quizás contra el capitalismo salvaje?.
En todos los textos sobre pensamiento único no hay una definición conceptual específica. Incluso los libros editados son una suma de artículos periodísticos o columnas de opinión sin una dinámica interna que los articule, más allá de la crítica a la política neoliberal, las privatizaciones, etcétera. Es esta amalgama de circunstancias lo que lleva a preguntarse: ¿existe el pensamiento único?
Una respuesta de sentido común debe ser negativa. Contradictorio, por definición, con la propia naturaleza del ser humano en sus facultades y capacidad para crear y transformar su entorno, no tiene cabida una categoría o concepto como el llamado pensamiento único. Por ello, en el debate teórico y político el pensamiento único se torna compatible con la lógica desarrollada por los centros hegemónicos de poder.
Mientras se siga usando esta categoría de análisis atractiva por su laxa definición, las posibilidades de apropiarse y dar un giro en el debate teórico son escasas. Enfrentar una lucha política donde la apropiación de los conceptos obliga a un rigor teórico debe hacernos pensar y reflexionar mas a medio y largo plazo.
En este sentido, lo que realmente se está imponiendo es un pensamiento sistémico, donde el pensamiento único, si cabe esta definición, forma parte de una propuesta más amplia desde la cual su uso resulta viable. Asistimos a un cambio en la forma de organizar nuestra realidad. El pensamiento débil, categoría clara nos pone en el camino. Actuamos sin principios en redes con circuitos. Ponemos y quitamos programas, pero no cuestionamos su procedencia. Por ello, el pensamiento único no deja de ser un programa compatible en el computador central del poder. En nada perjudica la praxis del orden sistémico sobre el cual se recrea pero no ataca. Su uso distrae y debilita. Romper esta dinámica forma parte de la lucha política por apropiarse de los conceptos, de la formación de teoría y de construcción de realidad.