DOMINGO 24 DE DICIEMBRE DE 2000

Néstor de Buen

Vacaciones

se le ocurrió a nora, mi esposa. Me temo que con la complicidad, por lo menos, de Claudia. Ayudó un poco la presión de los otros hijos. Abundaron las indirectas: "los niños (nietos, por supuesto) están encantados con la idea". Enseguida el argumento económico: "es muy barato por ser la semana anterior a Navidad". ƑBarato...?

No es este, por supuesto, el primer crucero. Nona y yo, con amigos diversos, lo hicimos antes en el Carla, un grato barco italiano que, comparado con los actuales, era una pinche lancha de remos. Fueron tres viajes a partir de San Juan de Puerto Rico y de Miami, el último. Después, con los hijos ya mayorcitos (Néstor casado), lo hicimos en el Caribe I, en el que nos tocó una inolvidable tormenta.

Ahora viajamos en el Galaxy, un monstruo de 866 pies de longitud y 76.522 toneladas de peso, con más de 2 mil pasajeros, de los cuales forman el grupo familiar: seis hijos, tres nueras, tres yernos y catorce nietos, la mayor de 12 años... Menos mal que cada quien se pagó sus gastos... Faltaron Jorge, Lourdes y sus dos pequeñajos. šNi modo!

El capitán del barco tiene un apellido comprometedor: Papanikolau. El y sus oficiales principales y muchos miembros de la tripulación son griegos. De 800, dos son mexicanos.

Viajar por el interior de este buquecito es toda una proeza. Los elevadores marcan 11 pisos y hay más. En los enormes pasillos donde están los camarotes te pierdes y no sabes si vas o vienes. Entre babor y estribor me hago unos líos espantosos.

Mi problema íntimo es que me engento. Soy, pese a mis socialismos, alérgico a las multitudes. Y si al número le agregas los infinitos idiomas de los mismos tripulantes -centro y sudamericanos, europeos del este, hispanos (que nunca he entendido por qué les llaman así), americanos (en realidad norteamericanos, que tampoco se merecen el monopolio del título), orientales y otros más-, la comunicación resulta complicada.

Los viajeros andan por el estilo, aunque dominan, por mucho, los paisanos de Clinton. En general, de evidente clase media, con generosas tarjetas de crédito y escasa cultura. Entre ellos algunos paisanos a los que les ha ido bien en su aventura norteamericana.

Uno se hacía a la imagen de que los cruceros eran derecho exclusivo de aquellos nobles, aristócratas, rigurosamente snobs y, en general, no muy dotados de recursos económicos, pero que eran invitados de algún magnate petrolero en su yate exclusivo. Pero eso ya no existe o, por lo menos, no es así el turista de estos rumbos caribeños.

Las islas que se visitan son, más o menos, del mismo estilo. Habitantes de raza negra, automóviles que circulan por la izquierda (y que te pegan unos sustos horrorosos cuando quieres cruzar una calle y miras hacia el otro lado) y un comercio bien organizado en donde comprar las cosas que no te hacen falta.

Pero estos viajes tienen sus encantos. La dama que se encarga de nuestro camarote es una rubia espectacular. En el primer bar que visitamos, la camarera con el bello nombre de Irina resultó una rumana remona, y así sucesivamente.

Entretengo mis ocios haciendo algo de ejercicio, comiendo en las madrugadas (con lluvia ligera pero mojante) en una pista ad-hoc, tomando el poco sol que se ha dignado salir y leyendo. He terminado un buen libro de Enrique Krauze (Tarea política), muy comentable, y le dedicaré el tiempo que me falta al "breve" libro de Carlos Salinas de Gortari que ya llevo adelantado. Me traje otros: Los recuerdos del porvenir, de Elena Garro, y Coronación, de José Donoso. No me han entusiasmado.

Pero lo mejor de lo mejor: duermo como si tuviera la conciencia tranquila.