DOMINGO 24 DE DICIEMBRE DE 2000
Guillermo Almeyra
El milenio de la encrucijada
el siglo que está acabando y que cierra el milenio -el cual, a costa de enormes sufrimientos, dio nacimiento al individuo, el libre albedrío, la modernidad, la ciudadanía, y el desarrollo de la ciencia y el conocimiento- estuvo marcado por guerras mundiales y locales, y por revoluciones, matanzas sin precedentes en los campos nazis de exterminio o en los goulags stalinistas, guerras coloniales -como las de China, Corea y Vietnam- y asesinatos colectivos con bombas atómicas, como en Hiroshima y Nagasaki.
Fue también el siglo de la reacción contra la opresión y la explotación, de la esperanza en una alternativa al capitalismo que llenó la vida y llevó incluso a la muerte a millones de los mejores seres humanos, los cuales creían trabajar para la aurora de los pueblos, por una humanidad finalmente liberada. Entramos ahora en unos decenios que probablemente serán decisivos. Estamos en realidad ante una encrucijada histórica. Antes que nada, desde el punto de vista de la soportabilidad del planeta frente a un sistema como el actual, que no es sustentable ni desde el punto de vista de los recursos naturales ni desde el punto de vista social, a menos de que la inmensa mayoría de la humanidad se resigne a ser esclava de un nuevo fascismo tecnocrático dirigido por un puñado de dueños del capital financiero y, por lo tanto, a la desaparición de la civilización misma para dar paso, como en El talón de hierro, de Jack London, a otra formada sólo por menos de un cuarto de la población mundial.
Esa nueva barbarie tendría ya como heraldos a los protagonistas de la revolución conservadora, los llamados "populistas de derecha", neoliberales que están obligados a enfrentar las resistencias del pasado y a desmontar las nuevas para cerrar el camino a toda alternativa, y por eso aún deben hablar de democracia y de progreso, cuando la base de ambos conceptos está profundamente lesionada. Los Joerg Haider, los Silvio Berlusconi y otros empresarios similares, incluso en los países latinoamericanos, o los apóstoles de la "tercera vía" a la Gerhard Schroeder o Tony Blair, lideran todos una revolución conservadora que, como las de Mussolini y Hitler en los veinte y treinta, tendría como desenlace -como quería el Führer- un milenio de horror... siempre y cuando, por supuesto, la resistencia de los trabajadores, de los pueblos coloniales, de los pocos intelectuales que todavía usan el intelecto, no los barra de la historia.
Todavía estamos, en escala planetaria, en la fase incumplida de la Revolución Francesa, o sea, de la conquista de la democracia política y de la ciudadanía, que no son posibles sin contenido social igualitario y sin su extensión mundial, y vivimos el enfrentamiento, por una parte, entre el capital, que no reconoce los valores humano y, por otra, la lucha por las utopías, religiosas o laicas, de base humanista y contenido ético movilizador. Los años que van desde el cierre ignominioso del llamado "socialismo real" hasta hoy -poco más de una década- no son más que uno de tantas breves fases de una transición en periodos de cambio a los que nos tiene acostumbrados la historia y pueden abrir camino tanto al desastre como a la esperanza. En efecto, tanto una importante crisis económica y financiera mundial como una bonanza que redujese algo el ejército de desocupados de los países industrializados, podrían inaugurar una nueva estación de los movimientos sociales, de la que son síntomas Seattle, Praga, Niza y Porto Alegre.
Por lo tanto, la llamada "izquierda", que se inscribe en el sistema como si éste fuese el único posible, o la otra, dogmática, religiosa, que cree poder mantenerse reproduciendo las ideas y los métodos de un pasado irrepetible (y lleno de errores y crímenes) no sobrevivirán como no sobrevivieron en Europa a la restauración los viejos jacobinos ni los tránsfugas. Por el contrario, ocuparán el escenario, aunque hoy sean pocos, los que sean capaces de analizar la actual fase del capital para extraer las conclusiones políticas de ver cómo se ejerce la dominación sobre las mayorías y de enfrentarla con propuestas culturales coherentes (no al etnicismo y al nacionalismo excluyente, sí al inter-nacionalismo y a la política de liberación nacional; no a los magnates de la iglesias, sí a la expresión laica de la esperanza liberadora del sentimiento colectivo que da base a las religiones, para dar sólo algunos ejemplos).
El siglo que empieza se anuncia como un periodo de horrores, pero también plantea desafíos. Es una fase que exigirá nervios firmes y cabeza lúcida para no caer en la desesperación o en la ciega impaciencia voluntarista.