SABADO 23 DE DICIEMBRE DE 2000

Silvia Ribeiro Ť

Comiendo con el enemigo

Al tiempo que los alimentos transgénicos fueron lanzados al mercado como "la solución al hambre en el mundo", la primera generación de transgénicos nos planteó la pregunta de si quienes hacían este anuncio pensaban que el mundo se podría alimentar de agrotóxicos. En efecto, pese a pomposas declaraciones tanto de la industria biotecnológica como de algunas academias de ciencias, más de 70 por ciento de los cultivos transgénicos sembrados hasta este año fueron modificados para ser resistentes a químicos de las propias compañías, aumentando el nivel de estos químicos tanto en el ambiente como en los residuos que permanecen en los alimentos. Más de 25 por ciento restante han sido "cultivos-insecticidas", manipulados usando hasta límites inimaginables algunas pocas cepas de una sola bacteria -el bacillus thuringiensis o Bt- lo cual, como era lógico, produjo en poco tiempo resistencia en los insectos que se suponía iba a combatir, creando necesidad de más químicos en lugar de lo contrario, como prometían las multinacionales que lo comercializan. Por si la propia inefectividad del cultivo no alcanzara, varias universidades -Cornell en el 99 y Iowa este año- demostraron además que la presencia de la toxina de esta bacteria afectaba también a las larvas de otros insectos, como la mariposa monarca, a través del polen diseminado.

Sin embargo, el escándalo de mayores proporciones de esta accidentada industria salió a la luz cuando grupos ambientalistas de Estados Unidos comprobaron en septiembre de este año que la variedad de maíz Bt Starlink, comercializada por Aventis Crops Sciences -la segunda compañía agrobiotecnológica mayor del mundo y una de las cinco que controlan 98 por ciento del mercado mundial de transgénicos-, contenía una toxina insecticida (Cry9c) no autorizada por el gobierno de Estados Unidos para el consumo humano, por las reacciones alérgicas que ésta podía provocar. Se encontró en una serie de productos de consumo humano que ya estaban distribuídos no sólo por todo EU, sino en muchas otras partes, incluso recientemente se ha detectado en Japón y Corea.

Aventis se vio obligada a compensar a los distribuidores para retirar del mercado los productos que podían contener esta variedad, que sólo en Estados Unidos, según el gobierno de ese país, son cerca de 300, que incluyen decenas de marcas de tacos, nachos, tortillas, tostadas y otras mercancías usadas en restaurantes, a un costo cuya cifra final, que aún no puede ser determinada, se estima actualmente en los mil millones de dólares.

Uno de los principales distribuidores de este maíz fue Azteca Mills, con sede en Plainview, Texas, una empresa controlada por Gruma SA, en México, en conjunto con Archer Daniels Midland, el gigante cerealero de Illinois.

Parte de los tacos y similares que fueron retirados del mercado habían sido producidos por Sabritas en Mexicali, subsidiaria de la multinacional Pepsico.

La "debacle de los tacos", como se le ha llamado, puso en crisis no sólo a la industria, sino que también cuestionó la capacidad de los sistemas de control en Estados Unidos, ya que este tipo de maíz había sido autorizado para consumo animal, pero no para consumo humano, debido a su potencial alergénico, hecho que recientemente ha sido confirmado por un panel de expertos contratado por la Agencia de Protección Ambiental (EPA), de ese país.

También han aparecido denuncias de productores de maíz estadunidenses cuyos cultivos han sido contaminados con la proteína Cry9c, por la polinización cruzada de campos sembrados con Starlink. Y no será posible rastrear todos los productos que hayan sido manufacturados con este maíz, menos aún con maíz del cual ni siquiera los propios productores son conscientes que puede estar contaminado.

La Asociación Estadunidense de Cultivadores de Maíz (ACGA), que ha sufrido pérdidas por los rechazos al maíz transgénico y la no segregación de cultivos en EU, manifestó a fines de noviembre que la EPA debería afirmar su prohibición del maíz Starlink, aduciendo además que están cansados de ser usados como conejillos de indias.

El rechazo europeo al maíz transgénico en años anteriores ya había motivado que Estados Unidos enviara la mayor parte de este producto a importadores que no lo controlan, por ejemplo Argentina y México. Este nuevo escándalo y el rechazo de otros países, presionará aún más esta situación.

ƑCómo se puede saber en México que los productos derivados de este maíz no están a la venta para el consumo humano? ƑCómo se sabe que el maíz importado de Estados Unidos no contiene maíz Starlink? ƑQué justifica que México, centro de origen y diversidad del maíz, cultivo que está en el centro de su cultura no sólo alimentaria, coloque a sus productores, consumidores y su medio ambiente en este riesgo?

Mientras tanto, la semana pasada se reunió por primera vez, en Montpellier, Francia, el Panel Intergubernamental del Protocolo de Bioseguridad, que aún no entra en vigencia. De todas formas, la efectiva presión de las poquísimas multinacionales que controlan la agrobiotecnología, a través de algunos gobiernos, principalmente Estados Unidos, Canadá y Argentina, había logrado de antemano que este protocolo solamente cubriera los organismos vivos modificados genéticamente, y que todos los derivados o granos no exportados para usar como semillas quedaran fuera del espectro de este tratado. Por tanto, este caso no hubiera sido controlado tampoco por esta vía. No deja de ser sorprendente que esos mismos gobiernos de todas formas siguieron insistiendo en Montpellier en que no es necesario etiquetar y que los transgénicos no son riesgosos.

 

Ť Integrante de RAFI, Fundación Internacional para el Progreso Rural