MAR DE HISTORIAS
El último show del siglo
Ť Cristina Pacheco Ť
Eduardo ignora el timbre del teléfono y sigue comparando una serie de fotografías. Captan el mismo rostro masculino con leves variaciones en la sonrisa. Elige una, la observa y murmura irónico: "El Mariscal de la Canción Romántica". El teléfono vuelve a sonar. Eduardo masculla una obscenidad, arroja la foto y descuelga: ƑDiga?
-ƑAsí contestas siempre? Me decepcionas, pero de todos modos te amo.
El tono impaciente de Eduardo se suaviza cuando reconoce la voz de Leyda.
-Güera, perdóname. Es que tengo tantas cosas en la cabeza-. Se abandona en el respaldo del sillón y se frota los ojos irritados por la fatiga: -ƑQué hora es?
-Las siete y cacho, pero te oigo muerto.
-Llegué a la oficina antes de las nueve y no he salido para nada. ƑDónde andas?
-Aunque no me lo creas, saliendo del gimnasio. Me colgué de tiempo. ƑY tú?, Ƒqué haces?
-Reviso las fotografías y la publicidad para la cena de fin de año, fin de siglo, fin de milenio, fin de mi dinero y fin de mi paciencia.
-El lunes me dijiste que todo estaba listo -subraya Leyda.
-Estaba, sí; pero el martes vino el "Mariscal" Danilo para exigirme que cambie toda la publicidad.
-ƑCómo se le ocurrió semejante estupidez?
-Te conté que se fue a Las Vegas, según él a ver shows.
-Que no invente: fue a ver si puede hacerse un implante de cabello-. Su risa se confunde con la de Eduardo.
-No lo dudo. El caso es que allá un diseñador de imagen le dijo que, para internacionalizarse, debía poner un plus a su nombre. ƑEntiendes? Dan-h-ilo. Con hache intermedia y guiones.
-ƑY a quién diablos le importa si le pone "hache" o no?
-A él, evidentemente.
-Y le vas a dar gusto, aunque eso acabe de fastidiarte el estómago. ƑSabes qué? Pensarlo me pone de mal humor.
-Es lo único que me faltaba, que me regañaras.
-No es eso, pero la verdad no entiendo que hayas contratado como estelar a ese tipo.
-No canta mal.
-No, canta horrible, pero tú lo tratas como si fuera la gran cosa. Siempre le das marquesina, desplegados, carteles. Nada más falta que le abras un portal de Internet-. Leyda baja la voz y habla en tono de secreto: -Sin Danilo, con "hache", tuviera un poco de sentido común, estaría agradeciéndote de rodillas el chance que le das. Pero no, como lo has hecho creer que deveras es el "Mariscal de la Canción"... Por cierto, qué cursilería. De seguro se le ocurrió a él y a ti te pareció genial.
-Okei, cometí una estupidez -Eduardo mira su reloj- pero ya no hay tiempo para cambiar nada. El y Deyanira me tienen en sus manos. Así de fácil.
-ƑQuién es Deyanira?
-ƑNo te acuerdas? Fue medio famosa en los ochenta. Cantaba muy bien y tenía mucha personalidad; pero ya sabes, se metió con un tipo, la hizo creerse en los cuernos de la Luna y acabó por convertirla en una persona insoportable. Nadie la contrató.
-No sigas. Conozco el final de esa película y como no quiero entristecerme en Navidad, te suplico no me lo recuerdes-. Leyda sonríe de manera que Eduardo pueda percibirlo: -ƑCuál es el problema con Deyanira?
-No lo sé. Desde el día que organizamos el programa ha estado llamándome dos o tres veces diarias. Cuando sonó el teléfono pensé que era ella y por eso te contesté feo. Perdóname-. Hace una pausa: -ƑQué demonios querrá? Ya le pagué los mil quinientos por adelantado.
-Más dinero. A lo mejor se le volvió a subir a la cabeza la famita que tuvo y estará viendo la oportunidad de sacarte más, pero no cedas. Eso puede convertirse en un barril sin fondo.
-De nuevo tienes razón. Permíteme... -Eduardo se retira del teléfono cuando aparece su secretaria y le muestra la tarjetita donde escribió: "Deyanira está aquí. Insiste en verlo. Si quiere le digo que se fue a tomar fotos al Popo".
El empresario hace un gesto de contrariedad y retoma la conversación con Leyda: -Acaba de presentarse, Ƒqué hago?
-Recíbela de una vez por todas y aclárale la situación. Si le gusta bien, y si no, šchao!
Con un gesto, Eduardo indica a su secretaria que haga pasar a la visitante. Luego se dirige a Leyda otra vez:
-Te estoy haciendo caso y si se pone pesadita...
-Cuando termines de hablar con la emisaria del pasado me llamas. Estaré en la casa.
En el momento en que Leyda pronuncia la última palabra aparece Deyanira. Su delgadez la hace ver estrangulada por el falso cuello de zorro que adorna su abrigo. La visión acentúa la contrariedad de Eduardo:
-ƑQuería verme? Pues no se quede allí, pase y siéntese-. Hace un movimiento amplio que abarca el mobiliario: -precisamente para eso mandé comprar estos sillones.
Deyanira no advierte la ironía. Sonriendo se encamina al sillón que está junto a una lámpara, abre su bolsa de charol y, sin dejar de sonreír, revuelve su contenido con movimientos nerviosos:
-Espero no haberlo dejado en la casa.
-ƑDe qué se trata?
-ƑTiene un poquitín de tiempo?- Deyanira alarga el cuello y ve las fotos dispersas en el escritorio. -Debo comunicarle algo muy especial, íntimo.
Eduardo reconoce que no era esa la expresión que esperaba oír en labios de la cantante y redobla la guardia:
-Cuando me heredó el negocio, mi padre me aconsejó: "Procura que en tu escritorio no haya nada más que papeles".
Deyanira inclina la cabeza para ocultar la risa que le provoca la confusión de Eduardo. Un acceso de tos la sacude y se apresura a justificarlo:
-Son los nervios, pero no se preocupe. El 31 estaré lista para cantar-. Levanta la cabeza: -Sigo siendo una profesional.
-Eso ya lo sabía; de otro modo no le hubiera dado la oportunidad de... Perdón, quise decir que no la habría contratado.
-Estaba mejor lo otro: la oportunidad. No sabe cuánto me emociona. Llevaba años, casi veinte, esperándola. No voy a desaprovecharla, se lo aseguro-. Deyanira revuelve otra vez el contenido de su bolsa.
-No necesitaba molestarse en venir hasta acá para decirme algo que ambos sabemos.
-En realidad no vine a eso, sino a pedirle...- Sonríe cuando sus dedos tropiezan con el sobre amarillo donde conserva su pago.
-Por ahí hubiera empezado -exclama el empresario, enfundándose las manos en los bolsillos. -Con todos ustedes siempre pasa lo mismo: lo único que les importa es ganar más y más dinero.
Deyanira se aferra a su bolsa para frenar el temblor que la sacude:
-Permítame explicarle...
-šNada! Fue inútil que viniera hasta acá: de una vez por todas le digo que no pienso darle absolutamente un centavo más-. Eduardo se inclina levemente: -Y no insiste. No haga que me arrepienta de haberle dado una oportunidad... Tal vez sea la última.
-Lo sé. Por eso quiero pedirle que me anuncien en la marquesina con foquitos de colores-. Sonriendo le ofrece a Eduardo el sobre con el dinero: -Con esto puedo pagar lo que consuma de luz. Se verá precioso: "Deyanira en el último show del siglo XX".