DOMINGO 24 DE DICIEMBRE DE 2000
Ť Angeles González Gamio Ť
Otra vez el Popo
Hace tres años nos dio un susto nuestro querido volcán Popocatépetl, afectuosamente llamado el Popo, que con su hermosa compañera Iztaccíhuatl, custodian la inmensa cuenca que otrora estuvo cubierta de lagos cristalinos, hogar de la grandiosa México-Tenochtitlan, hoy ciudad de México. Con sus formas sensuales, coronados de nieve, han inspirado poesía, cuentos, crónicas y leyendas. Hoy nuevamente el Popo ruge, arroja fuego y humo haciendo alarde de su existencia, lo que nos lleva a recordar lo que escribimos en ese entonces.
El Izta, también conocido como La mujer dormida, ha estado tranquilo a lo largo de varios siglos, que no es el caso de su compañero, del que hay registradas diversas erupciones; de las primeras que existe evidencia son de los años 1347 y 1354, según algunos autores, la época de fundación de la ciudad azteca. En 1519, precisamente previo a la conquista, volvió a entrar en acción, siendo considerado un presagio de los males que vendrían; esta erupción duró hasta 1530; en 1664 arrojó humo estrepitosamente.
Esta efervescencia ha intrigado siempre al hombre; a la llegada de los españoles, la vista del coloso nevado rugiendo y echando humo, despertó la curiosidad de uno de los hombres más arrojados que venían con Hernán Cortés. Según nos cuenta Bernal Díaz, "el volcán echaba mucho más fuego que otras veces solía echar, con lo cual todos nos admiramos de ello y un capitán de los nuestros, que se decía Diego de Ordaz, tomole codicia de ir a ver qué cosa era y demandó licencia a nuestro general Cortés, la cual le dio y aun de hecho, se lo mandó".
El español llevó consigo dos soldados y algunos indios "principales", quienes le dijeron al acercarse a la cima, que no subirían más y les mostraron unos "cues" en donde veneraban a unos ídolos llamados los "teules" de Popocatepeque. Sin amilanarse, Ordaz, con los soldados, llegó a la misma boca, tras esperar a que se calmaran la llamarada y las cenizas que arrojaba con fuerza. De lo que más lo impresionó fue la vista de: "México y sus ciudades, las lagunas y los pueblos que están en ellas poblados".
Esta hazaña le valió enorme reconocimiento entre los indios y los propios españoles; consciente de ello, cuando regresó a Castilla demandó que en su escudo de armas apareciera la imagen del Popocatépetl, además de las armas de su linaje, lo que le fue concedido. De vuelta a México, participó en la excursión a las Hibueras y pacificó revueltas indígenas en muchos lugares; por todo ello, Cortés le dio valiosas propiedades, especialmente en lo que ahora es el estado de Morelos: Yautepec, Tepoztlán, Teutila, Chiautla y Huejotzingo.
Ahora el Popo vuelve a despertar, quizás presagio de otro cambio para la ciudad; sea lo que fuere, esperamos que no sea más que otro de sus exabruptos ocasionales, para pronto volverse a apaciguar un par de siglos más. Si para mala fortuna ahora sí derrama su alma de fuego sobre los alrededores, estarían en riesgo de perderse sitios que guardan joyas arquitectónicas y documentales.
A raíz de su anterior estallido, se protegieron los archivos parroquiales de Amecameca y Chimalhuacán-Chalco, que conserva en su bella parroquia dominica registros de bautizos y matrimonios que datan de 1616, entre los que se encuentra el acta de bautismo de Sor Juana Inés de la Cruz, un tesoro para los historiadores.
También en la zona está Ozumba, con su hermoso convento y valiosos archivos de los franciscanos, que custodiaban, entre otros, el acta de bautizo del célebre don Antonio Alzate y Ramírez, pariente colateral de Sor Juana y pieza clave para señalar la preponderancia de la familia Ramírez en la región de Chalco-Amecameca, como lo afirma Chimalpaín, a quien se puede considerar el primer sabio de la Ilustración mexicana.
Estos archivos no fueron protegidos, por lo que los especialistas en estas materias, entre quienes se encuentran Augusto Vallejo y Reinalda López Mateos, colaboradores del Consejo de la Crónica de la Ciudad de México, junto con la doctora Teresa Rojas Rabiela, sumamente preocupados por la efervescencia volcánica, que de crecer causaría pérdidas irreparables a la memoria histórica de la antigua ciudad de México, se aprestan a poner a salvo la documentación más valiosa.
Para hablar de ello un buen lugar es el restaurante El Cardenal, en la calle de Palma 23, en una hermosa casona del siglo XIX y con una de las mejores cocinas mexicanas de la ciudad. Antes tenía el encanto adicional de estar en una calle peatonal, que hace cuatro años se abrió a los coches, convirtiéndose en un nefasto estacionamiento.