SABADO 23 DE DICIEMBRE DE 2000
Miguel Covián Pérez
La suma de los poderes reales
La tesis de que en toda sociedad coexisten poderes formales y poderes reales, y que éstos suelen ser los dominantes, ha tenido comprobación constante y suficiente a lo largo de la historia universal. No es necesario recurrir a ejemplos. Los que Lassalle bautizó como factores reales de poder y que en época más reciente Lowenstein identificó con admirable precisión como los detentadores invisibles del poder, están presentes en todos los procesos de decisión y conducción de los Estados contemporáneos.
En efecto, el poder político, pese a su aureola de legitimidad democrática, pierde efectividad frente a los intereses del poder económico, con los que a menudo debe condescender, sin perjuicio de pugnar por mantener su autonomía decisoria (o soberanía interna, como la llaman algunos teóricos) y establecer equilibrios que no lo sometan absolutamente al predominio de tales intereses.
Lo mismo ocurre ante otros poderes reales que ejercen prerrogativas más o menos onerosas que varían según la naturaleza de cada uno de ellos, sus objetivos actualizados y su peso específico en la balanza de las realidades de un universo sociopolítico donde cada fuerza y todas ellas en su conjunto están por encima del esquema ideal de la democracia individualista.
Cuando don Jesús Reyes Heroles dictaba cátedra desde la presidencia del PRI precisó, con su habitual lucidez, la principal tarea que ese partido debía cumplir para seguir teniendo la capacidad de acción necesaria y cumplir los objetivos pendientes de la Revolución Mexicana: impedir que se sumaran en uno solo el poder económico y el poder político. Nos advertía que si tal suma llegara a ocurrir, el ciclo histórico de la Independencia, la Reforma y la Revolución se habría cerrado para siempre, pues la soberanía interna y externa, el Estado laico y el estado social de derecho, serían arrasados por la entronización de una plutocracia desnacionalizada a la que se agregaría sin reticencias el poder religioso encarnado en un clero político connaturalmente apátrida.
El párrafo anterior podría ser la descripción anticipada de las características del régimen de gobierno iniciado el 1o. de diciembre y la expresión resumida de lo que aguarda a los mexicanos en el porvenir inmediato.
Lo peor es que las advertencias de Reyes Heroles y su vaticinio ahora corroborado, no han coincidido en la práctica con un hecho aislado o fortuito, sino corresponden a un proceso de desviaciones y claudicaciones deliberadas, atribuibles a la complicidad y simulación de quienes se infiltraron en el PRI como avanzada de la regresión histórica que hoy vivimos y, desde el gobierno, crearon las condiciones propicias, tanto para que el rechazo popular se acentuara y acumulara, como para demoler los valladares constitucionales y legales que, hasta entonces, habían impedido el crecimiento de las fuerzas del retroceso. Fue así como patrocinaron subrepticiamente el descrédito del poder político formal, mientras propiciaban el asalto de la contrarrevolución virtual a las instituciones de la República y legitimaban, con reformas constitucionales ad hoc, liderazgos en ciernes en los que ya se advertía la confluencia de apoyos y expectativas de los detentadores invisibles, internos y externos, de los poderes económico y religioso.
Esa confluencia está ostensiblemente manifiesta en la integración de los gabinetes del presidente Fox. Bajo el disfraz de la pluralidad política, se advierte algo más que la alianza de fuerzas más o menos coincidentes entre sí: asoma el perfil ominoso de la suma de los poderes económico y religioso en ejercicio del poder político. El que no es empresario en el contexto interno, proviene de compañías trasnacionales o fue funcionario de las agencias financieras donde se instrumentan los mecanismos de sumisión de gobiernos en riesgo permanente de crisis, como el nuestro. Y confirmando la suma integradora, ya fueron asignadas funciones importantes a voceros de la clerecía, a miembros del Opus Dei y a profesionales representativos de instituciones educativas operadas por corporaciones religiosas.
El esquema del fascismo español instaurado por Francisco Franco comienza a delinearse. Tal vez una significativa diferencia radique en el tipo de aliados externos que tuvo aquella dictadura y los que inocultablemente apoyan a Fox Quesada, así como en la magnitud de los compromisos inherentes. Cabe decir que, a diferencia del franquista, el que se gesta aquí y ahora con la suma perniciosa de poderes desnacionalizados, no será un Estado fuerte, con la capacidad necesaria para mantener su independencia y preservar el patrimonio material y cultural de la nación. Nuestro destino parece ser otro: el coloniaje económico, sin atenuantes ni disimulos. Digamos adiós a la Independencia, a la Reforma y a la Revolución.